Nadie podrá negarle a Alberto Ruiz Gallardón tenacidad e insistencia en la persecución de lo que él considera que es su interés político. Sobre todo si ello le obliga a tirar por la calle de en medio y saltarse los procedimientos vigentes en su propio partido. Lo demostró cuando en los años 90 se empeñó en favorecer al Grupo Prisa en el negocio de la televisión de pago para obtener su protección mediática; lo demostró cuando en las elecciones de 2003 se obstinó en llevar a Ana Botella en su candidatura municipal para reconciliarse con Aznar; y vuelve a demostrarlo ahora cuando está empecinado en que Rajoy lo incluya en la lista por Madrid al Congreso.
Por si no hubiera quedado suficientemente claro en aquella desafortunada intervención en la que al día siguiente de las últimas elecciones aguó la celebración de la victoria del PP poniendo su ambición en el centro del debate, Gallardón aprovechó ayer una de las jornadas de mayor desmovilización política del año para copar el protagonismo informativo reiterando a la agencia Efe que eso es lo que quiere y pide abiertamente. Lo de menos es la inconsistencia de sus argumentos, similares a los que él ha criticado en Miguel Sanz a la hora de pedir grupo propio para UPN. Dice que hace falta que «la voz de Madrid» se oiga en el Parlamento y que «grandes alcaldes de Madrid como Tierno y Juan Barranco» -sic- compatibilizaron la vara municipal con el escaño (¿por qué no advierte que el «gran alcalde» del PP, es decir Alvárez del Manzano, nunca lo hizo?).
Tal vez Gallardón piense que «Madrid» es él, pero no debe olvidar que el PP tiene una estructura regional que algo tendrá que decir sobre la composición de las listas y en cuyo comité él y su vicealcalde quedaron en clamorosa minoría la última vez que se atrevieron a medir sus fuerzas. Gallardón soslaya las apelaciones a la prudencia y la invitación a dedicarse «a una sola cosa» que le formulara Rajoy y alega: «No recuerdo ni un solo compañero del partido contrario a mi deseo a ir en las listas». Como si le hubiera oído, Jaime Mayor Oreja, señaló ayer que es contrario a «que personas que han tenido éxito en los ayuntamientos den un salto al Congreso. Un alcalde es insustituible». Más claro, agua. Pero es que además, Gallardón se ha olvidado pronto del compromiso que asumió tras la última polémica abierta por él. «Si hablar de esto genera polémica, no hablaré de esto y ya está», dijo, aunque poco le han durado las buenas intenciones. Si continúa por ese camino, es posible que dirigentes como Esperanza Aguirre, Angel Acebes, Eduardo Zaplana, Ana Pastor, Pedro Luis Valcárcel, Juan Vicente Herrera, José Manuel Soria o Francisco Camps emulen a Mayor Oreja y digan en público lo que comentan en privado.
La ambición de Gallardón es legítima siempre que no desatienda a los madrileños que acaban de votarle y que ponga la verdad por delante: que lo que él quiere es formar parte del Grupo Popular ante la eventualidad de que Mariano Rajoy pierda las elecciones y abandone la política, para optar a sucederle en mejores condiciones que quienes tuvieran que hacer la labor de oposición desde fuera del Congreso. Gallardón sabe que si compitiera en pie de igualdad frente a un Rodrigo Rato o a una Esperanza Aguirre que no podría ir por ser incompatible, no tendría nada que hacer cuando se pronunciaran las bases. Puesto que este es el leit motiv y no otro, Rajoy tiene ahora dos opciones: o bien zanjar la cuestión clara y rotundamente o convocar un Congreso del PP para ver quién está en mayoría y quién en minoría.
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