Miércoles, 11 de julio de 2007. Año: XVIII. Numero: 6415.
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LA AMENAZA RADICAL / La 'operación Silencio' se saldó con la muerte de unos 70 militantes y 12 soldados / Las autoridades prohibieron a los periodistas acercarse a los hospitales donde llevaron a las víctimas del ataque
El Ejército paquistaní toma la Mezquita Roja y mata al líder de la revuelta islamista
Decenas de víctimas en la 'operación Silencio' efectuada en Islamabad por comandos especiales
ZAHID HUSSAIN. The Times / EL MUNDO

ISLAMABAD.- Maqsud Ahmed estaba sentado en una esquina de su tienda de campaña mientras rezaba, junto a otros padres, por la vida de sus hijos, atrapados en la sitiada Mezquita Roja de Islamabad. Este pobre agricultor del norte de Pakistán ya llevaba cinco días con la esperanza de volver a ver a su pequeño de 12 años, quien vivía en el centro religioso. Sus peores temores se hicieron realidad al amanecer de ayer cuando se escucharon las primeras explosiones en la mezquita. «Sé que ahora está muerto», afirma entre lágrimas. Su hijo, Mansur, era uno de los estudiantes retenidos como rehenes por los militantes islamistas en Lal Masjid, la Mezquita Roja, situada en el centro de Islamabad.

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Sólo 20 muchachos fueron rescatados por las fuerzas de seguridad que lanzaron el asalto final a la mezquita con comandos especiales y paracaidistas. Otros, incluido Mansur, se encontraban entre los desaparecidos cuando los militares irrumpieron en el desmadejado complejo al anochecer y se enfrentaron a tiros a los militantes, a los que buscaron habitación por habitación.

Una humareda espesa se divisaba ayer en el santuario, situado a tan sólo unos kilómetros del palacio presidencial y del edificio del Parlamento. Explosiones y disparos atronaron la ciudad mientras se ultimaba la llamada Operación Silencio. Por momentos parecía que el complejo estaba siendo demolido.

Unos 70 militantes y 12 soldados murieron en los enfrentamientos. Entre las víctimas mortales de la operación Silencio está Abdul Rashid Ghazi, el clérigo que lideró a los rebeldes apostados en la Mezquita Roja, enfrentados a las fuerzas de seguridad paquistaníes. El maulana había anunciado que moriría antes que rendirse. Asumió el mando después de que su hermano, el maulana Abdul Aziz, su hermano mayor, fuera atrapado cuando trataba de salir del lugar disfrazado como una mujer, bajo un burqa.

Las fuerzas de seguridad aseguraron que el cuerpo sin vida de Ghazi fue hallado en el búnker de la mezquita, después de que fuera alcanzado por fuego cruzado.

Fuentes oficiales paquistaníes insistieron en detallar que Ghazi estaba herido de bala en una pierna cuando se parapetó en el sótano y las fuerzas de seguridad le conminaron a rendirse. Según esta misma versión, Ghazi quiso entregarse, pero sus seguidores se lo impidieron, empezando a atacar a las fuerzas del orden y provocando el fuego cruzado en el que finalmente falleció el líder de la revuelta.

Ghazi esperaba que su muerte y la de sus seguidores desatara una revolución islámica en Pakistán.

Armados fuertemente con granadas y lanzamisiles, los radicales estaban atrincherados en la mezquita desde el pasado 3 de julio, enfrentándose a las fuerzas de seguridad paquistaníes, quienes les tenían sitiados. Unas dos docenas de mujeres y niñas vestidas con burqas huyeron de la mezquita cuando el asalto final dio comienzo. Entre ellas, se encontraba Umme Hasán, esposa del maulana Abdul Aziz. Líder de la madrasa Hafza, donde se imparten seminarios a mujeres, Umme Hasán era conocida por sus extremos puntos de vista y por haber entrenado a sus estudiantes para que se convirtieran en mujeres bomba.

El presidente paquistaní, Pervez Musharraf, ordenó ayer a sus tropas que entraran en la Mezquita Roja, después de una reunión de emergencia celebrada a lo largo del lunes y que fue un vano intento de resolver la crisis a través del diálogo. Cientos de miembros de las fuerzas especiales irrumpieron en el recinto al amanecer de ayer, pero no sacaron a los radicales hasta bien entrada la noche.

Fuentes oficiales paquistaníes señalaron que el Ejecutivo había hecho todo lo posible por evitar un baño de sangre, que de seguro llevaría consigo una condena internacional contra el general Musharraf.o estaba claro cuántos no combatientes habían sido tomados como rehenes o utilizados como escudos humanos. La semana pasada, varios de ellos abandonaron la mezquita -incluyendo a mujeres jóvenes- y afirmaron que sus compañeros permanecían dentro por voluntad propia, preparados para morir.

Las autoridades prohibieron a los periodistas acercarse al hospital donde estaban siendo trasladados los muertos y heridos.

El ataque supone uno de los mayores enfrentamientos con militantes islámicos desde que el general Musharraf accedió al poder, en un golpe de Estado, en 1999. Después del 11-S, el militar forjó una alianza antiterrorista con Washington, un giro que causó una intensa ira entre la población, de mayoría musulmana.

Los islamistas llevaban tiempo acosando a cualquiera que rompiera su estricto código moral. La campaña radical puso a Musharraf en una situación embarazosa, ya que siempre se le ha criticado el fracaso de su Administración para controlar las instituciones religiosas extremistas.

La intervención contra la mezquita se ganó los aplausos de los moderados del país y de los Gobiernos occidentales, que habían expresado su frustración por la inacción del Ejecutivo de Islamabad en el pasado. Sin embargo, los islamistas han reaccionado con ira.

Los partidos islamistas acusaron al general Musharraf de ser responsable de la masacre en la mezquita e instaron a una ola de protestas en todo el país. «Musharraf ha lanzado una operación para darle gusto a América», dijo Liaquat Baluch, líder de Mutahida Maylis Amal, una alianza de seis partidos políticos islamistas. «Es una amenaza para la seguridad nacional y debe ser derrocado», añadió. Los analistas políticos creen que la confrontación entre Gobierno e islamistas es ahora inevitable.

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