La montaña de las dos caras, el Galibier, desnudó a Alexandre Vinokourov, agrandó el papel de Alejandro Valverde y el de Alberto Contador, y encumbró al penúltimo colombiano, Juan Mauricio Soler, en la ruta de Lucho Herrera o Fabio Parra. Soler ganó en la meta de Briançon, como ya hiciera su compatriota Santiago Botero hace siete años. Nadie recuerda en la zona del Galibier una boda entre alguien de la Vallone y algún habitante del valle de la Guisane. Desde Bonnenuit, a 12 kilómetros de la cima, no hay más aldeas hasta el otro lado; ningún edificio hasta alcanzar el chalé del Lautaret, camino de Briançon.
Dos caras unidas por un tortuoso camino y por el túnel de 365 metros que alivia el recorrido. Dos caras como en el Tour. Soplaron vientos distintos para los favoritos. Cálidos y a favor para Valverde, Contador, Rasmussen o Mayo. También para Sastre; fríos, cortantes y de cara para Vinokourov, el doliente.
Fue en el Galibier, el monte «erigido por la naturaleza para convertirse en el monumento culminante al servicio de los campeones», que escribió Jacques Goddet. La organización local regaló ayer un libro de fotografías del Galibier. Ciclistas empujando su bicicleta por carreteras embarradas o pedregosas, gestos de sufrimiento y de gloria. Fue el terreno de Georget, de Charly Gaul, de Bahamontes y de Anquetil. De Julio Jiménez, que dejó a 31 ciclistas fuera de control. Para ellos sopló el viento cálido que empuja.
Otros sintieron frío, como Vinokourov. «Ha sido un día de galeras», decía lloroso. Poulidor, hace cuatro décadas contaba lo mismo: «He sufrido un martirio». El rey Van Looy también salió damnificado. La peor historia la del vasco Paquillo Cepeda, que murió dos días después de estrellarse en el descenso, un triste 2 de julio de 1934. El primer muerto del Tour.
Fue un buen cierre para la trilogía alpina el de Briançon. Sin duda, los favoritos, salvo Vinokourov enredado con el viento del norte, hubieran apostado por acabar así, empujados por el cálido solano, con opciones a todo, sin pérdidas insalvables.
Sale Rasmussen mejor que nadie porque fue el más valiente en la ruta de Tignes. Sale Valverde en el segundo puesto porque fue el más tenaz en las cuestas del Galibier, que también pasó con soltura hace dos años, poco antes de su retirada, el día en el que Vinokourov se mostró inabordable.
Mayo también sale bien. Ayer no fue el alegre ciclista de los faldones al viento, pero resistió siempre entre los mejores y sólo cede por la bonificación de Valverde, insuperable en una llegada como la del Campo de Marte.
Hasta Moreau sale confiado. Sarkozy, le señaló como el favorito. Montado en el coche del director Prudhomme, sin quitarse la corbata, el presidente de la República realizó un ejercicio de chauvinismo minutos antes de que su apuesta se descolgara con el primer ataque del espléndido Valverde, y con el segundo del inspirado Contador.
Pero el francés limitó los daños al mínimo. Enlazó cuando llegaron las dudas, antes de que Guti, el campeón contrarreloj, se lanzara como un misil, con Valverde a su rueda, a la caza de Contador y Popovych, un minuto por delante en la cima, alcanzados a falta de cinco kilómetros.
Sólo Juan Mauricio Soler, una bala en el Galibier, viajó solo. Mientras atrás se enredaban con un relevo que nadie quería tomar. Otra victoria colombiana para un ciclista de la estirpe de Lucho Herrera o Fabio Parra, retratados hace unos días por un semanario francés, con sus recuerdos antiguos y sus barrigas recientes.
Enseguida llegarán los Pirineos y antes, la crono de Albi, en una jornada que será clarificadora. Para los españoles y para los demás, sobre todo para Rasmussen el esquelético danés que sigue de amarillo.