Domingo, 8 de julio de 2007. Año: XVIII. Numero: 6412.
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 ESPAÑA
EL RECUERDO DE MIGUEL ANGEL BLANCO / Diez años de su asesinato
Asesinato a cámara lenta
El director de comunicación de Mayor Oreja recuerda cómo vivió el secuestro de Miguel Angel Blanco
Por CAYETANO GONZALEZ

Jueves 10 de julio de 1997, cuatro de la tarde. En el gabinete telegráfico del Ministerio del Interior se recibe una llamada de un ciudadano pidiendo hablar con la Secretaría particular del ministro. No es lo normal, pero hay tantas cosas tan poco normales en ese Ministerio que el funcionario pasa la llamada sin preguntar más detalles. Una de las secretarias del ministro descuelga el teléfono y se queda helada con lo que oye al otro lado del aparato: «Hijos de puta. Lo de Ortega Lara lo vais a pagar. ¡Gora Euskadi Askatuta!».

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Hacía 35 minutos que un joven concejal del Partido Popular del Ayuntamiento de Ermua, Miguel Angel Blanco, había sido secuestrado por ETA. La banda terrorista daba 48 horas al Gobierno para que acercara a todos los presos etarras a las cárceles del País Vasco. Si no lo hacía, lo matarían. Era un asesinato a cámara lenta. El autor, que estuvo muy cerca de todo lo que se vivió en el Gobierno de España y el Ministerio del Interior hace 10 años con el secuestro y posterior asesinato de Miguel Angel Blanco, cuenta minuciosamente cómo se vivieron esas 48 horas en el entorno del Ejecutivo. Relata la posición firme del Gobierno de José María Aznar de no ceder un ápice al chantaje que proponía ETA para salvar la vida del edil. Explica las distintas opciones que se barajaron para intentar liberar al concejal del PP. Cuenta el equilibrio que decidió mantener Jaime Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, para no ofender a ETA -por si había alguna posibilidad de que reconsiderara su ultimátum- y, al mismo tiempo, dar un mensaje de firmeza a la ciudadanía española. Incluso, recuerda las frases envenenadas que Xavier Arzalluz lanzó a Carlos Iturgaiz, entonces líder del PP vasco, durante la reunión de la Mesa de Ajuria Enea y en la manifestación última, que precedió al hallazgo del cadáver del concejal 'popular' de Ermua..

Diez días antes, en la madrugada del 1 de julio, la Guardia Civil, en una brillantísima operación, había conseguido liberar al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que permanecía secuestrado por ETA desde hacía 532 días en un inmundo «agujero» construido en una nave industrial situada en la localidad guipuzcoana de Mondragón.

Ese golpe policial hizo mucho daño a ETA, porque a través del rostro maltratado, torturado, de Ortega Lara, de su mirada perdida, de las imágenes que se difundieron sobre el zulo en el que sus secuestradores le habían tenido como un perro, la opinión pública española e internacional pudo tomar conciencia de hasta dónde llegaba la crueldad de una banda terrorista. Y eso ETA lo acusó. La bestia estaba herida, se revolvió y pegó un zarpazo en la persona de un joven y desconocido concejal del PP.Carlos Iturgaiz -en aquel momento presidente del PP en el País Vasco- se encontraba ese jueves 10 de julio en Pamplona, invitado por el presidente de la Comunidad foral, Miguel Sanz, con motivo de las fiestas de San Fermín. En plena sobremesa, Iturgaiz recibió una llamada desde Bilbao de su secretaria, Mari Carmen: «Carlos, han llamado del Egin para decirnos que han recibido una llamada en nombre de ETA reivindicando el secuestro de un concejal del partido, Miguel Angel Blanco»..

Primeras llamadas.

Daba la casualidad que Iturgaiz acababa de estar hacía dos semanas desayunando con Miguel Angel y con Ana Crespo, también concejal popular en Ermua, en una céntrica cafetería de Bilbao. «Miguel Angel», recuerda el líder de los populares vascos, «me estuvo explicando el programa relativo a la juventud que tenían previsto llevar a cabo en Ermua y que de alguna forma podía ser exportable a otros ayuntamientos».

La primera llamada que hace Iturgaiz desde Pamplona es al ministro del Interior: «Jaime, han secuestrado a un concejal nuestro de Ermua y dan un plazo de 48 horas para acercar todos los presos de ETA al País Vasco o lo matan». El ministro le dice a quien ha sido su sucesor en la Presidencia de los populares vascos que llame tanto a Aznar como al consejero de Interior del Gobierno vasco, Juan María Atutxa, para contarles lo que conoce.

Iturgaiz todavía recuerda a día de hoy lo que le dijo Aznar: «Carlos, ahora más que nunca hay que estar juntos y te ha tocado liderar esta delicadísima situación, para lo que vas a contar con todo mi apoyo y mi ayuda. Estate muy en contacto con Jaime y habla también con Paco (Cascos) y con Angel (Acebes)».

En su despacho de la segunda planta del palacete de Castellana 5 que alberga al Ministerio del Interior, Jaime Mayor es consciente desde el primer momento que se trata de un asesinato a cámara lenta. A la vista de la gravedad de las noticias que se van recibiendo, ha tenido que interrumpir una reunión con el que había sido su antecesor en el Ministerio, Juan Alberto Belloch, un leal interlocutor por parte del PSOE, y que de sobra sabía lo que eran esos momentos para quien es responsable de la cartera sin duda más dura del Gobierno.

Con la cara surcada por la preocupación y la tristeza, con la vista baja, el ministro le comenta personalmente a quien esto escribe: «Lo van a matar. Sólo un milagro haría posible que lo encontráramos y pudiéramos salvarle la vida». Eran las 17.15 horas de la fatídica tarde del jueves 10 de julio. Quedaban tan sólo 22 horas y cuarto para que ETA cumpliera su amenaza¿Por qué llegó tan rápido Jaime Mayor a esa terrible conclusión? Por dos motivos: primero, porque en el terreno de los principios, él sabía mejor que nadie que el Gobierno no podía ceder ni un milímetro al chantaje planteado por ETA. Si lo hacía, estaba perdido. Al llegar al Gobierno, 14 meses antes, Mayor Oreja, de acuerdo con Aznar, había cortado todas las vías de contacto, de tomas de temperatura que tenía establecidas con ETA el último Gobierno del PSOE.La banda terrorista sabía que el Gobierno del PP iba a derrotarla, con el Estado de Derecho por delante, con la acción policial, con la colaboración internacional. Y esa política antiterrorista estaba comenzando ya a dar sus primeros resultados.

En segundo lugar, Mayor Oreja tenía muy reciente la experiencia, en el terreno operativo-policial, de lo que había costado encontrar el zulo donde estaba secuestrado Ortega Lara. Desde que la Guardia Civil tuvo la primera pista con cierto fundamento sobre el posible paradero del funcionario de prisiones, hasta que localizó el lugar donde estaba secuestrado, pasaron siete meses. Era, por lo tanto, un imposible que en sólo 48 horas se pudiera encontrar a Miguel Angel Blanco, con lo fácil que resultaba esconder a una persona un periodo de tiempo tan breve, sin llamar la atención, en cualquier punto del País Vasco o zonas limítrofes. Pero, no obstante, y como no podía ser de otra forma, se pusieron todos los medios para localizarle.

Nada más tener conocimiento del secuestro, el secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martí Fluxá, convocó una reunión urgente en su despacho de Amador de los Ríos, a la que acudieron los máximos responsables de Información de la Guardia Civil y del Cuerpo Nacional de Policía, el general Pedro Muñoz y el comisario general Jesús de la Morena, así como un alto representante del entonces CESID, ahora CNI.En esa reunión, recuerda Martí Fluxá, «los responsables policiales ya nos dieron muy pocas esperanzas de poder encontrar, en tan poco tiempo, a Miguel Angel Blanco. Estaba la experiencia, no sólo de Ortega Lara, sino de Cosme Delclaux»..

Pocas esperanzas.

Efectivamente, este último, miembro de una conocida familia de empresarios vascos, había sido secuestrado por ETA y, tras pagar parte del dinero exigido por su rescate, fue puesto en libertad por la propia banda terrorista la misma noche en que la Guardia Civil consiguió liberar a Ortega Lara. Pero en el caso de Delclaux ningún cuerpo policial consiguió dar con su paradero.

El reloj avanzaba mucho más deprisa de lo deseado por los responsables policiales y, como una muestra de la voluntad de poner todos los medios que fueran necesarios en esas angustiosas horas, al secretario de Estado de Seguridad se le ocurrió intentar contratar unos aviones que, por sus características técnicas, detectan si hay seres humanos bajo tierra, en base a la densidad y al calor que desprende ésta.

Se entró en contacto con una empresa privada con sede en Suiza dedicada a este tipo de prospecciones, pero se constató la imposibilidad real de llevar a cabo esa operación por lo que era ya una pesadilla para todos: la falta de tiempo.

Al mismo tiempo, Martí Fluxá habló con el embajador de España en Londres, porque Mari Mar, la hermana de Miguel Angel, se encontraba en dicha ciudad pasando unos días de vacaciones. Una vez que fue localizada a través de una amiga y de que se enteró de la noticia del secuestro de su hermano a través de sus padres, Mari Mar fue a la embajada, donde todavía recuerda el afecto y el cariño con el que se la trató, amén de ayudarla en las gestiones para conseguir un billete de avión para volver al día siguiente a España.

Igualmente, los teléfonos entre Madrid y Vitoria, entre el secretario de Estado de Seguridad y el viceconsejero de Interior del Gobierno vasco, José Manuel Martiarena, no dejaron de sonar. Eran unos momentos en que las relaciones tanto a nivel político como policial entre el Ministerio y la Consejería de Interior eran excelentes. Fluxá y Martiarena acordaron tener al día siguiente una reunión en el Centro de Coordinación Policial que la Ertzaintza había montado como consecuencia del secuestro en su Comisaría principal de Bilbao. Asimismo, todos los cuerpos policiales tocaron a sus confidentes, a sus «escuchas», tanto en España como en Francia, pero sin resultado positivo.

El responsable de los Servicios de Información de la Guardia Civil, el general Pedro Muñoz, recuerda con cierta angustia aquellos momentos: «Estábamos luchando contra el reloj con algo muy difícil de resolver. Se activó todo el sistema y se tocaron todas las teclas. La gente que estaba en Francia se movió; se vigilaron todos los objetivos de las operaciones policiales que teníamos en marcha por si se producían movimientos raros; se peinaron muchos montes de Guipúzcoa, pero no había luz por ningún sitio». Las horas seguían pasando de forma irremisible..

Ofertas de mediación.

También, movidos por un deseo de ayudar, de hacer lo que hiciera falta para salvar la vida de Miguel Angel, llegaron al Ministerio del Interior algunos ofrecimientos de personas para hacer labores de intermediación: es el caso ya conocido de María José Gurruchaga -abogada de José Luís Alvarez Santacristina, Txelis, uno de los dirigentes de ETA detenido en marzo de 1992 en Bidart, preso en aquel momento en Francia-, que por iniciativa e impulso del director de EL MUNDO, Pedro J. Ramírez, se entrevistó con su defendido en la cárcel en la que se encontraba ingresado. O el de Joaquín Ruiz Jiménez, entonces presidente de UNICEF, o el de un concejal de una candidatura próxima a Batasuna, compañero de colegio en San Sebastián del ministro del Interior. A todos se les dijo lo mismo: haced lo que os parezca oportuno, pero en ningún caso estáis autorizados para hablar ni actuar en nombre del Gobierno.

En el ámbito político, ¿qué estaba pasando en esas horas? Algunas cosas, y no todas edificantes. El presidente del Gobierno, tras conocer la noticia del secuestro, convocó a media tarde del jueves día 10 una reunión en La Moncloa a la que acudieron el vicepresidente primero, Francisco Alvarez Cascos; el ministro del Interior, Jaime Mayor; el secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos; el jefe de Gabinete del presidente, Carlos Aragonés, y el coordinador general del PP, Angel Acebes.

En dicha reunión se acordó que fuese el ministro del Interior el que hiciera una declaración institucional, cosa que Jaime Mayor realizó a las 23.15 horas desde la Sala de Juntas del Ministerio. Una declaración que el ministro preparó personalmente en su coche, en el trayecto que le llevó desde La Moncloa a la sede del Ministerio y que acabó de perfilar a solas en su despacho: «No podía ser provocadora para ETA», recuerda Mayor Oreja 10 años después, «por si todavía existía alguna posibilidad, altamente improbable, de que se apiadaran de Miguel Angel, pero al mismo tiempo tenía que dejar muy claro ante los españoles que el Gobierno ni podía ni quería ceder al chantaje planteado».

El paso de los años no ha borrado de la memoria de Mayor Oreja el recuerdo sobre la soledad y la angustia que le invadió en las dos noches que había en el plazo dado por ETA: «No teníamos dudas sobre la decisión que se hubo de tomar de no ceder al chantaje, pero al mismo tiempo no podías quitarte de la cabeza que iban a matar a una persona. Lógicamente, dormí mal, pendiente del teléfono, de que hubiera alguna noticia positiva. Fue muy duro»..

Arzalluz, contra Iturgaiz.

En ese mismo sentido, el entonces secretario general de la Presidencia del Gobierno, Javier Zarzalejos, recuerda la tarde del sábado 12, cuando ya había aparecido el cadáver de Miguel Angel Blanco: «Estuve con Aznar prácticamente toda la tarde en su despacho. Habló dos veces con el Rey y con el ministro del Interior. Fue una tarde muy larga, silenciosa. Su mujer bajó un par de veces. Pocas veces he pasado unas horas de tanta intensidad, sin decir nada. Pero para lo que valiese la compañía, había que estar allí».

Mientras tanto, en el País Vasco, Carlos Iturgaiz estaba en contacto casi permanente con el lehendakari Ardanza, a quien pidió que convocara urgentemente la Mesa de Ajuria Enea. El lehendakari expresó algunas reticencias, fundamentalmente porque sabía que el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, no era partidario de esa convocatoria, argumentando que ETA no podía ser quien marcara la agenda de la Mesa. Pero Iturgaiz insistió había hablado con Ramón Jáuregui (PSE), con Carlos Garaikoetxea (EA), con Pablo Mosquera (Unidad Alavesa) y con Javier Madrazo (Izquierda Unida), que se pusieron a su disposición- y Ardanza no tuvo más remedio que ceder y convocar la reunión para el día siguiente.

Carlos Iturgaiz recuerda todavía cómo, al llegar a Ajuria Enea, Arzalluz no le dio la mano y, en un aparte de la reunión, el presidente del PNV le dijo: «Mira, Iturgaiz -era una costumbre muy de Arzalluz, cuando quería establecer diferencias con su interlocutor, llamarle por el apellido-, ahora estamos todos juntos montados en la ola, pero cuando ésta baje, cada uno nos iremos por nuestro camino y nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer»..

Pacto de Estella.

No hablaba Arzalluz a humo de pajas, porque, efectivamente, en cuanto fue enterrado Miguel Angel Blanco, el PNV corrió a hablar y a negociar con ETA, fruto de lo cual fue el Pacto de Estella que firmó en septiembre del año siguiente.

Estella fue el pacto público, pero hubo otro firmado dos meses antes, en julio de 1998 en la clandestinidad, que se conoció posteriormente cuando se encontró un documento a un comando de ETA detenido en Francia, en el que la banda terrorista, el PNV y EA se comprometían a expulsar de las instituciones vascas a los partidos que ellos denominaban «españolistas», es decir, al PP y al PSOE.Al PNV, toda la reacción social que se produjo en aquellas horas terribles del asesinato a cámara lenta de Miguel Angel Blanco le puso muy nervioso. Creyeron que perdían la calle, que aquellas movilizaciones no eran solamente contra ETA, sino también contra ese nacionalismo gobernante que vivía muy cómodo, sin comprometerse ni poco ni mucho en la derrota de la banda terrorista. Ya lo había definido perfectamente Arzalluz unos años antes, en una reunión con gentes de ETA-Batasuna celebrada en marzo de 1991: «Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces».

El sábado día 12, la Mesa de Ajuria Enea había convocado para el mediodía una gran manifestación en Bilbao, horas antes de que expirara el plazo dado por ETA. El presidente Aznar, tras escuchar la recomendación de algún miembro importante de su Gabinete de que no acudiese a la marcha, decidió asistir. Estaba previsto que la cabecera de la manifestación partiera de la sede del Gobierno vasco, situada al comienzo de la Gran Vía, al lado de la plaza del Sagrado Corazón. Pero, en el último momento y sin avisar, el Gobierno vasco y el PNV cambiaron el punto de arranque de la marcha, lo que fue interpretado como un claro gesto de no querer compartir ni cabecera ni pancarta con Aznar. Pero, una vez más, el PNV se equivocó, porque lo que menos podían pensar era que el presidente del Gobierno fuese a ser aclamado por los ciudadanos en el trayecto que hizo a pie entre la sede de la Subdelegación del Gobierno en la plaza de Moyua y el comienzo de la Gran Vía.

Hubo, por tanto, dos cabeceras. La primera, en la que iban Ardanza, Arzalluz, los miembros del Gobierno vasco y también Alvarez Cascos, llegó antes que la segunda a las escalinatas del Ayuntamiento de Bilbao, donde la hermana de Miguel Angel leyó un emotivo a la par que angustioso comunicado, pidiendo a ETA que tuviera piedad y dejara libre a su hermano.

En varios momentos de la manifestación, así como en esos instantes finales, se corearon en varias ocasiones los gritos de «vascos sí, ETA no», lo que dio pie al presidente del PNV a tener de nuevo un detalle con Iturgaiz: «Los que gritan eso», le dijo Arzalluz, «son los de los autobuses que habéis traído desde Madrid». Quedaban sólo dos horas y media para que acabara el plazo dado por ETA.Lo que sucedió posteriormente es de sobra conocido. Hacia las 16.30 horas, dos cazadores encontraron en un camino rural de Lasarte un cuerpo con las manos atadas a la espalda y con dos tiros en la cabeza. Los peores presagios se habían cumplido. ETA, fiel a su historia, fue implacable. Miguel Angel Blanco fue trasladado en una ambulancia al hospital general de Aranzazu, el mismo en el que 10 años después ha estado varias semanas De Juana Chaos, reponiéndose de una huelga de hambre. Pero a diferencia de este sanguinario terrorista, Miguel Angel Blanco no pudo entrar por su propio pie en el hospital, sino en camilla y en estado de coma..

En el hospital.

Nunca olvidaré la visita que tuve ocasión de hacer, acompañando al ministro del Interior y al secretario de Estado de Seguridad, esa misma noche del sábado 12 al citado hospital. El recuerdo y la imagen de una familia -padres, hermana, novia- literalmente destrozada y, sobre todo, el ver en la UCI al cuerpo todavía con vida de Miguel Angel, entubado y con la cabeza vendada, fue algo que se me ha quedado grabado para siempre.

Los médicos habían perdido toda esperanza. Tenía unas lesiones cerebrales irreversibles. Estaba clínicamente muerto. A las 2.30 horas de la madrugada del domingo día 13 certificaron su defunción. ETA había cumplido su amenaza, había sido implacable. Como siempre. Diez años después hay todavía algunos que siguen sin querer enterarse.

Diez años después, la hermana de Miguel Angel, Mari Mar, con una gran serenidad dice: «¡Claro que entendimos que el Gobierno no cediera! Era muy duro, para mis padres, para mí, porque se trataba de su hijo, de mi hermano, pero sabíamos que no podía ceder. Acabábamos de ver lo de Ortega Lara y sabíamos cuál era la posición del Gobierno. Lo entendimos perfectamente». De nuevo, las víctimas del terrorismo dándonos a todos una gran lección de dignidad y de fortaleza moral..

Cayetano González, colaborador habitual de EL MUNDO, fue director de Comunicación del Ministerio del Interior de mayo de 1996 a febrero de 2001.

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