Mattel, el mayor fabricante de juguetes del mundo, ordenó ayer la retirada del mercado de más de 18 millones de productos destinados a los niños -500.000 en España-, tan populares como accesorios de la Barbie, modelos de Polly Pocket, el héroe Batman o el coche Sarge, el simpático todoterreno de Cars, uno de los éxitos más taquilleros de la Disney. Se trata, pues, de una noticia de gran impacto social -Mattel comercializa varios de los productos favoritos de los niños- a la vez que insólita e inquietante. Ya hace unas semanas la empresa sacó del mercado 1,5 millones de juguetes Fisher Price -destinados a bebés fundamentalmente- tras haber detectado un exceso de plomo en la pintura y varios imanes que podrían ser peligrosos. Se da la circunstancia de que todos los productos llevan la etiqueta de made in China.
Un porcentaje muy elevado de los juguetes que se venden en el mercado mundial -en Estados Unidos alcanza el 80%- está fabricado en China. Hace años, las empresas occidentales decidieron manufacturar sus productos en el país asiático para reducir los costes de producción, ya que la mano de obra es mucho más barata que en los países desarrollados. En parte gracias a ello, China se ha convertido en un auténtico gigante que crece al 14%.
Los escándalos de los productos made in China, sin embargo, no afectan sólo a los juguetes. Primero fueron los fármacos contaminados -como la Viagra-, a los que se atribuyó la muerte de cientos de hombres, después los tóxicos en comidas para animales y recientemente los dentífricos con anticongelante para coches. Las autoridades de Pekín -con unos Juegos Olímpicos en puertas- insisten en que sus productos son seguros, pero los escándalos se han cobrado más de una víctima. El ex director de la agencia de alimentos y fármacos fue condenado a muerte y ejecutado por un delito de sobornos en la aprobación de medicamentos. Y el jefe de una de las fábricas de la que salieron los juguetes retirados fue encontrado muerto hace unos días. Según los medios locales, se suicidó.
Parecen ya muchos datos como para que los gobiernos de EEUU y la UE sigan mirando hacia otro lado y no exijan más controles a las empresas que fabrican en China y más responsabilidad a Pekín. Ya no estamos ante el proteccionismo económico para favorecer a los productos made in USA o hecho en España, sino ante una cuestión de salud pública. China crece de forma espectacular, pero hay que preguntarse a qué precio y con qué peligros para el mundo.
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