Lunes, 13 de agosto de 2007. Año: XVIII. Numero: 6448.
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LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XXXVIII) / La investigación
La confesión de un policía
Reconoce que Lavandera les informó en 2001 sobre la banda de Avilés y asegura que jefes de su comisaría lo ocultaron
Por FERNANDO MUGICA

Se llama Francisco Javier Gascón y fue uno de los pocos nombres de policías que pudimos conocer en las sesiones del juicio sobre los atentados. Ahora está retirado y recibe tratamiento psicológico. No ha podido soportar las mentiras de sus propios compañeros de la comisaría de Gijón que han ocultado al juez Del Olmo, durante varios años, que Francisco Javier Lavandera llegó un 8 de julio de 2001 para informar con detalle de una banda de jóvenes de Avilés que presumía de traficar con drogas, coches, armas, documentos, dinero falso y explosivos, y que buscaba a alguien que supiera fabricar bombas con móviles. Gascón era el responsable de la Oficina de Denuncias. Lavandera, delante de él, contó por tres veces a altos mandos de la comisaría todo lo que sabía sobre el asunto. Los mandos lo ocultaron. Luego, negaron que la visita se hubiera producido. Gascón cuenta, ahora, la verdad.

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El inspector Francisco Javier Gascón tiene una mirada risueña. Durante 25 años ha sido policía por vocación. Se quedó viudo en 1999 y un amor rejuvenecedor le llevó a trasladarse a Asturias, en la primavera de 2001.

No llevaba ni tres meses al frente de la Oficina de Denuncias de la comisaría de Gijón cuando un domingo, hacia las 20.00 horas, se presentó ante él un joven no muy alto, muy fuerte, con un aspecto peculiar. Tenía la cabeza rapada y en el lado derecho, encima de la oreja, llevaba tatuado un escorpión de varios colores.

Su experiencia atendiendo a todo tipo de personas le hizo tomarse en serio el relato de aquel muchacho, que confesó desde el principio que era portero de un club de alterne de las afueras de Gijón, El horóscopo. Gascón -que, como ya hemos dicho, llevaba pocas semanas en la ciudad- no conocía ese local.

Francisco Javier Lavandera le contó con todo detalle la existencia de una banda de jóvenes, procedentes de la zona de Avilés, que presumían de hacer negocios con drogas, coches de segunda mano y dinero falso. También alardeaban de poder proporcionar una gran cantidad de explosivos y de tener contactos con ETA. Además, buscaban a alguien que supiera fabricar bombas con teléfonos móviles.

El policía le dijo que por qué le habían hecho a él esa pregunta. Lavandera le contestó que había formado parte de un grupo de élite del Ejército y que en El horóscopo todos lo sabían y que, tal vez por eso, se lo preguntaron.

UN DOMINGO DE JULIO

El inspector Gascón creyó que no podía pasar por alto aquellos datos, a pesar del aspecto del informante. Lavandera dejó claro que no pretendía hacer una denuncia contra nadie. Sólo intentaba aportar una información que consideraba importante. No había acudido antes a la Policía porque hasta el 8 de julio de 2001 no tuvo pruebas de que aquello iba en serio.

Había sido precisamente aquel domingo, unas horas antes, cuando Lavandera tuvo un encuentro casual, en una calle de Gijón, con Antonio Toro Castro. Este le enseñó en el maletero de su coche una gran cantidad de explosivos y detonadores. Ese mismo testimonio lo aportaría más tarde tanto en el juicio de la denominada operación Pípol como en el del 11-M.

Lavandera contó aquel mismo día en comisaría ese encuentro y aportó la marca y el color del vehículo en el que Toro llevaba los explosivos: un Citröen Xsara dorado.

Al inspector Gascón todo aquello le pareció lo suficientemente llamativo como para avisar a sus superiores.

«Lavandera», ha comentado a EL MUNDO el inspector Gascón, «me contó, en aquel primer encuentro, que aquellos presuntos delincuentes eran clientes asiduos del club donde trabajaba, sobre todo los fines de semana, y que gastaban dinero en abundancia».

«Me dijo que no había podido quedarse con la matrícula del coche de Toro. Eso, y el tiempo transcurrido desde que había visto el vehículo hasta que se presentó en comisaría hizo que no considerara necesario alertar a los radio patrullas del 091. Aquel vehículo podía estar ya en cualquier parte y yo sólo tenía jurisdicción sobre Gijón».

Hacia las 20.30 horas de aquella tarde, Gascón telefoneó a la Brigada de Información de la comisaría.

«Los de Incidencias ya se habían marchado. Entonces recuerdo que mi jefe más directo, el responsable del MGO, el Módulo General Operativo, estaba en comisaría. Era el inspector jefe José Ramón García. Se trataba de un policía muy experimentado. Le llamábamos El Oso. Procedía de los míticos inspectores contra atracos de Barcelona. Yo mismo había estado destinado en esa ciudad y pude vivir algo del espíritu de aquellos tiempos», añade.

LA MISMA VERSION, TRES VECES

«García, a pesar de ser domingo, estaba a esas horas en comisaría. Tenía por costumbre venir a consultar las denuncias que se hacían durante el día. Lo llamé y le presenté a Lavandera. Este repitió lo mismo que me había contado. Estaba presente también el jefe de día, que había acudido hasta mí para despedirse. Se trataba del comisario Manuel Ferrero».

«El jefe del MGO comentó en aquel momento que aquello parecía más un asunto de la Policía Judicial. Minimizó la información sobre los explosivos, diciendo que aquello era cosa de mineros. El jefe de día puntualizó que también podía ser cosa de pescadores. El mismo era pescador y conocía ese ambiente. Yo llevaba muy poco tiempo en Asturias y no tenía criterio para saber si el manejo ilegal de explosivos era frecuente o no entre los mineros o los pescadores».

El comisario Ferrero se marchó enseguida, excusándose en que tenía prisa. Fuimos al despacho del inspector jefe José Ramón García. Se sentaron él y Lavandera a un lado y a otro de la mesa. Yo me mantuve de pie; era el único que estaba de uniforme. Lavandera volvió a repetir su relato por tercera vez y esta vez el jefe del MGO tomó nota y escribió todos los detalles, nombres, lugares y fechas».

«Cuando Lavandera terminó, el inspector jefe le dio a firmar aquellas notas, pero no quiso hacerlo. El estaba dispuesto a informar pero no quería que su nombre constara en ninguna denuncia ni declaración».

«Al salir de la comisaría vi que Lavandera estaba decepcionado. Se iba con el convencimiento de que no le habían hecho caso. Yo le dije que estaba equivocado, que no se preocupara, ya que había hablado nada menos que con dos jefes responsables, uno de la Brigada Judicial y el otro un jefe operativo de los MIP».

VARIOS AÑOS DE OLVIDO

Pasaron varios años y aquel asunto quedó, para el inspector Gascón, en el olvido. Sus jefes sabrían lo que tenían que hacer con aquella información. Llegaron los atentados del 11-M y, pocos días después, se publicaban datos sobre la posible implicación del ex minero Emilio Suárez Trashorras.

Lavandera, al enterarse de esas informaciones, habló con el diario El Comercio, de Gijón, para contar que Trashorras y Toro le habían ofrecido dinamita hacía tres años y que él había acudido a la Policía y a la Guardia Civil para denunciarlo. Un artículo con esos datos se publicó el 26 de marzo de 2004.

«Esa misma mañana», continúa su relato el inspector Gascón, «el comisario responsable de la comisaría de Gijón, José Villar del Saz, que venía de tomar un café con el secretario, el inspector de Servicios y -creo- el jefe de la Unidad de Proximidad, entró gritando en el vestíbulo lanzando improperios sobre '¡quién coño había hablado con el tal Lavandera!' Me dirigí al comisario, en presencia de los demás, y le dije que no hacía falta que gritara porque ese individuo era yo. Me pidió que subiera con él a su despacho. Fue allí donde le conté con pelos y señales mi conversación con Lavandera, en presencia de otro policía, no sé en este momento si era el secretario o el inspector de Servicios. De lo que sí estoy seguro es de que, desde las 11.00 horas de ese 26 de marzo de 2004, el comisario Villar tuvo perfecto conocimiento de la visita de Lavandera a la comisaría, en 2001».

«Me preguntó si había dado cuenta por escrito y le dije que no, que había pasado el tema a un superior. En aquel momento no le di el nombre. El me dijo que no me preocupara, que él averiguaría los detalles de lo que había sucedido con aquello. Le di el nombre de José Ramón García dos semanas más tarde».

«El comisario supo que no había ninguna denuncia firmada. Eso le sirvió para asegurar en el juzgado y ante los medios que la denuncia de Lavandera no existía. Pero él sabía por mí que Lavandera nos había dado la información».

«Las cosas no se mueven hasta que, el 16 de octubre de 2004, aparece en los medios la cinta de Cancienes, la grabación donde Lavandera informaba a la Guardia Civil [en agosto de 2001] de los mismos hechos que nos había contado a nosotros. El 10 de noviembre, EL MUNDO desveló su contenido íntegro. En un escrito fechado en septiembre, el comisario Villar afirmó que el asunto de Lavandera era totalmente desconocido en la comisaría de Gijón».

«El mismo día 10 de noviembre Villar me pidió que le ratificara si el inspector jefe José Ramón García había sido el interlocutor de Lavandera. Quería que lo pusiera por escrito. Yo se lo confirmé, pero no lo quise escribir hasta no haber hablado con el interesado. Me pidieron que hiciera una minuta que, sin negar la presencia de Lavandera en comisaría, lo dejara todo en forma difusa. Así lo hice. Es la primera nota que yo firmé, en la que aseguro que todas las personas que habían acudido a la Oficina de Denuncias con información de utilidad habían sido desviadas a las brigadas correspondientes. También decía que no recordaba, por el tiempo transcurrido, qué personal fue atendido», prosigue Gascón.

EL INSPECTOR JEFE LO NEGO TODO

«Esa minuta la ideamos el comisario, el secretario y yo en el despacho del primero, en la tarde del 10 de noviembre de 2004. Después de enseñársela a ambos y de que les pareciera bien, yo la firmé».

«Después de presentarles esa minuta hicieron un escrito, al día siguiente, que remitieron vía fax a la Jefatura Superior de Asturias y que, ignoro por qué causa, fecharon como si estuviera hecho el 15 de septiembre. Esa misma mañana me hicieron una encerrona en la cafetería Arrieta, encarándome con el inspector jefe García. El comisario le dijo que yo le señalaba como la persona que habló con Lavandera en 2001. El lo negó rotundamente».

«Presionados por el fiscal Herrero, el día 18 de noviembre de 2004 el comisario Villar y el secretario, José Rivero, redactaron una segunda nota, en el despacho de éste último y en mi presencia. En ella yo reconozco que se me hace familiar la imagen de Lavandera y que creo que vino a comisaría para facilitar información, pero que sigo sin recordar a qué persona informó. Les puse como condición para firmarla que añadieran un tercer párrafo en el que se dijera que era Lavandera quien mejor podía decir de qué habló y con quién».

«Pasaron unos meses y nadie me preguntó nada más ni me informaron sobre las gestiones realizadas. Hasta que me llegó el rumor de que iban a culpar a Saavedra, un inspector jefe de Información encargado de la lucha anti ETA, de ser quien recibió las confidencias de Lavandera. Fue un calvario para él. A Saavedra le impidieron pasar a segunda actividad. Ahora está retirado».

«Yo fui a Madrid, como testigo en el juicio del 11-M, dispuesto a contar todos los detalles de lo que sabía sobre la información aportada por Lavandera. Para mi asombro, nadie me preguntó nada, aparte de algunas generalidades. Sólo pude confirmar que Lavandera había acudido a comisaría a contar su historia, en julio de 2001, pero no pude aclarar todas las mentiras que se fraguaron para no corroborar durante años esa información».

«Ha desaparecido de su sitio el libro de relevos de la Inspección de Guardia correspondiente a julio de 2001. El comisario Villar fue trasladado a Cáceres, en junio de 2006. Durante varios meses, su familia siguió ocupando la vivienda de la comisaría. El venía a Gijón los fines de semana. Tenía copia de las llaves de los despachos. De hecho, le pillaron en una noche de fin de semana en el despacho de su sustituto, el comisario Canedo. Estos hechos fueron denunciados por el SUP, el Sindicato Unificado de Policía, en su reunión del mes de julio de 2006. Se cambiaron los bombines de las puertas de los despachos de la comisaría».

«Tal vez lo más grave de todo este asunto es que los que recibieron la información de Lavandera en la noche del 8 de julio de 2001 fueron los que negaron por escrito, según consta en el sumario del 11-M, la visita del informante».

LAS MENTIRAS DE LAS MINUTAS

El 18 de noviembre de 2004, el entonces jefe superior de Policía de Asturias, Juan Carretero, envió a la Subdirección General Operativa de la Policía un escrito en el que se incluyó el informe del comisario jefe de Gijón, José Villar del Saz, con las minutas de los policías sobre el asunto. En ellas, el inspector jefe José Ramón García afirmaba que 'no tuvo relación alguna, ni personal ni profesional, con el denominado Fran el de las serpientes. Ni tuvo conocimiento de que hubiese estado en la comisaría con funcionario alguno'».

Igual de tajante se mostró el otro jefe de la comisaría que, según el inspector Gascón, conversó con Lavandera en la tarde noche del 8 de julio de 2001, Manuel Ferrero. En su minuta podemos leer sobre «el informador de la Guardia Civil Lavandero» que «no existió en ningún momento información al respecto por parte de responsable alguno de unidad policial», y que «las gestiones realizadas por esta Inspección al respecto no han dado resultado alguno esclarecedor hasta el día de hoy sobre la realidad de la supuesta presencia» de Lavandera en comisaría.

Para Gascón, está claro. «Mis jefes prometieron investigar la visita de Lavandera y lo que hicieron fue ocultarla. Lo peor es que era gente en la que yo confiaba plenamente, con la que jugaba una partida de cartas todos los días. Mintieron, y estoy dispuesto a ir a cualquier sitio para demostrarlo», afirma.

El inspector Gascón está muy seguro del paso que ha dado. «Han llegado las cosas a un punto que tengo que soltar mi historia. Me han tenido engañado y han querido responsabilizarme de todo. Ahora, que cada palo aguante su vela».

No ha tenido inconveniente en encontrarse con Lavandera. Seis años después de aquel 8 de julio de 2001, se han visto las caras de nuevo en Gijón. El encuentro ha sido sincero y cordial. Han contrastado sus recuerdos sin reproches. Ambos coinciden en que aquel gesto de buen ciudadano que tuvo Francisco Javier Lavandera, al acudir a comisaría para contar lo que sabía, fue el detonante de una pesadilla que les perseguirá todo el resto de sus días.

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