El que fuera vicepresidente económico durante los gobiernos de Aznar y director gerente del FMI, Rodrigo Rato, ha despejado de forma definitiva la incógnita sobre su futuro político de cara a las elecciones, asegurando que «bajo ninguna circunstancia» concurrirá a las próximas generales.
Nadie tendrá ninguna duda, ni dentro ni fuera del PP, de que para este partido no es una buena noticia. El prestigio de Rato, vinculado a su exitosa gestión al frente de Economía, hubiese reforzado mucho la candidatura de Rajoy, y más ahora, cuando acechan nubarrones en ese área y lo más probable es que Solbes no continúe en el equipo Zapatero .
Sin embargo, la dedicación a la vida pública debe partir ante todo de una decisión personal y voluntaria, y nada más se le puede pedir a Rato, quien, aunque se vaya a dedicar a la actividad privada, seguirá apoyando con toda seguridad al PP. Es hora por tanto de que tanto la cúpula del partido como sus votantes se hagan a la idea de que el ex ministro no va a ir en sus listas. Rajoy perderá una baza, pero eso no significa que no tenga otras, tanto desde el punto de vista de las personas como, sobre todo, del programa.
La decisión de Rato tiene una consecuencia inmediata, y es que otorga aún más relevancia a la que Rajoy debe tomar sobre Gallardón, pues la presencia de éste en el Grupo Parlamentario condicionaría un eventual debate sucesorio. Una de las fórmulas más razonables de enfocar los deseos del alcalde de Madrid sería que fuera en las listas del Senado. Desde la cámara de representación territorial, Gallardón podría, como pretende, defender los intereses de la capital después de haber contribuido durante la campaña a que Rajoy gane las elecciones, sin así obtener ventaja de cara a una eventual sucesión. Sin olvidar de que en la Cámara Alta también puede estar Esperanza Aguirre, a quien los votantes del PP, según la reciente encuesta de EL MUNDO, valoran por encima del alcalde. Las declaraciones de ayer del secretario de Comunicación popular, Gabriel Elorriaga, asegurando que Gallardón es «uno de los grandes activos del PP» y «hay que decidir de qué manera se cuenta» con él, podrían ir en esta dirección. Más cuando el 80% de los electores de este partido también considera que los alcaldes de las grandes ciudades no deberían compatibilizar ese cargo con el escaño de diputado.
Más allá de este debate, lo relevante es que el PP sigue siendo en estos momentos el único instrumento adecuado y eficaz para cambiar la actual política española y, por tanto, la opción más útil para quienes se sienten insatisfechos con la gestión de Zapatero. El líder de este partido es Mariano Rajoy, con sus virtudes y defectos, y, como recordábamos en un editorial reciente, también a Aznar antes de convertirse en presidente se le cuestionó su capacidad de liderazgo, con la diferencia entre ambos de que Rajoy llegaría a La Moncloa mucho mejor preparado que aquél por su amplia experiencia previa en el Ejecutivo.
Hasta ahora todas las críticas a Rajoy se han centrado en un debate de personalidades, pero lo verdaderamente relevante de cara a las elecciones de marzo va a ser la oferta política y programática de los partidos que concurren. En ese terreno, el PP ha demostrado hasta ahora tener una idea de España y de los españoles mucho más cercana a la realidad que su principal rival.