ESPAÑA 81

MADRID.- ¿Habría muerto el sentimiento después de la voracidad ante Grecia? ¿Volvería la selección a los principios de Croacia? España negó cualquier sospecha desde el arranque. Sería serio el encuentro que Pepu Hernández recurrió por primera vez a Jorge Garbajosa para el quinteto inicial, otro apunte de la evolución certera del ala-pívot madrileño. Además, Rusia es un conjunto que no permite la duermevela. Obligan a la actividad o derrumban al rival. Especialmente, en el inicio del encuentro, aprovechando los huecos que permite toda defensa zonal, manchó al contrario desde el 6,25, desde las esquinas. Desde las dos acertó Khryapa, que hizo un tercero en diagonal al aro. Sumados a un triple de presentación de Kirilenko y a otro frontal de Morgunov -ante la mirada de Pau Gasol-, Rusia se posicionaba evidentemente en la cabecera de la carrera, pero sin anunciar ningún drama.

Gasol hacía bajo los aros lo que los rivales en la lejanía de él (incluida una labor reboteadora que secó a Savrasenko). Un juego de contrastes, que equilibró Calderón con dos triples en el cuarto inicial, declarado nulo a efectos de la resolución del encuentro. Se fue tan rápido que ocurrió algo novedoso en la vida de Pepu Hernández como seleccionador. Se le marcharon los 10 minutos sin realizar ni un cambio. Para el segundo acto aparecieron Navarro y Felipe Reyes. Se desata el festival. España no muerde tanto en los arranques como cuando pisa la segunda línea, cuando regresa la primera, y otra vez la segunda. En cada cambio, la selección brinca.

Porque no hay equipo en Europa, sólo Estados Unidos en el planeta, que prescinda de un Garbajosa y muestre a Felipe Reyes, o viceversa. No hay selección que olvide a Rudy Fernández y reclame la presencia de Navarro, o viceversa. Nadie aguanta ese baile inigualable. Ni siquiera el mejor Kirilenko. Como en 106 segundos de partido ya había cometido dos faltas, su entrenador le envió al banquillo. El ala-pívot solicitaba explicaciones sobre su cambio, como si no fuese resultado de pura lógica. Cuando reapareció salió con toda el hambre atrasada, que es de toda una temporada. Fue saberse que su mujer Masha Lopatova le permitía una infidelidad por año, el revuelo subsiguiente, los tiros que no entran, el entrenador que se ofusca y te desprecia... Se le escaparon los meses con peores números en la NBA que en su temporada de debutante. Ha elegido el Eurobasket para limpiarse.

La señora Kirilenko, cantante, mujer liberal, le ha devuelto al buen camino del honor profesional. Es su sombra en el hotel de concentración, en cada movimiento de ida o vuelta al entrenamiento, y hasta cuando va al baño -unisex en la zona de prensa- lleva la acreditación de su marido colgada del cuello. No vaya a ser que se le pierda el chico, un prodigio atlético, nueve puntos en el segundo cuarto, el asidero ruso desecado su tiro exterior (ocho errores desde el triple, ningún acierto, en el segundo cuarto). Kirilenko se vio contrarrestrado por Navarro. El ex del Barcelona sólo precisó 54 segundos para dejar una bomba y un triple, dar la vuelta al liderazgo, constante para España en adelante, dentro de un encuentro competido, que habla de Rusia como de un candidato a las semifinales, sobre todo en días en que su base, Holden, alcance cierta claridad, argumentos que oponer al mejor Calderón de septiembre.

Bases.

Si había una línea española discreta en general durante el campeonato era la de los bases. El titular se ubicó ayer fuera de lo convencional. Su explosión tras el descanso acabó por desarbolar al rival. Siete puntos consecutivos en el arranque, unidos a un par de Gasol, potenciaron la diferencia hasta los 12 (37-49). Tenía que perseguir Rusia, con elementos justos. Tiene equipaje que ha sobrevivido al hundimiento del hundimiento, a la caída de la URSS con sus 14 oros europeos, a la retirada de los herederos directos de los soviets (subcampeones mundiales en 1994 y 1998). La vanguardia rusa proviene ahora de otra clase. Blatt, burgués de las profundidades de Kentucky; Kirilenko, millonario proletario de la factoria de los Jazz, y Holden, estadounidense nacionalizado. Cuando éste último se animó, tarde, en el tercer cuarto, su equipo se sostuvo. Un tipo de circunferencia generosa, con la hoz y el martillo serigrafiados en los pómulos, lo celebraba como propio. Y lo es por pasaporte, aunque no baste para vislumbrar el pasado, imposible cuando funcionan los modernos golden boys, alimentados con confianza de la buena, camino de cuartos, si vencen a Israel, como primeros de grupo.