El parte político de la guerra en Irak hace tiempo que superó en importancia al militar. Con 100 iraquíes y tres soldados estadounidenses muertos cada día durante meses, los 14 marines fallecidos ayer al caer su helicóptero y los, al menos, 20 iraquíes asesinados por un coche bomba ante otra comisaría es más de lo mismo. La noticia no está en el frente militar, sino en el reconocimiento generalizado del desastre y en el distanciamiento creciente entre Washington y Bagdad.
Aunque George Bush no quiera reconocerlo, la cuenta atrás para la retirada ha empezado. El general David Petraeus deberá rendir cuentas ante el Senado el 11 de septiembre y, aunque ayer Bush volvió a llamar al primer ministro iraquí «un buen tipo, un buen hombre», Nuri al Maliki será, seguramente, el próximo chivo expiatorio. Sus coqueteos con Teherán, donde estuvo hace 10 días, y con Damasco, adonde viajó esta semana, sólo servirán para acelerar su caída. La campaña electoral estadounidense necesita víctimas propiciatorias y Al Maliki no será la última. Diecisiete de sus ministros han dimitido, el 90% de la población apenas recibe electricidad y agua una hora al día y, sin milicia propia, el primer ministro carece de todo poder.
El problema no es Al Maliki sino Bush y los asesores que le siguen fabricando fantasías sobre Irak como las que vertió ayer en su discurso ante los veteranos de guerra en Kansas City. En vez de reconocer el error de la invasión y aceptar las propuestas del plan Baker-Hamilton para salvar los trastos, volvió a su viejo sueño de un Irak libre y democrático y equiparó una vez más la invasión a las guerras contra los nazis y contra los comunistas en Corea y en Vietnam, en un intento fatuo de reescribir la Historia.
Sería estupendo, sin duda, un Irak libre y democrático, pero a estas alturas resulta tan peligroso como increíble que Bush siga ignorando los desastrosos efectos de la intervención militar, el Estado fallido que ha producido, las matanzas y la limpieza étnica que ha generado, la victoria estratégica que ha regalado a Irán y el riesgo de guerra regional suní-chií que ha provocado.
Que Al Maliki se vaya o se quede no cambia nada, pero afirmar, como hizo ayer Bush, que retirarse de Irak sin victoria es repetir el error de Vietnam y reproducir los millones de refugiados y de muertos en los campos de reeducación y de muerte de Indochina significa ignorar que la ruptura y el genocidio de Camboya fueron consecuencia, precisamente, de la invasión estadounidense.
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