En el pequeño pueblo de El Fraile, cualquier detalle que se salga de la estricta cotidianidad llama poderosamente la atención.
Por eso, todos sabían quiénes eran Fernanda Fabiola y Héctor Franco, los protagonistas de esta fatídica historia. La primera era una quinceañera jovial y de una belleza exótica. Su facilidad para hacer amigos y la forma en la que se había integrado desde que llegó de Chile hace tres años, hacían el resto. El asesino confeso, un colombiano de 28 años, tampoco pasaba desapercibido.
Fernanda era una adolescente más del barrio, donde se había integrado perfectamente desde que llegó de Chile hace tres años y donde había conseguido hacer numerosas amistades. Las razones por las que Héctor era conocido resultaban muy diferentes. En un lugar que en los últimos años se ha convertido en uno de los principales refugios de la comunidad latinoamericana, una ranchera americana de lujo, de color azul metalizado, llama poderosamente la atención.
Por eso Héctor era popular. En el barrio era, simplemente, el de la pick up azul. Pocos conocían su nombre y pocos le trataban. Era el mismo que no saludaba por la calle y del que prácticamente nadie conocía detalles de su vida. Tan sólo los que compartían edificio con él advierten de que vivía con su novia, una peninsular que también ronda los 30 años.
De Héctor Franco se conocen pocos datos. Normalmente pululaba sin rumbo por los bares de estética latina de la zona. No era hablador ni destacaba por tener muchos amigos en el pueblo. Pero a los adolescentes que se reunían en el cibercafé de El Fraile no les gustaba. Sus miradas lascivas, especialmente dedicadas a Fernanda Fabiola Urzúa, les transmitían intranquilidad.
Era un «tipo raro», que no gustaba a nadie y que todos sabían que estaba obsesionado con la joven chilena. No le quitaba ojo de encima. La vigilaba desde la azotea de su casa e, incluso, alguna vez por la calle se había atrevido a mascullar entre dientes que le «gustaba» y que estaba «enamorado».
El joven colombiano contaba, además, con antecedentes, pues en el año 2002 ya intentó raptar, sin éxito, a una extranjera en la playa de las Américas.
Su actitud después de la desaparición de la quinceañera respondió perfectamente al perfil descrito por los vecinos. A diferencia del resto de la comunidad latina de la zona, no participó en las labores de búsqueda, que duraron prácticamente una semana. Esto llamó la atención de muchos. Mientras el resto de suramericanos de la zona se desvivía por encontrar algún rastro de Fernanda Fabiola, él tomaba cafés en la misma gasolinera en la que se había ubicado el centro operativo de la operación de búsqueda. Con frialdad, a escasos metros de los guardias civiles que luego le detendrían, guardaba el escabroso secreto.
La triste realidad es que Fernanda Fabiola Urzúa Marín murió como consecuencia del golpe de una piedra en su cabeza que le propinó su asesino, después de un fuerte forcejeo. La interceptó en su camino de regreso a casa, proponiéndole mantener relaciones sexuales. Este hecho, según fuentes de la Guardia Civil, no se produjo, pues los resultados de la autopsia han confirmado que la joven no presenta signos de agresión sexual.
Las mismas fuentes han indicado que el presunto asesino de la chica, la había «acechado» y aquella noche la siguió. Abordó a la joven, impulsado por su obsesión por ella, y ante los gritos y la resistencia de Fernanda Fabiola le golpeó con una piedra. La introdujo en su todoterreno de color azul y la enterró en una finca a dos kilómetros, en la intersección de la carrera de Valle San Lorenzo y Las Galletas, en la TF-66, cerca de la urbanización de El Palmar, en el municipio de Arona.
El presunto asesino de la joven solía acudir a un cibercafe situado en la calle de Tenerife, en la misma en la que residía. En las puertas de este negocio se reunía un grupo de adolescentes por las tardes; entre ellos Fernanda Fabiola y sus amigas.
Tras el trágico desenlace, los vecinos y amigos de la chica comentan que Héctor Franco «observaba sus movimientos»; algunos incluso señalan que desde su azotea controlaba cuándo se acercaba Fernanda al lugar y cuándo regresaba a casa, pues desde allí se ve el camino Don Virgilio donde la abordó la noche del jueves.