Domingo, 30 de septiembre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6496.
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 CRONICA
VIDA Y MUERTE DE UN INTERPRETE OLVIDADO
Como en las películas del Oeste, donde el indio rastreador no tiene nombre, el lunes murió en Afganistán con dos soldados españoles un traductor del que nadie habló. Falleció el día que su mujer dio a luz. Es nuestro homenaje
MONICA BERNABE. Enviada especial a Herat (Afganistán)

Sakina Hussaini, 27 años, recibe en un rincón de la casa, recostada en el suelo sobre un delgado colchón. El manto gris y negro que viste, y que la cubre de pies a cabeza, enmarca un rostro desencajado e inyectado en lágrimas. Sujeta en los brazos a su recién nacida, Fátima, embutida en un retal blanco cuidadosamente doblado, casi a modo de mortaja. La niña, ajena a la tragedia, duerme sin sobresaltos. Lleva una pequeña cebolla colgada al cuello, remedio que el imán de una mezquita cercana ha prescrito a la familia para sacarle el color amarillento que enferma su tez.

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El domicilio familiar -muy austero, ubicado en la ciudad afgana de Herat, en el oeste del país, a unos 600 kilómetros de Kabul, la capital- es un ir y venir de mujeres de largas túnicas negras que gimen. Las circunstancias que vive Sakina no podrían ser más desgarradoras. El lunes, a las tres de la tarde, mientras ella sonreía al contemplar por primera vez el rostro de su primogénita en el hospital de Herat -donde acababa de dar a luz- el cuerpo inerte de su marido, padre de la criatura, entraba en camilla por la puerta de urgencias del mismo centro médico.

Fue la madre de Sakina, Bibi Zahra, quien recibió el mazazo, vía móvil. «Me llamaron por teléfono y me dijeron que bajara a la entrada del hospital, que alguien quería hablar conmigo», cuenta retorcida por el dolor. Ya en la puerta de la clínica, las caras de circunstancias de los soldados españoles que la esperaban se lo dijeron todo. «Me informaron de que mi yerno estaba herido y de que lo llevarían al hospital que yo quisiera». Una mentira piadosa para amortiguar el golpe.

Su cuerpo había quedado destrozado sin remedio horas antes, a las 08.55 de la mañana, cuando un vehículo BMR del Ejército español reventaba al explotar a su paso una mina anticarro en la carretera 517, en las inmediaciones de Shewan, a 44 kilómetros de Kabul.

Durante toda la semana, los medios de comunicación han detallado minuciosamente el atentado y han mostrado las caras y las vidas de los dos paracaidistas españoles fallecidos. Pegado a los nombres de éstos -Germán Pérez Burgos y Stanley Mera Vera- aparecía sin mucho boato la coletilla «intérprete afgano» para referirse a la tercera víctima mortal del suceso. Pocos medios han difundido cómo se llamaba. Ninguno su fotografía.

El «intérprete afgano» en cuestión, el muerto olvidado, tenía nombre, rostro, mujer y una hija llegada justo cuando él se iba. Roohulah Mosavi -Joaquín entre el pelotón español desplazado a Herat, poco hábil memorizando nombres afganos- cumplía 30 años y llevaba sólo diez meses casado. Mosavi es el segundo intérprete -tras el bosnio Mirko Mikulcic, fallecido en Mostar en 1994 al volcar el blindado en el que viajaba- que muere al servicio de las tropas españolas.

El pasado jueves, la foto de Mosavi, anclada en un trozo de tela negra, colgaba de la fachada de la casa que compartía con su mujer, Sakina, y sus suegros. El homenaje funerario incluía también un texto donde se le elevaba a la categoría de «mártir» por haber muerto «en un ataque talibán». Los talibanes han puesto precio a las cabezas de los soldados de la OTAN, a razón de 200.000 dólares, pagados en oro, por cada baja. Pero la muerte del «intérprete afgano» ni siquiera merecerá esa recompensa.

-¿Se han puesto en contacto con ustedes el Gobierno o las tropas españolas?

Antes que la respuesta de Sakina, llega el anuncio de una de las mujeres enlutadas: «El Rey de España acaba de llamar para decirnos que siente mucho la muerte de Mosavi». La nueva desata el llanto colectivo. «Un portavoz de la Casa Real y la embajada española nos han dado el pésame», aclara Sakina, mucho más preocupada por su futuro económico que por las muestras de condolencia.

Aparte de la Cruz de Mérito Militar con distintivo rojo que el Gobierno español le ha concedido a Mosavi, la viuda ha recibido la promesa de una indemnización que garantice los cuidados y la educación de su hija. [Las familias de los dos soldados fallecidos cobrarán 140.000 euros y una pensión]. Y aunque el Ministerio de Defensa asegura a Crónica que el compromiso será cumplido, ella no se fía. «Mi marido no trabajaba directamente para las tropas españolas», explica. «Estaba contratado por la empresa North America Service Center que, a su vez, trabajaba para el Ejército español».

El matiz tiene su importancia. La mitad de los 25 traductores -aproximadamente- que acompañan al Ejército español en Afganistán -repartidos entre Kabul, Herat y Qala i Naw-, son de origen iraní pero con pasaporte español. Contratados y desplazados desde Madrid, visten uniforme aunque no pertenecen a la disciplina castrense, cobran en torno a 4.000 euros al mes y disponen de seguro de vida entre otros privilegios. Están instalados con los soldados españoles en las distintas bases.

El resto, una decena, es población local afgana, empleada a través de la citada North America Service Center, empresa que también proporciona al destacamento español personal de limpieza y mantenimiento. Los afganos -Mosavi entre ellos- cobran 500 dólares al mes, unos 365 euros. Una fortuna, pese al agravio comparativo con los iraníes, si se tiene en cuenta que allí el sueldo medio de funcionario ronda los 44 euros al mes.

PROTESTA LABORAL

Hace cuatro meses, los intérpretes afganos que sirven a los españoles en Qala i Naw se pusieron en huelga. Demandaban paga extra, días libres y otras condiciones similares a las que tienen sus colegas al servicio del destacamento italiano. Tras unos días de brazos cruzados, volvieron al trabajo sin muchas mejoras.

El oficio de intérprete es de corto recorrido. Conocedores del peligro creciente al que están expuestos, en cuanto reúnen un buen puñado de dólares, se despiden. El más veterano lleva dos años y medio a lo sumo.

Roohulah Mosavi, que había calibrado el riesgo que corría en sus incursiones con las tropas hacia el sur de Afganistán, también tenía pensada su retirada. «Cada día le decíamos que dejara ese trabajo, que era muy peligroso. Y él decía que sí, que lo dejaría en cuanto reuniera lo suficiente para comprar un terreno donde construir una casa para su familia», se lamenta la suegra, impotente ante el fatal desenlace.

El «intérprete afgano» sabía bien del desgarro que provoca el estallido de una mina. Lo sintió bien cerca el 21 de febrero pasado cuando uno de estos artefactos explotó al paso de un convoy español al que él acompañaba como intérprete. En aquella ocasión, alcanzó de lleno a la ambulancia blindada que Mosavi seguía en otro vehículo. Murió Idoia Rodríguez Buján, 24 años, la primera soldado (mujer) caída en misión en el exterior. Mosavi sintió sinceramente su muerte y la lloró. En junio pasado mostraba a sus compañeros, aún afectado, las fotografías que se había hecho con la joven poco antes de morir.

Mosavi era muy apreciado en el campamento de Herat. «Hemos perdido a un amigo», dice el comandante Raúl Avila, responsable de prensa de la base. Solía presentarse ante los soldados cargado de platos de la gastronomía local que su mujer le preparaba para que agasajara a los españoles. Quizás como muestra de agradecimiento a las atenciones que los militares dispensaban a Sakina. «A la mujer», cuenta el comandante Avila, «se le asistió durante el embarazo. En el hospital español de la ISAF [la Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia] le hicieron pruebas analíticas de forma altruista».

El «intérprete afgano» se presentaba en la base sobre las ocho de la mañana y se instalaba en las oficinas en espera de que lo reclamaran. Bien porque los mandos necesitaban entenderse con las autoridades locales. Bien porque había que transmitir alguna orden a los empleados afganos de la base. Peor si se trataba de una incursión a mucha distancia de las instalaciones.

Se dice que en Herat y alrededores los españoles se encuentran protegidos de ataques talibanes gracias al mulá de Herat, octogenario y con un puñado de mujeres, ninguna de más de 30 años. El mulá le habría pedido a los talibanes que no toquen a los españoles en sus dominios como deferencia por las píldoras de color azul que éstos pondrían a su alcance. El convoy español que voló por los aires el lunes se encontraba fuera del círculo protector.

EXILIADO EN PAKISTAN

Mosavi conocía bien la cara fiera de los integristas. Nacido en la localidad afgana de Sange Masa, en la provincia de Ghazni, los talibanes empujaron a su familia al exilio en Pakistán cuando él sólo tenía 12 años. Allí, comenzó pronto su vida laboral en un horno de pan. «Entonces era analfabeto y no sabía leer ni escribir. Decidió empezar a estudiar después de ver cómo un anciano le pedía a un niño que le leyera una carta», recuerda Sakina.

El despierto Mosavi obtuvo pronto el graduado escolar y, tras renunciar a ser médico porque no podía costearse la carrera, se matriculó en Ingeniería Eléctrica y aprendió inglés. Tras la caída del régimen talibán regresó a Afganistán y se instaló en Herat. Trabajó primero para la empresa minera Kheshak Brothers y luego para la ISAF, donde comenzó como intérprete de inglés del contingente italiano.

«Después aprendió español porque pensó que era una manera de promocionarse y ganar más dinero», explica Sakina mostrando los libros de texto españoles y las casetes que su marido usó para estudiar y que le facilitaron en el departamento de Lengua Historia y Literatura Hispánicas de la Universidad de Kabul.

El centro, una de las principales canteras de intérpretes de español en Afganistán, cuenta actualmente con 76 estudiantes. Pese a lo de Mosavi, los nueve alumnos del último curso -todos hombres- sueñan con que el Ejército los reclamen como traductores de los 690 soldados que España -el noveno en la lista de países que más efectivos aportan a la ISAF- tiene desplegados en Afganistán.

Entre los que están a punto de doctorarse en el castellano, se encuentra Khosha Mohabad, de 23 años, que ya sabe lo que es trabajar en prácticas para el contingente español gracias a un acuerdo suscrito entre el Ejército y la Universidad de Kabul.

Mosavi, estudiante inquieto, practicaba castellano visitando por su cuenta a los militares españoles en Kabul. Conoció a Sakina cuando ya dominaba la lengua. Los jóvenes se cruzaron en un mitin electoral durante los comicios parlamentarios de 2005. Sakina, se presentaba al consejo provincial de Herat y asegura que fue la candidata más votada. «Me quedé fuera porque me exigieron que pagara un tributo y, como siempre, no tenía dinero».

Hoy, aunque ha abandonado la primera línea política, sigue muy comprometida con sus ideas. Dirige un centro de formación para mujeres que ella misma ha promovido. Ya durante el reinado de los talibanes trabajaba educando a niñas de forma clandestina.

Su trabajo es altruista. No cobra ni un céntimo por ello. Los únicos ingresos de la familia eran los de su marido. En las próximas semanas tenía previsto viajar a Kabul acompañada de él porque el Gobierno afgano le exige que registre el centro si quiere que siga abierto. «¿Y ahora qué voy a hacer? No puedo ir a Kabul yo sola», se lamentaba el jueves por la noche.

La mañana siguiente, su marido recibía sepultura con honores de héroe. No asistió al funeral ninguna autoridad española, pero sí el líder de los chiítas de Herat, Qari Ahmad Ali Ghur Darwazi. Mosavi fue enterrado en la tumba de Jibrail, reservada a los mártires. Entonces Sakina tomó la palabra ante la multitud, con todo lo que significa que una mujer en Afganistán hable en público. Dijo sentirse orgullosa de ser la viuda de un mártir. Animó a los hombres presentes a luchar contra los terroristas. Agradeció la ayuda de España, a la que envió un mensaje: «Por favor, no se olviden en el futuro de mí».

Con información de

Ana María Ortiz

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