Victoria no tenía ninguna ambición personal en España. Por eso apenas se mostró en Madrid. Permaneció atrincherada en una distancia de seguridad en la que su eterno mohín de asco con la boquita a lo Zoolander era como una advertencia a los intrusos: precaución, perros sueltos. En L.A. es distinto. No sólo porque se siente más ubicada en el club de los famosos universales que entre las famas de cabotaje españolas, con su vago olor a ajo y la intrascendencia periférica. Victoria prefiere Los Angeles porque se ha propuesto pasarle factura a su marido David por todos los años en los que sólo fue la acompañante de un futbolista.
Mientras, David da por ya vividas sus mejores noches de fútbol en Europa, ahora le toca a ella cargar con el protagonismo en la pareja y reimpulsar una carrera musical que aspira a ramificarse al cine. Por eso, en la ciudad de Los Angeles, se muestra. Vaya que si lo hace.
El día siguiente a su llegada, acudió al lugar donde se conceden credenciales a cualquiera que pretenda ser alguien en Los Angeles: el show de Jay Lenno. Allí se trabó en una pelea de bromas con el presentador para vindicar la cualidad que según ella menos se le reconoce: el sentido del humor.
Salió bien parada, en parte porque la fuerte personalidad de Lenno le impidió desbocar la vanidad de diva convencida de que si Dios puso personas en la Tierra fue sólo para que en su existencia hubiera figuración.
Todo lo contrario le ocurrió en el reality de la cadena NBC sobre sus primeras horas en América que fue emitido el lunes. Aquello fue un chute de Victoria en vena con resultado de sobredosis. La divina en estado puro, con una soberbia que no lograrían desactivar los Tedax sin que les explotara en la cara.
Algunos pasajes fueron tan ridículos, y al mismo tiempo tan hilarantes, que cabe dejar el margen de duda de que en verdad tiene sentido del humor y entonces se estaba riendo de sí misma, de su personaje, para distorsionarlo hasta la parodia. Si fue así, Victoria es un genio de la comedia que controla su imagen y sabe burlarse de su público al mismo tiempo que le da carnaza.
Si todo iba en serio, entonces es una tonta superlativa que merecería dedicarse a hacer carreras de sacos o lucha en el barro con Paris Hilton en las tabernas de los Hell's Angels. Algunos ejemplos: Victoria va a sacarse el carné de conducir californiano. Con una escolta de unos 20 fotógrafos y cámaras que la siguen en el coche de atrás, ella conduce un todoterreno de la General Motors con los cristales ahumados. Se sale de la calle y casi invade la acera. Un patrullero en moto la detiene.
Gafas oscuras, bigotazos, voz gutural y poca disposición a hacer concesiones a una famosa a la que ni reconoce. Le pide el carné, y Victoria le da uno advirtiendo que es español porque aún no lo ha homologado. El patrullero le pide que salga del coche: «¿Está loco? Pero si no llevo tacones».
Ya en Tráfico, va a hacerse la foto del carné. La cámara la maneja una funcionaria ajada que recuerda a las hermanas de Marge Simpson. Victoria posa como si estuviera en una sesión de Vogue, y luego pide ver la foto. No le gusta y pide repetir: «Pero, señora, que esto es para el carné, qué más da». Victoria replica: «¿No se puede al menos retocar?». La funcionaria la mira entonces con la cara de Obélix cuando dice: «Están locos estos romanos». Cuando por fin le dan el carné de conducir, otro funcionario no menos triste por su destino le espeta:«Enhorabuena. Ahora ya podrá usted conducir mercedes».
Ella le responde: «Qué vulgaridad. Disculpe, pero yo sólo conduzco Bentleys descapotables».
En un café, Victoria Beckham conoce y se enfrenta a Perez Hilton, un bloggero del corazón malévolo y muy conocido que la llamó «alien» y «robot con tetas de goma». Va acompañada por alguien a quien presenta como «Ben, my hairdresser», un muchacho lánguido y muy maricón que no habla nada y que parece resignado a ser a Victoria lo que el perrito a Paris.
Perez le pide fotografías de su marido desnudo, y luego intenta que Victoria se coma una enorme cookie con perdigones de chocolate. Ella la rechaza: «Hay dos cosas que jamás hago en público: comer y reír».
Perez le pregunta luego por Paris Hilton, como si quisiera establecer un duelo entre ambas por la corona de Los Angeles. Ella pone cara de desprecio y dice que lo único que sabe de ella es que viste bien, pero que no la conoce de nada porque sus amigos en Beverly Hills son más bien Kathie y Tom Cruise, que por cierto no ha intentado convertirla a la Cienciología.
Perez y Victoria acaban firmando un armisticio para que él no la ataque en su blog con demasiada crueldad, sino que la ayude a integrarse en Los Angeles: «Vale, prometo no volver a llamarte alien, aunque a veces te peines como uno».
Victoria habla a cámara sobre su mudanza a California. Lo que le gusta pertenecer al mundo de las celebridades locales, la energía que tiene L.A, lo que eso la activa a ella. Le preguntan por las dificultades de cambiar de país: encontrar una buena casa y un colegio para los niños. Ella asegura que lo en verdad complicado no es eso, sino encontrar un buen manicurista.
Las reacciones al programa han sido diversas. Hay quien ha propuesto emplumarla con brea, montarla a una mula, y llevarla así hasta los límites de la ciudad.