Nicolas Sarkozy puede sentirse satisfecho de sus primeros 100 días en el Elíseo. Aunque los resultados macroeconómicos del segundo trimestre han sido decepcionantes (crecimiento cero y empleo estancado) y se ha visto obligado a hacer algunas concesiones importantes a los sindicatos y a los estudiantes, dos tercios de los franceses -incluido uno de cada tres votantes de izquierda- aprueban con nota su gestión. Lo hacen porque el nuevo presidente, como De Gaulle en 1958, ha roto a la oposición incorporando a su equipo seis ministros y subsecretarios de la órbita socialista, porque está cumpliendo -cosa rara en los políticos de hoy- sus promesas y porque, como afirma el historiador Max Gallo, socialista converso a Sarkozy, está evitando los principales excesos y desastres pronosticados por sus adversarios. Por encima de todo, tras 12 años de parálisis, Francia ha vuelto a moverse.
Sarkozy es omnipresente y ha hecho gala de una agenda y de un orden de prioridades que sus rivales no dudan en tachar de efectista. Le critican el «oportunismo» con que ha abierto el debate sobre la castración química de pederastas o el que dicen que destila su política exterior. Pero lo cierto es que en pocos días hizo posible un proyecto de minitratado en la UE y negoció con Libia la liberación de las enfermeras búlgaras. Devolvió la esperanza a una intervención internacional eficaz que pueda poner fin a la matanza en Darfur y reunió a los principales responsables de la crisis libanesa en París. Ha marcado distancias con la Casa Real marroquí y ha restablecido relaciones con la Casa Blanca de Bush.
Si es pronto para evaluar resultados en política exterior, lo es mucho más para valorar los efectos de sus primeras reformas en política interior: recortes fiscales, autonomía universitaria, servicios mínimos en el transporte público, endurecimiento de penas para reincidentes y mayores de 16 años, y supresión de 22.700 empleos de funcionarios, más de la mitad de ellos en la enseñanza. Mientras se lamen las heridas, los supervivientes socialistas le acusan de cambiar las reglas constitucionales y de anular a su Gobierno. Los liberales que esperaban una revolución inmediata lamentan sus pactos para evitar huelgas masivas. El rechazo por el Constitucional de los recortes retroactivos de impuestos para la adquisición de vivienda le obligan a revisar sus planes para reactivar este sector. A pesar de ello, sigue dispuesto a cumplir el calendario de reformas prometido, empezando por la flexibilización laboral y el sistema de pensiones, el próximo mes de septiembre.
La luna de miel se acabará algún día y la oposición recuperará la unidad perdida. Muchas de las iniciativas externas fracasarán. No importa. Es ley de vida en toda democracia. Lo importante es que Francia vuelve a estar viva y Europa ha recuperado, con Sarkozy, un liderazgo más que necesario para afrontar los nuevos desafíos.
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