ESPAÑA 82
GRECIA 77
MADRID.- Esta semifinal envenenada nunca habría sido de España en Grecia, y a punto estuvo de no serlo siquiera en Madrid, con el público cariñoso, envalentonado. El visitante estableció la temperatura, el reglamento válido para el partido. El encuentro del todo vale, del fin antes que los medios, de así o nada. Adaptarse o perecer. La selección de Pepu Hernández extravió la iniciativa, pero supo soltarse con habilidad y concentración las ataduras para confirmarse como finalista del Eurobasket. Será la sexta lucha por el título, todas hasta ahora infructuosas. Ese reto tiene pendiente para hoy en un duelo que puede concluir peor, pero que será menos escarpado. A España se le presenta la oportunidad de hacerse de oro un año después de lograr el título mundial, algo que sólo consiguieron la URSS y Yugoslavia, momias en sus sarcófagos. Peleará contra un rival persiguiendo la historia.
Semifinal, dolor para España. La selección se ha confirmado como insuperable por la vía convencional del fair play. Argentina buscó otro camino hace un año, y sólo un error de Nocioni en el tiro permitió que ganasen los buenos. Igual ayer, agonía reciclada para el conjunto de Pepu Hernández ante una Grecia de uñas largas, puños de acero y codos sueltos. Diferente el desenlace, abreviada la angustia. La experiencia, un valor, para no rendirse obediente a quien busca humillar y, al contrario, lograr emerger presumiendo de la nueva facultad adquirida. «Este equipo falla en los finales apretados». La vida placentera de los últimos dos años había dado vigencia a esa sospecha, que se fortalecía después de la derrota ante Croacia en la primera fase, invalidada tras el ejercicio de madurez plasmado ayer en un partido que fueron muchos, todos dentro del mismo envase de 40 minutos.
El choque se reinventó sobre los pronósticos desde un inicio extraño, con Grecia decidida a correr, negando sus principios de este trienio, destinado a negar la velocidad, de compás sereno. Decididamente, los helenos entendieron que debían cambiar de planteamiento si pretendían el éxito. Si de los dos encuentros precedentes entre ambos, en el plazo de un año, habían sido expulsados antes del descanso, ayer no podían plantear el mismo esquema. Adoptaron un patrón cercano al español. Probaron la opción del contraataque, la alternativa de ofensivas cortas, con un resultado nada despreciable. España, mientras, aguantaba, reinterpretaba los parámetros de la tarde, encogida.
La selección se abastecía de Pau Gasol, al que buscaba de forma excesiva y atropellada. Porque al pívot le costaba ganarse los centímetros para recibir. Cuando los compañeros daban con él, entonces se borraban las dudas sobre lo idóneo de la acción (7/10 en dobles, y siete faltas recibidas). No obstante, en los intentos por encontrar canales con la estrella, tantas veces torpedeados, obligando a volver a empezar, se ralentizaba la circulación de balón. El ataque no era natural. España comenzó a batir las alas cuando encontró el equilibrio. Palabra mágica, que propuso Calderón desde el triple, con tres aciertos ya en el primer parcial. El anfitrión viraba hacia la primera opción de fractura, resumida en el 37-26 (min. 15), tras un triple de Carlos Cabezas.
Hay ocasiones en que las bendiciones son de muerte. Cegado por su puntería en el triple, el local realizó algunos intentos apresurados que animaron la respuesta de Grecia, que después de aquel arranque ficticio llevaba el partido a un terreno plácido para sus maneras, de protestas, ritmos atrancados y juego entre lo furtivo y lo genial. En esas coordenadas se da cuerda a sí misma. Con un parcial 2-13 llegaron a igualar (39-39) a segundos del descanso (41-39). Los helenos se veían por primera vez con la opción de discutir con España en los parciales cruciales. Mil veces se ha dicho, y no faltará una más, ésta, de afirmar que estos chicos, ya hombres, golden boys, son extranjeros de sí mismos.
Con truenos y relámpagos, cuando la defensa visitante se cerraba rigurosa, la propia en zona se resquebrajaba por el mismo centro y Spanoulis la armaba, apareció la medicina, Navarro, con sus efectos lenitivos. Ocho puntos consecutivos, a pecho descubierto, siendo ese jugador único, triples con el reloj de posesión a cero, entradas consumadas en absoluto desequilibrio. Un genio andaba suelto, y Diamantidis lo supo. Por eso, cuando se cerró el tercer cuarto se fue a por él intentando desestabilizarle con marullería. No respondió el escolta, razón de que España respirase, lanzador del sprint nada más entrar en el cuarto definitivo. Puso otro triple, de mudar los colores, del azul heleno al rojo español.
Cuando se vive rodeado de tinieblas hay que permanecer inmóvil para acostumbrar la vista, y luego andar con seguridad, como si a plena luz del día fuese. Entender que ha cambiado el registro, que no sirve la excelencia, que los árbitros han perdido el control del encuentro, que lo prioritario es proteger la guarida, esos rebotes ofensivos (14) que engordan a la bestia, y después lanzarse hacia el aro contrario, del vigente campeón de Europa, un conjunto que emplea todas las artes, algunas claramente sucias, pero que posee la patente de la competitividad, oficio y talento. Hay que saber que ya no es baloncesto, sino un combate por sobrevivir. Entendido el mensaje, ya sí establecer como único sonido el repiqueteo del martillo sobre el ataúd, ahora con un triple de Navarro, otro de Calderón, los tiros libres de Pau Gasol, Jiménez y Garbajosa, que ellos cinco desentrañaron la ruta del laberinto. A la salida les colgaron una medalla y les entregaron un pincel para que la lustren a su antojo, oro o plata.