Sábado, 1 de septiembre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6467.
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DECIMO ANIVERSARIO / Emocionantes palabras del príncipe Enrique durante el funeral en recuerdo de su madre, Diana de Gales / Una multitud agolpada a las puertas de la capilla ovacionó a la reina Isabel II
«Fue la mejor madre del mundo»
EDUARDO SUAREZ. Corresponsal

LONDRES.- Las tiernas palabras del príncipe Enrique humedecieron los ojos de muchas de las personas que seguían ayer desde la calle el funeral en recuerdo de Diana de Gales: «Fue la mejor madre del mundo». El hijo menor de la princesa, tantas veces denostado por frívolo y pendenciero, logró captar la atención de todo el mundo con un discurso muy personal en el décimo aniversario de la trágica muerte de su madre.

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A diferencia de lo que ocurrió hace una década, esta vez no hubo controversia y el público -que escuchó respetuosamente el funeral a las puertas de la capilla de la guardia, junto al Palacio de Buckingham- ovacionó calurosamente a la reina a la salida del acto. Fue como si las heridas abiertas entonces se cerraran por fin del todo y como si los incondicionales de Diana volvieran al redil de la Monarquía, reconociendo el trance por el que tuvo que pasar Isabel II en aquellos días.

En realidad, el acto religioso oficial estaba concebido para que así fuera. Un fuerte dispositivo policial custodiaba el acceso a la capilla de los Wellington Barracks, la pequeña iglesia donde tuvo lugar el acto. No había pantallas gigantes en la calle, como hace 10 años, sino sólo unos altavoces que transmitían hacia fuera la señal de audio de lo que ocurría en el interior del templo.

Dentro, los príncipes monopolizaban el clímax emocional de la ceremonia. No tanto el primogénito Guillermo -que leyó un fragmento de la epístola de San Pablo a los Efesios- como sobre todo su hermano Enrique, que leyó un texto emocionado sobre la princesa. «Su muerte fue indescriptiblemente impactante y triste», proclamó el príncipe, que tenía sólo 12 años cuando murió Diana. «Mientras vivió, no valoramos suficientemente su amor a la vida, sus risas, su alegría y su fantasía. Ella fue nuestra guardiana, nuestra amiga y nuestra protectora».

«Lo último que hacía cada noche era darnos un beso», continuó. «Su sonrisa de oreja a oreja nos saludaba cuando volvíamos de la escuela. Se reía incontrolablemente cuando compartía alguna anécdota que le había sucedido ese día y nos animaba siempre que estábamos nerviosos o inseguros», añadió.

Con voz entrecortada y visiblemente emocionado, Enrique concluyó sus palabras con un mensaje inequívoco: «Lo que es más importante para nosotros ahora y en el futuro es que se recuerde a nuestra madre como ella habría deseado ser recordada, exactamente como era: vital, generosa, cabal y enteramente genuina. [...] Ella nos hizo felices a nosotros y a mucha otra gente. Y ojalá que sea así como se la recuerde». Fuera de la capilla, cientos de personas saludaron el final de sus palabras con una sentida ovación.

Un frío silencio recibió sin embargo las del obispo de Londres, Richard Chartres, cuyas labores como albacea de la princesa le han acarreado muchas críticas en los últimos años. Chartres destacó el papel de Diana en la lucha contra las minas antipersona y los prejuicios del SIDA, ensalzó sus gestos hacia los desfavorecidos -«espontáneos, no coreografiados»- y subrayó que a partir de ahora había que mirar al futuro: «Dejémosla [a Diana] descansar en paz».

«Es fácil que la persona real se pierda en las imágenes si se insiste en que todo es oscuridad o todo es luz en ella», proclamó el prelado. «Diez años después de su trágica muerte, hay todavía arrebatos de furia sobre este o aquel incidente y la memoria de la princesa se utiliza de un modo partidista. Que todo esto termine aquí. Que este oficio marque el punto en el que nosotros la dejemos descansar en paz y tratemos su memoria con gratitud y compasión».

El mantra oficial del día de la jornada era sin duda la palabra futuro y los cientos de personas que siguieron el oficio desde los aledaños de la capilla lo interiorizaron, dedicando los aplausos más calurosos a los jóvenes príncipes, que los agradecieron de camino al coche con un saludo breve pero muy celebrado. Mucho más desganado fue el movimiento de mano de la reina, vestida en esta ocasión de violeta, que sin embargo cotizó alto en el aplausómetro, sólo superada por sus nietos y por el incombustible Elton John.

Se dejaron ver también el músico Cliff Richard y el fotógrafo Mario Testino, autor de las fotografías icónicas de la princesa. También el primer ministro, Gordon Brown, con corbata a juego con el traje de la soberana y con el de su esposa Sarah, por lo general sencilla y ataviada ayer sin embargo con un extraño tocado en la cabeza.

En general, el abismo entre lo ocurrido ayer y lo de hace 10 años es muy similar al que separa a Brown de su antecesor, Tony Blair, presente también con su esposa en el funeral. Hace una década, Blair supo cabalgar sobre el tsunami del apoyo popular que se desató en torno a la figura de la princesa. Brown, esta vez, ha preferido mantenerse al margen de un acto preparado personalmente por los hijos de Diana, pero es inevitable ver en el tono sobrio y contenido del funeral el signo de un tiempo político muy diferente.

La ceremonia incluyó dos oraciones compuestas para la ocasión por el arzobispo de Canterbury, una breve intervención de la hermana de la princesa, Sarah McCorquodale, y algunos de sus himnos preferidos, en especial I Vow to Thee, My Country, que ya se interpretó en su boda y en el día de su entierro.

Pero éste no fue el único acto oficial en recuerdo de la princesa. Por la tarde, las catedrales de Manchester, Bristol y Cardiff celebraron oficios similares. En el ámbito de lo extraoficial, lo más esperado fue el homenaje de los almacenes Harrods, donde el dueño, Mohamed al Fayed, y sus empleados guardaron dos respetuosos minutos de silencio frente a la rocambolesca estatua de Dodi y Diana esculpida a raíz del fatal accidente.

Muy cerca, en la que fue la casa de Diana durante 16 años -el Palacio de Kensington-, cientos de admiradores dejaron flores y mensajes para la princesa. Los más recalcitrantes -el llamado Círculo de Diana- contraprogramó con una especie de oficio religioso el -según ellos- indigno funeral oficial.

Lejos del bullicio de la capital, en la finca de la familia Spencer en Althorp, se celebró en la tarde de ayer una ceremonia íntima por expreso deseo del hermano de Diana, el conde Charles Spencer.

Spencer -que hace 10 años hizo temblar los cimientos de la Monarquía con su despectivo discurso en la Abadía de Westminster- asistió ayer al acto oficial como un corderito y salió luego en dirección a la finca, en la que se halla enterrada la princesa, en una frondosa isla en el centro de un lago.


Camila pasa el día sola

Lo viera o no por televisión, la taciturna Camila pasó el día del funeral sin compañía. Su paradero de ayer era desconocido. Según el Telegraph, estaba en el castillo de Balmoral; según The Sun, en la cercana finca escocesa de Birkhall; según el Daily Mail, en su casa de campo del condado de Wilt. Por una de esas ironías de la vida, la capilla donde se celebraba el acto de ayer es la misma donde contrajo su primer matrimonio en 1973. Invitada por los hijos de Diana al funeral, Camila decidió a última hora no ir por las presiones de los amigos de la princesa y al parecer por sugerencia de la propia Isabel II, que no quería distraer la atención del objeto del evento. En realidad, todos culpan del fiasco al príncipe Carlos y a sus asesores, empeñados en meter a Camila con calzador en la ceremonia. Ayer los diarios británicos publicaban una fotografía de la solitaria Camila cogiendo el miércoles setas en Balmoral mientras todos los miembros de la Familia Real regresaban a Londres para la ceremonia. Después, Carlos salió al encuentro de su esposa, con la que pasará el fin de semana en su finca de Cornualles. Luego ella tomará un vuelo para disfrutar de unas vacaciones en las islas griegas, lejos de la polémica que la ha acompañado en los últimos días.

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