Sábado, 18 de agosto de 2007. Año: XVIII. Numero: 6453.
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CATASTROFE EN EL PAIS ANDINO / El hambre y la desesperación se apoderan de los damnificados por el terremoto, que toman al asalto los puestos de ayuda humanitaria / Los soldados los dispersan con disparos al aire
Perú despliega al Ejército para frenar los saqueos
Alan García: «Nadie va a morir de sed o de hambre» / España envía 100 toneladas de ayuda
RAMY WURGAFT. Enviado especial

Las arengas del presidente Alan García, llamando a la población «a mantener un espíritu sereno y solidario», no han surtido efecto entre los damnificados por el terremoto que sacudió Perú. En la zona rural que circunda Pisco, una de las más afectadas por el seísmo, los pobladores intentaron tomar por la fuerza un centro de distribución de alimentos instalado por el Gobierno con la ayuda de grupos de voluntarios civiles. Los soldados dispersaron a la multitud efectuando disparos al aire.

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Elba, una funcionaria de la organización de ayuda humanitaria, Intermon, informó a EL MUNDO que los soldados que custodiaban la barraca, tuvieron que hacer disparos al aire para dispersar a esa multitud de hombres y mujeres hambrientos. «El presidente promete ayuda y esa ayuda se la quedan los operadores del mercado negro», denunció una vecina de Humay, un pueblito en el no quedó una sola casa en pie.

«Nadie morirá de sed ni de hambre, eso lo garantizamos», había dicho el presidente García.

Al mediar la mañana de ayer, un temblor grado 5 en la escala de Richter, sembró el pánico entre la sufrida población del centro y el sur del país. En Pisco, los pobladores que habían regresado para rescatar de los escombros lo poco que quedó de sus pertenencias, huyeron despavoridos hacia los cerros. El último movimiento telúrico provocó un desprendimiento de tierra, sobre el tramo de la carretera Panamericana, entre las localidades de Chincha y de Pisco, y abrió una profunda grieta en el asfalto.

Una pala mecánica y una camioneta de la Defensa Civil cayeron al barranco, provocando la muerte a dos de sus ocupantes y a un obrero del Departamento de Vialidad (Tráfico). El puente de San Clemente quedó obstruido y en el lugar se formó un atasco de dos kilómetros de extensión. Unos 50 vehículos pesados, la mayoría de los cuales transportaba ayuda hacia el triángulo de fuego, formado por las ciudades de Ica, Pisco y Huancavelica, se quedaron varados en el embotellamiento.

Uno de los camiones era un remolque multiplataforma de los que transportan automóviles desde el puerto hacia las distribuidoras, en Lima. Las autoridades de la Defensa Civil lo habilitaron para transportar ataúdes.

Al coronel Jorge Forno, de la guarnición de Chincha, se le planteó un dilema: si dar prioridad al convoy que transportaba los ferétros, para dar a los muertos una digna sepultura, o a los camiones que transportaban sacos de harina y alimentos en conserva a los supervivientes. Al advertir que las provisiones no llegarían sobre ruedas, la gente de los alrededores caminó a pie hasta el puente para reclamar que el cargamento fuera distribuido allí mismo y no en los centros habilitados para ese fin. Los más desesperados treparon a la plataforma de los vehículos, desataron las lonas y comenzaron a arrojar los costales de arroz, las frazadas y los galones de agua a la muchedumbre que extendía los brazos y se atropellaba. Por segunda vez en la misma jornada, los uniformados dispararon sus armas al aire.

Santiago Romero, uno de los organizadores de la campaña de abastecimiento, explicó que «los desajustes» en la entrega de ayuda a los damnificados, se deben a la falta de coordinación entre los estamentos gubernamentales y la multiplicidad de organizaciones que han llegado a la zona. «Todos quieren ayudar, todos están llenos de buenas intenciones pero hace falta un cerebro que los organice. Los señores ministros brillan por su ausencia», dijo Romero.

La remoción de los escombros y la búsqueda de supervivientes -si es que los hubiera- también avanza con lentitud. Una flotilla de excavadoras llegó al filo de la medianoche a Pisco, donde el 70% de las viviendas quedaron destruidas. Pero faltaban equipos de precisión, para mover los escombros sin provocar derrumbes. Sólo un puñado de pobladores encontró refugio en el campamento de carpas, levantado en la Plaza de Armas.

Los médicos que asisten a la población advierten que más de un centenar de personas en Pisco ha enfermado de frío y por la llovizna que cae incesantemente, sobre la ciudad mártir. «Hacen falta antibióticos, sulfa, penicilina... Si no llegan los medicamentos, tendremos que enfrentar una epidemia de neumonía... La gente no puede seguir pernoctando a la intemperie», dijo Alberto Chanca, del Hospital de Miraflores.

La especulación es otra de las plagas que se ha abatido sobre los damnificados. Entre los vehículos que traían ayuda humanitaria -y gratuita- había auténticas tiendas ambulantes que vendían todo lo que cabe imaginar, a precios exorbitantes. El presidente, Alan García, advirtió, en su mensaje matinal, que los «abusadores y los usureros serán castigados con todo el peso de la ley». Sus palabras no disuadieron a los traficantes de vender un paquete de cerillas a cuatro soles (cerca de un euro), jarabe contra la tos a 20 soles (cinco euros); y un rollo de papel higiénico a 55 soles (casi 13 euros).

Al mediodía, la policía realizó una batida y confiscó casi tres toneladas de mercancías. Cuarenta de los pillos fueron puestos a disposición de la Justicia pero no habían transcurrido tres horas, cuando los puestos, con sus toldos y sus megáfonos, volvieron a instalarse en la explanada de la municipalidad, bajo las propias barbas del Consejo Edilicio.

Paradójicamente, en muchos casos, los pobladores salieron en defensa de los comerciantes: «Llamémosles piratas, chupasangres o lo que sea, pero su sistema es el único que funciona. Ayer por la noche, el señor García prometió que lo peor ya ha pasado y lo que vemos es que las cosas son peores», decía un vecino de Pisco.

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