Sábado, 11 de agosto de 2007. Año: XVIII. Numero: 6446.
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INCOGNITAS DE UNA DESAPARICION / En el lugar de los hechos
Una dosis de humor negro en el hotel de la tragedia
Los turistas británicos que abarrotan el Ocean Club tratan de quitar hierro a sus vacaciones en el escenario del 'caso Maddie'
SILVIA TAULES. Enviada especial

PRAIA DA LUZ (PORTUGAL).- No es difícil perderse en Praia da Luz. Lo complicado es encontrar después el camino de vuelta, porque todas las casas son iguales. Como los niños. Todos se parecen un poco a Madeleine McCann, la pequeña de cuatro años que desapareció el pasado 3 de mayo de su habitación en el complejo turístico Ocean Club. Praia da Luz es un trocito de Gran Bretaña metido con calzador en un lugar tan cercano a Marruecos que la radio emite varias cadenas en árabe. Pero, en la urbanización en la que los McCann decidieron pasar sus vacaciones, sólo vale el inglés. Y sus clientes han venido a pasar unas tranquilas vacaciones al sur de Portugal, así que del caso Maddie es mejor que no se les hable.

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La urbanización Ocean Club fue fundada por dos ingleses que vivían en la zona, algo que se nota tanto en los inquilinos y la carta del menú, como en la filosofía del lugar. Ya en la página web del apartotel ofrecen un servicio especial: se puede comparar el clima de Londres con el de Faro. Porque, como dicen en el Ocean Club, «con 3.000 horas de sol al año, el clima del Algarve es el más soleado de Europa y es perfecto para realizar actividades deportivas en el exterior». Y parece que el lema ha servido para su objetivo, puesto que en el club sólo hay ingleses. Ingleses de clase media, bien vestidos y no muy ruidosos.

A la hora de la cena, de 19.00 a 21.30 horas, en las colas en el bufé se habla de todo menos de la pequeña compatriota desaparecida. Desde el jueves, los McCann no pasan el día, como solían hacer, en el recinto. Quizás por eso alguna que otra broma recuerda con cierta sátira británica lo sucedido aquella noche. En la mesa que comparte una familia se acerca una vecina de hotel que, tras comentar algunas batallitas pasadas con la lavadora del apartamento, suelta con pretendida cara de miedo: «¡Hace tres horas que no veo a mi hija!», a lo que sigue una gran carcajada de toda la mesa.

La sombra de Maddie no planea por este lugar, en el que los niños corretean a su aire, comprando patatas fritas de forma compulsiva y cantando sobre un escenario improvisado. Hay servicio de guardería, el que usan casi todos los clientes cuando deciden darse un respiro. Aunque por lo que se puede ver, son pocos los que descansan del trabajo de padres, porque a nadie le falta un niño. Mientras, los mayores apuran las copas de vino entre conversaciones huecas en las que introducir el asunto Maddie no es buena idea. La respuesta es el silencio más absoluto, una mirada recriminatoria, un gesto de desprecio. Sucede con los cuatro miembros de una familia del norte de Inglaterra que tras una amena conversación de sobremesa, le espetan al desconocido: «Del tema de la niña desparecida aquí no se habla».

Y es que a nadie le gusta que le recuerden que donde está pasando las vacaciones con su hijo desapareció una niña hace 100 días y todavía no la han hallado. Sólo los camareros informan al turista despistado de que el restaurante por el que está preguntando es donde sucedió la tragedia. «¿No lo sabe? Desapareció una niña y no la han encontrado, fue allí mismo», comentan casi en susurros con el gesto medio escondido tras la barra. «¿No será usted periodista?, aquí no pueden entrar», inquiere con cara de miedo Xosé, encargado de la barra en el restaurante Tapas. Lo que no le impide, sin embargo, señalar como si fuera un guía turístico los lugares en los que estuvieron los McCann aquella noche.

El ambiente de este lugar es tan familiar, que pocos son los que dudarían en dejar a sus hijos solos en la habitación, tal y como hicieron los McCann. Ellos estaban en el Tapas, el restaurante a la carta del hotel, más caro que el bufé del Milenium, aunque mucho más agradable. Se encuentra delante de la mayor piscina del recinto, que ellos tuvieron que cruzar cada vez que acudían al apartamento que habían alquilado, que veían perfectamente desde sus mesas. Son poco menos de cinco minutos de recorrido a pie. El recinto está diseñado como una urbanización, con calles, bares y hasta un supermercado. Es un lugar en el que los críos corretean con libertad y nadie pasea sin niño. Una persona sola no pasa desapercibida en este lugar, en el que parece que la baja natalidad europea no tiene explicación.

El Ocean Club cuenta con diferentes tipos de apartamentos, pero el que escogieron los McCann era el más caro. Tres habitaciones, cocina, sala y terraza. Dos piscinas, cinco pistas de tenis... Situado junto a la playa, el apartamento cuesta 162 euros diarios entre marzo a mayo, justo cuando ellos residían en el recinto.

Desde hace unos días, no obstante, se han mudado de localidad y se han retirado a una casa, Villa Bibiana, situada cerca del puerto y la estación de trenes de Lagos. Cuenta el señor Manuel, un quiosquero que hace 31 años que llegó a Lagos del norte de Portugal, que la zona en la que viven los McCann ahora «es donde están todos los ingleses ricos». Y recuerda que «Sarah Ferguson, cuando se separó, también vino a esta zona a retirarse».

Dice su manager, David Huges, que a partir de ahora sus apariciones públicas serán escasas. «Mañana [por hoy] irán a misa, como lo harán el domingo, porque son fervientes creyentes católicos». Pero después, quieren reposo absoluto. Y lo conseguirán, siempre que no surjan nuevas pistas sobre el caso.

En Lagos los carteles en los que se ofrece recompensa por cualquier pista sobre el paradero de Madeleine cuelgan de escaparates, farolas y paredes. Son 10.000 euros los que se ofrecen. Una cifra considerable, aunque si se tiene en cuenta la cantidad de dinero que la familia ya ha recaudado, la impresión puede cambiar. En tres meses, los McCann han logrado reunir casi 1,4 millones de euros a través de donaciones anónimas y alguna que otra pública, como la de David Beckham.

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