«Prefiero morir a rendirme», señaló el clérigo integrista Abdul Rashid Ghazi, líder junto con su hermano Abdul Aziz del encierro con centenares de rehenes -la mayoría mujeres y niños- en la Mezquita Roja de la capital paquistaní. Y así fue en efecto. Ayer se confirmó que el jefe de los islamistas fue una de las víctimas del asalto definitivo del Ejército; el problema es que con su «martirio» se ha llevado por delante a un número de víctimas aún por determinar pero que se cuentan ya por decenas, entre soldados, rebeldes integristas y las mujeres y niños que han acabado siendo utilizados como escudos humanos. Abdul Aziz trató infructuosamente de huir la semana pasada escondido bajo un burka.
Este final desbarata en buena medida la excusa que durante varios meses ha manejado el presidente paquistaní, Musharraf, para no reaccionar: la de evitar un baño de sangre. Hace tiempo quedó demostrado que tal deseo era una quimera. Desde enero, el Gobierno ha soportado el desafío de los dirigentes de esta mezquita, que han llevado a sus seguidores a aplicar la sharia o ley islámica sobre lo que consideraban burdeles, las tiendas de música o los policías que se acercaban demasiado a su terreno, incluyendo en su comportamiento delictivo una serie de secuestros. Sólo cuando ésta última práctica tuvo como víctimas el pasado 22 de junio a varios ciudadanos chinos, con la consiguiente reacción de su Gobierno, Musharraf decidió actuar.
Más allá de las supuestas razones humanitarias, hay quienes aducen otras menos favorecedoras para el presidente que explicarían su anterior parálisis. Por un lado, está la influencia de la familia de los clérigos de la Mezquita Roja, cuyo padre trabajó para los servicios de inteligencia del país. Existen sospechas fundadas de la connivencia de algunos sectores de los servicios de seguridad e inteligencia con los islamistas radicales, lo que explicaría en buena medida cómo se ha podido acumular en una mezquita un arsenal suficiente para hacer frente a un Ejército.
Por otra parte, la relación de Musharraf con el islamismo radical es compleja: ha utilizado la existencia de estos extremistas para justificar su necesidad de contar con poderes absolutos y su imposibilidad de implantar libertades democracias, amén de que los islamistas le confieren una imagen de moderado muy oportuna de cara a sus alianzas internacionales. Ahora bien, el hecho de que precisamente durante su mandato el radicalismo religioso se haya extendido tanto y el país sea refugio de los talibanes que continúan asolando Afganistán también debería ser muy tenido en cuenta por quienes le apoyan.
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