«Todo fue muy extraño. Escuché una explosión enorme, todo tembló y luego sentí muchísimo calor, como si hubiera una hoguera en la oficina». El fuego del que hablaba el tembloroso George Abdo -un cristiano empleado en la oficina del YMCA- consumía vivo al diputado libanés antisirio Antoine Ghanem y a otras ocho personas a sólo 20 metros del joven.
Otras 20 personas resultaron heridas en el atentado de ayer, el último que padece el Líbano a seis días de una elección definitiva para el futuro del país.
Cuando George volvió en sí tras la conmoción de la detonación, sucedida en el área cristiana de Sin el Fil, al sureste de Beirut, sobre las 17.20 horas, y se asomó a lo que había sido su ventana, vislumbró, entre la humareda, los vehículos en llamas del convoy de Ghanem.
La zona comercial había quedado devastada. Cristales y restos calcinados de vehículos quedaron esparcidos un kilómetro a la redonda de un distrito que acoge la residencia del ex presidente Amin Gemayel, líder de la Falange Cristiana -partido al que pertenecía Ghanem, de 64 años- y padre de Pierre Gemayel, ministro cuyo nombre ya se sumó en noviembre a la lista de políticos asesinados que no para de crecer en el Líbano.
Al tiempo que los bomberos se afanaban en sacar restos humanos del coche que llevaba al diputado -reducido a chatarra por 30 kilos de explosivos- los residentes se arremolinaban en torno a la larga docena de vehículos afectados por la explosión.
«¡Que paren ya! ¡Que paren!», gritaba histérica una vecina de uno de los inmuebles afectados, mientras era atendida por un grupo de enfermeros.
Sangrientos antecedentes
La mujer se refería a los autores de los atentados que, desde el 14 de febrero de 2005, en el que un camión bomba mató al ex primer ministro Rafic Hariri y a otras 22 personas en la Corniche, no han abandonado el Líbano, atenazando a sus habitantes y avivando las diferencias entre la mayoría antisiria y la oposición prosiria, tanto que se ha vuelto a hablar de guerra civil.
El atentado de ayer, el octavo en este periodo, se llevó a cabo con un coche bomba y, como ocurrió tras los anteriores, muchos acusaron de su colocación a Damasco, pese a que condenó el ataque.
El líder del bloque antisirio en el poder, Saad Hariri, denunció al «régimen cobarde» del presidente sirio como responsable del atentado.
«Se sentía amenazado, como el resto de los miembros de la mayoría, por el régimen de Bachar Asad [el presidente sirio]», denunció Antoine Andraos, el amigo y compañero de filas del asesinado, al canal LBC.
«Antoine me llamó a mediodía para preguntarme cómo conseguir un coche blindado», añadió Andraos.
Ghanem, como otros parlamentarios, se había refugiado en Abu Dhabi (Emiratos Arabes Unidos) tras ser advertido de que estaba incluido en una lista negra, según Andraos, pero regresó a Beirut para tomar parte de la sesión parlamentaria.
Tras la muerte del diputado antisirio Walid Eido, el 13 de junio, líderes de la mayoría, como el jefe de las Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, dijeron sin ambages que los ataques están destinados a arrebatar al bloque antisirio del 14 de Marzo -de facto en un Gobierno considerado anticonstitucional por la oposición- la mayoría de la que dispone en el Parlamento y que le permitiría, en teoría, votar un nuevo presidente por mayoría simple.
La Constitución libanesa prevé que el jefe del Estado sea electo por mayoría absoluta (dos tercios de los parlamentarios), al menos en la primera votación, algo a lo que se aferra la oposición liderada por Hizbulá para exigir un candidato de consenso.
Con la muerte de Ghanem, la coalición del 14 de marzo, en el Ejecutivo, mantiene 68 parlamentarios de 128, tres por encima de la mayoría simple. Habrá que ver si todos asisten al Pleno del martes o si alguna ausencia cuestiona la mayoría.