Lunes, 20 de agosto de 2007. Año: XVIII. Numero: 6455.
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CATASTROFE EN PERU / Un alto porcentaje de los supervivientes del terremoto actúa como si hubiese sufrido un bombardeo, según los médicos / Muchos de ellos son atendidos con los precarios medios del Hospital de Pisco
«La gente de Pisco actúa como si hubieran sido bombardeados»
El jefe de Psiquiatría del Hospital de Miraflores de Lima dice que el estrés postraumático se ceba en la población, cuyo centro médico fue destruido
RAMY WURGAFT. Enviado especial

«Un alto porcentaje de los supervivientes del terremoto en Perú muestra síntomas de extrema tensión, idénticos a los que padece la gente en zonas de conflicto bélico al estar sometida a constantes bombardeos», dice el doctor Rogelio Núñez, jefe del departamento de Psiquiatría del Hospital de Miraflores, en Lima. Las declaraciones del facultativo se hacen eco de un informe elaborado por el doctor Aníbal Candelaria, quien atiende a la población de Pisco, la ciudad más afectada por el seísmo que el jueves pasado se cobró la vida de unos 500 habitantes del sur del país. Sigue en página 18

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El hospital de Pisco quedó inhabilitado por el movimiento telúrico y, de las 20 personas que estaban internadas, 14 perdieron la vida y dos quedaron gravemente heridas al derrumbarse una parte de la estructura. Núñez advierte que el síndrome del estrés postraumático puede adquirir las dimensiones de una epidemia, si no se toman las medidas necesarias para combatirlo. En el escenario de la catástrofe, el doctor Aníbal Candelaria atiende a cerca de 200 pacientes cada día, muchos de los cuales presentan alteraciones psíquicas. Tiene 27 años, pero en el momento en que ausculta a un paciente o le toma la presión a otro, su rostro se llena de arrugas.

«Menos sal en las comidas, doña. Menos pensar en la muerte y más contemplar la puesta de sol. ¿No ha visto lo hermosos que son los atardeceres?», le recomienda a una mujer que no para de llorar, con una voz que pretende ser oficinesca pero que sale a borbotones, medio ahogada por la emoción.

Aníbal lleva seis ejerciendo la medicina y todavía no consigue revestirse con la coraza que defiende a otros en su profesión, del dolor ajeno y de la propia impotencia. Es un médico residente del Hospital San Juan Bautista, especializado en enfermedades del aparato digestivo y de la piel, pero desde que llegó a Pisco, pocas horas después de la catástrofe, ha tenido que interiorizarse en otras disciplinas, entre ellas, la psicología.

«Junto con los heridos, los quemados [hubo incendios, durante el terremoto] y el resto de los contusionados, llegaron vecinos sin manifestaciones somáticas visibles, pero con arritmia cardiaca y con picos o descensos abruptos de la presión arterial. Les preguntaba si habían padecido antes de cuadros similares y la respuesta era: no, hasta que pasó lo que pasó, nunca».

Daños colaterales

En el recuento de los heridos que el Ministerio de Sanidad actualiza a diario -con una prolijidad digna de elogio- no aparecen aquellos que sufren los daños colaterales, menos perceptibles, de los derrumbamientos y de haber presenciado la muerte de un familiar. El así llamado, estrés postraumático es otra de las plagas que se ceban en la población, que está en estado de shock, como después de haber sufrido un bombardeo. Candelaria aprendió a discernirlo sobre la marcha y consultando, en las breves pausas, un manual que se titula Trastornos de ansiedad en ex combatientes y en dotaciones de auxilio, del psiquiatra norteamericano Kenn Kapeliuk. Ese texto se ha convertido en su vademécum, en su Biblia y en su Corán: lo lleva consigo donde quiera que vaya.

Rolando yace en la camilla con el torso al descubierto y un continuo parpadeo que no le humedece el globo ocular. Se pensó en una conjuntivitis aguda, pero no segrega pus y no se le ha inflamado la córnea. ¿Qué pasa? «Desde el viernes sucede que a ratos todo se me borra, como si viera las cosas a través de una cortina. Cierro los ojos y aparecen patitas de araña. Los vuelvo abrir y de nuevo todo está envuelto en neblina», dice el muchacho con una voz arrastrada igual a la de los ebrios. Un oftalmólogo colombiano, que vino de voluntario, lo revisó y dijo que tiene los ojos algo irritados, como todos los vecinos, a causa del polvillo que flota y no decanta. Pero nada más que eso.

Aníbal Candelaria le diagnosticó una neurosis obsesiva que incluso un profano hubiera podido advertir, pero como nuestro interlocutor está pisando en territorio ajeno, habrá que esperar a que un especialista lo ratifique. Mientras, Rolando, buen alumno e hincha del Sporting Cristal, tiene la obsesión de que se está quedando ciego y no se atreve a salir del perímetro del hospital de campaña. Su hermanito, de dos años, se le murió en los brazos cuando lo llevaba por la calle, pidiendo ayuda.

Enfrente de los toldos que hacen de pabellón y de las cajas de remedios, está la fachada del Hospital de Pisco, que fue diseñada y ejecutada por Franco y Alfio Cossio, arquitecto e ingeniero de origen italiano. Los hermanos trabajaron a conciencia y los resultados están a la vista: buena parte de la construcción resistió los 8 grados en la escala de Richter del terremoto. El techo se sostuvo sobre los robustos pilares pero las paredes y la planta alta se hundieron, junto con las camas, el aparato de rayos X y los enfermos, que no eran muchos.

El doctor Candelaria estaba viendo una película en Lima, cuando el suelo se encabritó, en cambio la enfermera Patricia Suncabay atendía en la recepción del establecimiento pisqueño, a un paciente asmático. «Veo la pantalla del ordenador que se apaga y el tubo de neón lanzando chispas y luego todo se ennegrece. Al recobrar la conciencia, me encuentro sentada en el suelo; ya es de noche y el hombre que tosía ha desaparecido, pero su hoja clínica está allí. El suelo está partido en dos y de la grieta brotan quejidos y llantos. En las sillas de la antesala está sentada una mujer embarazada, con los brazos caídos y al costado, unas extremidades asoman de la techumbre que se sigue desprendiendo».

Patricia sufrió un desplazamiento de cervicales y hematomas superficiales, pero no quiere ponerse el collarín porque le molesta para trabajar. «El Señor me perdonó la vida para que ayudase a mis semejantes, para que sea una buena enfermera y una buena madre, pero no sólo de mis hijos sino de todos los niños de Pisco», susurra.

Por este pueblo y por todo el entorno, corrió la voz de que en Pisco existe un doctor caritativo que se ocupa de las dolencias que no tienen explicación clínica. Gracias a su misión precursora, el Ministerio de Sanidad resolvieron enviar un equipo de psicólogos, para socorrer a aquellos que andan como si se hubieran extraviado en su propio pueblo, desde que perdieron a un familiar o a un amigo en una batalla desigual contra las fuerzas de la naturaleza.

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