Domingo, 22 de julio de 2007.
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Año: XVIII. Numero: 6426. Precio: 1,20 euros
 OPINION
Editorial
EN LA MUERTE DE POLANCO

Más que un hombre era en vida una leyenda. Más que un empresario, un concepto. Más que un editor, una manera de entender las relaciones entre la sociedad y el poder. Se hablaba interminablemente de Polanco, pero más aun del polanquismo. Su muerte amputa a la España actual de un elemento de referencia imprescindible para entender la historia política y cultural de las últimas tres décadas.

Jesús de Polanco logró convertirse en algo mucho más importante que un hombre de éxito. Admirado, adulado, pero sobre todo temido como muy pocos españoles que no ejercieran el gobierno lo han sido nunca, su papel fue en realidad el de un verdadero poder fáctico. Sus decisiones y opiniones moldearon la España de la Transición, sobre todo la trayectoria del Partido Socialista y en general de la izquierda política.

No tendría sentido soslayar o minimizar ahora las diferencias esenciales entre su manera de entender la realidad española -y de actuar sobre ella- y los planteamientos que inspiraron la fundación de este periódico. Tras la rivalidad entre El País y EL MUNDO no sólo ha latido durante todos estos años el pulso de la competencia entre dos empresas periodísticas, no sólo ha sobrevolado la discrepancia ideológica que habitualmente media entre socialismo y liberalismo. No, el verdadero trasfondo de las llamadas guerras mediáticas ha sido una sustancial disparidad entre la concepción utilitaria que siempre percibimos en la actitud de Polanco y sus principales colaboradores hacia el poder en todas sus variedades y nuestro sentido de la función social de la prensa como instrumento al servicio del derecho a saber de los ciudadanos.

Pero la constatación de esta evidencia o el propio recuerdo narrativo de los principales episodios polémicos en los que las reglas del juego se alteraron una y otra vez en su beneficio, no debe impedirnos levantar acta también de sus indiscutibles méritos como ser humano, de su talento como emprendedor, de su brillantez a la hora de ejercer el liderazgo dentro de su organización, de su capacidad de asumir riesgos en momentos en los que muy pocos tenían una visión optimista sobre el futuro de España, de su contribución innovadora al desarrollo de nuestra industria cultural, de su apuesta por América Latina, de sus intuiciones precursoras sobre el futuro de la sociedad de la información cuando ni siquiera se había acuñado aún este concepto.

Aunque a él no le gustaba verse descrito así, con Polanco desaparece el único gran magnate periodístico de la Transición, de acuerdo con el modelo norteamericano. Como William Randolph Hearst también deja un muy valioso tesoro en propiedades y obras de arte, pero sobre todo el legado del que, hoy por hoy, es el grupo de comunicación del mundo más influyente en lengua castellana.

Su vida fue una sucesión de fundaciones, adquisiciones, conquistas y éxitos, y en su muerte es de justicia presentarle como uno de nuestros más grandes y notables contemporáneos.

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