Domingo, 23 de septiembre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6489.
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 CRONICA
VIOLADORES / CASTRACION O NO CASTRACION
"Si me hubieran castrado no habría vuelto a violar"
EL DIARIO DE UN VIOLADOR REINCIDENTE CUANDO OTRO MONSTRUO ES PUESTO EN LIBERTAD
JUAN CARLOS DE LA CAL. XIANA SICCARDI

Es esclavo de su libido. Lleva 17 años pidiendo que acaben con ella. Y toda la vida maldiciéndola por su tiranía. Desde que tiene uso de razón, Sebastián Pol Bauzá nunca ha podido dominar sus impulsos sexuales. Por eso es un violador. Y por eso lo está pagando. A un precio muy barato. Poco más de 13 años de cárcel por abusar de una veintena de niñas en Palma de Mallorca. Apenas unos meses por cada una.

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En el 2000 salió en libertad gracias al viejo Código Penal y, como el 20% de los violadores, volvió a las andadas un año más tarde. Añadió otra docena de víctimas a su currículo antes de volver a ser detenido tres años después. Ahora lo tienen a buen recaudo en una prisión manchega. Y no volverá a salir, en el mejor de los casos, hasta dentro de tres lustros. A no ser que, cumpliendo sus deseos, lo castren químicamente antes.

El que sí salió ayer -así estaba previsto al cierre de esta edición- y con su libido intacta, es José Rodríguez Salvador, el violador del Valle de Hebrón, con 17 abusos demostrados en su haber. Por el primero estuvo seis años en prisión. Excarcelado en 1990, sólo tardó nueve días en reincidir. A las 16 víctimas siguientes las violó en apenas un año y ha pagado 12 meses de cárcel por cada una. Los que le han tratado dicen que no se ha rehabilitado. Ahora, un monstruo anda suelto.

Son dos historias casi paralelas que provocan la misma pregunta: ¿qué se hace con los violadores múltiples?

Sebastián Pol, que ha pasado a la historia como el violador de Palma o del ascensor, tiene ahora 46 años. Y en toda su vida sexualmente activa sólo ha visto calmados sus impulsos durante tres meses. Fue allá por la primavera de 1990 cuando, harto de masturbarse compulsivamente -hasta ocho veces diarias- acudió al médico de la prisión para que le ayudase a parar ese furor que le consumía. «No puedo ver ni una escena provocativa porque me excito sin control», le explicó al doctor.

Le dieron unas pastillas blancas que debía tomar antes de irse a la cama. «No te preocupes que no ataca a la hombría. Su efecto es parecido al bromuro que nos daban mezclado en la sopa en la mili», le dijo para tranquilizarle. Solo en su módulo de aislamiento, sobreponiéndose todavía a los abusos sexuales que le habían infligido los otros presos un día que le buscaron en el baño, Sebastián inició el tratamiento.

Poco a poco, sus prácticas onanistas fueron remitiendo y por fin pudo ver la televisión en paz. «Nunca en mi vida he estado mejor. Por el día ni me acuerdo del sexo y por la noche tengo pesadillas donde me remuerde la conciencia por lo que hice. Este es el tipo de tratamiento que buscaba desde siempre», le llegó a confesar días más tarde a su abogado.

El fármaco por el que suspiraba Sebastián, llamado Androcur, no es otra cosa que acetato de ciproterona, un antiandrógeno sintetizado hace tres décadas para combatir el cáncer de próstata, el acné galopante y la alopecia femenina. Sin embargo, los psiquiatras descubrieron en él un efecto más claro: es especialmente indicado para inhibir el deseo sexual masculino, sobre todo en determinadas parafilias y desviaciones sexuales. El caso de Sebastián Pol fue el primero de un reo que recibió este tratamiento en España.

Pero, inexplicablemente, tres meses después, le suspendieron el tratamiento y el reo volvió a padecer viendo la televisión. La recaída fue peor y le tuvieron que retirar del módulo de servicios porque empezaba a ser un peligro para las cocineras. «Los expertos recomiendan que este tipo de tratamientos deben de ir acompañados por una psicoterapia porque la pastilla, por sí sola, es efectiva en un 40%. El problema es que estos protocolos son muy caros y no hay dinero para aplicarlos», asegura Juan Carlos Rebassa, actual abogado de Sebastián Pol. Poco después fue trasladado a la prisión de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, donde permaneció hasta su excarcelación en octubre de 2000.

Durante el primer año en libertad, Sebastián siguió en tratamiento terapéutico. Primero con un psicólogo de la Seguridad Social y después con uno privado que no le cobraba nada. Pero acabó abandonándolo ante la falta de motivación «y a que nadie le fiscalizaba para que continuara», recuerda el letrado. En enero de 2002, tras salir de su trabajo como jardinero, sintió cómo de nuevo sus hormonas se revolucionaban.

Durante los meses anteriores se consolaba en la sección de prendas íntimas femeninas de los grandes almacenes o robándolas de los tendereros de su barrio, como cuando era niño. Pero esa tarde el deseo le sobrepasó y eligió al azar a una niña de 11 años que volvía a su casa del colegio. La abordó en el ascensor de su casa. Fue su primera víctima como ex presidiario...

Lo hizo 13 veces más hasta el final del verano siguiente, cuando fue detenido. Su modus operandi era el mismo. «Lo hacía en la cabina del ascensor o en la sala de máquinas. Todas las víctimas tenían entre 7 y 17 años. Intimidaba sin violencia ni armas porque es un cobarde con una oligofrenia diagnosticada. En una de las ocasiones confundió la estatura con la edad y una de las chicas, que ya era mayor, le hizo frente dándole una patada. Y salió corriendo», afirma Rebassa.

Antes, durante y después del juicio, en 2004, Sebastián pidió públicamente que le suministrasen el medicamento que le dio aquellos tres meses de felicidad: «Si me hubiesen castrado no habría vuelto a violar y, por lo tanto, no estaría en la cárcel. ¿Por qué no me mantuvieron aquel tratamiento?», dice en una de sus últimas cartas al abogado. Finalmente, el juzgado de Palma le condenó a 70 años de cárcel y descartó la castración química «porque no se contempla en el Código ni como pena ni como medida de seguridad».

Aunque violadores los dos, el caso de José Rodríguez Salvador, el del Valle de Hebrón, es distinto. Al contrario que Sebastián, él nunca pidió ningún tratamiento para aniquilar su libido. El 13 de junio de 1991, volvió a la cárcel y pisó por primera vez la celda número 219 de la prisión barcelonesa de Quatre Camins. Acababa de ser condenado a 311 años de reclusión al demostrarse que cometió 16 de las 40 agresiones sexuales por las que fue acusado.

Durante su estancia en prisión, José consiguió redimir hasta 1.341 días de su condena mediante cursos de mecanismos de defensa, conciencia emocional, empatía de la víctima, yoga y marquetería. También estudió inglés y trabajó organizando el comedor, limpiando el módulo y realizando tareas en la lavandería. Sólo tuvo un incidente, en el año 2004. Se le abrió un expediente disciplinario grave por insultar a una funcionaria al grito de «eres una guarra, y no limpias».

PROTESTAS

Pero ya han pasado 16 años y esta semana, José Rodríguez, ya con 48 años, se ha empleado en recoger las cosas de su celda. Al mismo tiempo, los vecinos del barrio de Valle de Hebrón volvían a concentrarse a las puertas de la casa de sus padres para protestar por su excarcelación. Decían tener «miedo» a que vuelva a reincidir. Su abogado, José Angel Plaza, sostiene que José «está muy asustado y por eso no irá allí».

Ayer pisó la calle, por primera vez, después de 16 años. La Fiscalía insiste en que no está rehabilitado. El perfil que elaboró un psicólogo de la prisión, y al que ha tenido acceso Crónica, concluye que José Rodríguez es «un sujeto introvertido con escasas habilidades para las relaciones interpersonales, muy rígido cognitivamente y muy frío emocionalmente. Es una persona solitaria y con tendencia al aislamiento», y tiene diagnosticado «un trastorno paranoide de la personalidad».

Ha participado en dos ocasiones -«adecuadamente», según rubrica el psicólogo- en el programa específico de tratamiento para delincuentes sexuales en dinámica de grupo. La última vez fue de enero de 2004 a julio de 2005, momento en que comenzó a recibir tratamiento individualizado. El informe sostiene que José «está motivado para continuar trabajando en el exterior». Pese a todo, concluye que «por su perfil psicológico el riesgo de reincidencia futura es muy alto». Esta es la frase que marcó la polémica.

En la prisión de Quatre Camins no guardan ningún buen recuerdo de él. «Es un tipo de cuidado. Nunca le hemos visto arrepentirse de nada en público sino todo lo contrario. Hay quien le ha oído decir que su error fue no matar a las víctimas que violó porque, así, no habrían quedado testigos. Incluso anunció que se iba a vengar de ellas cuando saliera», asegura un funcionario que le conoce muy bien.

Los últimos años compartía celda en el módulo de enfermería con otro violador, el del Ensanche, que salió libre en mayo pasado provocando una primera alerta social. El trabajo de ambos consistía en alimentar a los presos y cuidar de los enfermos terminales. Esa actividad les supuso a ambos redimir 45 días de condena por trimestre, amparados por el antiguo Código Penal.

Rodríguez Salvador no sólo abusaba de las mujeres, sino que empleaba una maldad inconmensurable para conseguirlo. Las abordaba en plena calle, en la zona del Valle de Hebrón, y se las llevaba a una zona desierta donde las sometía a toda clase de abusos.

Su obsesión era que sus víctimas no pudieran reconocerle. Una vez obligó a una de ellas a masturbarle «con la cabeza baja para que no pudiera apreciar sus rasgos característicos», según consta en la última sentencia. En otra ocasión, «se colocó un pañuelo en el rostro cubriéndole hasta la nariz» obligando a su víctima a practicarle una felación con los ojos cerrados. Paradójicamente, ahora todo el mundo conoce y rechaza su cara.

SADICO

Siempre las amenazaba utilizando frases como «no seas tonta y no grites, que tengo muchos cojones para rajarte», o «dame tu DNI, quiero saber tu dirección y tu nombre y no se te ocurra ir a la Policía a denunciarme porque voy a tu casa y te mato». A una de ellas, de 15 años, le enseñó el pene, navaja en mano, diciéndole : «Imagínate que es un cucurucho de fresa o de menta». Las prefería jóvenes y delgadas. A varias de ellas les hacía ponerse unas bragas negras tipo tanga que él mismo les proporcionaba. A otras, las hacía vestir y desvestirse hasta en tres ocasiones para violarlas de nuevo en infiernos que llegaban a durar tres horas.

Ante estos antecedentes, la Fiscalía de Cataluña presentó un informe a la Audiencia de Barcelona alertando sobre la inoportunidad de esta liberación. El escrito fue desestimado 24 horas antes de que Salvador saliese de prisión. Mientras, y quizá para evitar males mayores, la Policía acudió a las casas de las víctimas para notificarles la inminente puesta en libertad del violador. «Pero lo hicieron en coche policial y a través de agentes uniformados, lo que les ha causado una gran conmoción por el escándalo causado en su entorno», asegura María José Varela, abogada de las víctimas y fundadora de la Asociación Catalana contra la Infancia Maltratada.

«¿Quién dice que va a volver a violar?», apunta el abogado de José Rodríguez. «Es lo mismo que dicen los médicos. Nunca cierran todas las puertas ni aseguran nada. Al fin y al cabo, ¿sabe usted lo que le va a ocurrir dentro de media hora?».

Sobre este caso, el presidente de la Asociación Española de Psiquiatría Forense, Leopoldo Ortega-Monasterio, apostó por tomar medidas. Recuerda los informes que él mismo realizó a Rodríguez Salvador en los años ochenta. Presentaba «rasgos acusados de alto neuroticismo». En cuanto a su futuro fuera de la cárcel, el experto forense entiende que, de ahora en adelante, «puede beneficiarse de un control clínico y social sustentado en una psicoterapia individualizada, orientada a reeestructurar su madurez de personalidad, y un tratamiento farmacológico».

En pleno debate sobre qué se puede hacer con este tipo de delincuentes, de nuevo, la ciploterona parece la única solución. En países como Dinamarca, Alemania o Australia se administra a todos los que lo soliciten de manera voluntaria. En algunos estados de EEUU se aplica obligatoriamente cuando se produce una reincidencia. Aunque los efectos secundarios que presenta -hay quién dice que puede producir cáncer- hace que no todos los médicos estén por la labor de recetarlo.

«Los propios presos tienen su recelo porque piensan que les va a convertir en eunucos. Y a los psiquiatras no les gusta mucho porque tocar las hormonas es peligroso por la alteración que produce. Pero es un buen remedio siempre que se administre con un calmante para aplacar la agresividad y se acompañe de una terapia. Un violador puede ser muy peligroso aún impotente», aclara José Cabrera, psiquiatra y forense que estuvo tres años trabajando en el penal de Ocaña.

A pesar de que casi el 63% de los españoles -según una reciente encuesta realizada para este periódico por Sigma Dos- apoya recluir de por vida a quien rechace la castración química, la comisión catalana de expertos, creada en julio para estudiar estos casos, la ha descartado «como pena por ser incompatible con los principios constitucionales».

Entonces, ¿qué solución queda? En Norteamérica, además de los registros de delincuentes sexuales, se difunden públicamente sus nombres entre sus vecinos. En Gran Bretaña los vigilan con GPS y en Alemania pueden ser condenados a cadena perpetua si no hay posibilidad de rehabilitación.

En España hay 2.500 abusadores en las cárceles. Nadie los quiere. Esta semana, muchas de sus víctimas vivirán estremecidas. Uno de los peores anda suelto...


DIARIO DE UN PERTURBADO

Tantos años en prisión le han servido a Sebastián Pol Bauzá, el violador de Palma, para escribir un pequeño diario retrospectivo al que ha tenido acceso Crónica. Leyéndolo, cualquiera puede percibir la gravedad de la patología de un violador.

Niñez. Tras recordar que nació en una familia «humilde y cristiana» y sus juegos por las calles de la barriada de El Molinar, en Palma, Sebastián dedica una página al accidente que sufrió jugando al baloncesto y que pudo ser origen de sus males: «Perdí el sentido, estuve ingresado cuatro días en coma. Me dijeron que una noche un tío mío me encontró subido en la ventana de la habitación diciendo que era una paloma».

Trauma. Los expertos afirman que la mayoría de los violadores múltiples ha sufrido algún tipo de trauma sexual de pequeños. O han sido abusados o han presenciado algo que un niño no debería ver. Sebastián también: «Una noche que me levanté a orinar, y cuando me dirigía al cuarto de baño, me encontré a mi tío manoseando a mi hermana que trataba de escabullirse diciendo: "Aquí no, ¡que daño!"».

Antecedentes. Sebastián tuvo una juventud callejera y participó en robos menores que le impidieron trabajar con normalidad a los 16 años. «No pude entrar en la empresa de mi padre porque estuve en la cárcel por robar un coche. De esa época recuerdo que en una finca intenté manosear a una joven que se defendió. Luego sus hermanos fueron a casa de mis padres y se chivaron».

Mili. El servicio militar no ayudó a Sebastián a encaminar su vida. Más bien todo lo contrario: «Me tocó Melilla y me alisté en la Legión donde comencé a consumir drogas. Cuando volví a Mallorca ya no estaba nada bien».

Primer abuso. «Un día estaba esperando a que mi novia saliera de trabajar y me metí en un bar donde echaban una película de vídeo en la tele que se llamaba Trampa para un violador. No sé cómo fue que al oír ese título, cogí un autobús y fui a Palma sin intención de cometer ningún delito. Pero al pasar por el portal de una finca, vi a una niña en el rellano de la planta baja. Entonces le dije: "No quiero hacerte nada. Lo único que deseo es que me enseñes las bragas". Me las enseñó y tuve un orgasmo sin tocarla. Poco después el padre me localizó, me llevaron detenido y, después, al psiquiátrico. Estuve dos meses y me soltaron sin ningún tratamiento».

Hijo. En 1985 Sebastián se casó. «Yo ya estaba con esa obsesión de las prendas femeninas y las niñas. Cuando mi ex esposa tuvo el hijo yo no tuve la alegría típica de cualquier padre. Si hubiese sido niña habría dado saltos de alegría, supongo. Mientras ella estaba en el hospital, yo me iba a los grandes almacenes a ver las bragas a las niñas».

Cárcel. Sebastián entró en la cárcel en agosto de 1987, acusado de 17 abusos y cuatro violaciones. Fue condenado a 69 años de los que cumplió sólo 13. «Una noche que me estaba afeitando vi en el espejo mi doble personalidad. Parecía que estaba burlándose de mí por los delitos que cometí. Le pegué un puñetazo y desapareció. Fue la noche más tranquila de mi vida. Como sabrán, en las cárceles hay ATS, maestras, etc. Cuando llevaba el carro de la comida a la enfermería, si había fumado porros y veía alguna, me excitaba muchísimo...».

Exhibicionista. Cuando salió de prisión, Sebastián trabajaba de albañil y jardinero por las mañanas mientras perseguía crías por las tardes. La mayoría de los abusos los cometió en primavera y verano «cuando las chicas van medio desnudas. Mi subconsciente no paraba. Me iba a Palma a mirar en la calle si había mujeres con falda corta llamando por teléfono, y entraba en los probadores de las tiendas. Cuando venían las turistas, me bajaba los pantalones y les enseñaba mis genitales. Muchas se reían. Pero me pusieron una multa de 10.000 pesetas por masturbarme en la calle».

Perdón. Al final del escrito, Sebastián pide perdón «a las víctimas, sus familiares y a la sociedad. Ya sé que es demasiado tarde, he hecho mucho daño a gente inocente y han quedado marcadas de por vida...».

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