Domingo, 30 de septiembre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6496.
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Los soldados birmanos tiran al aire para no ensangrentar la visita del enviado de la ONU

«Paz y estabilidad restauradas. Rangún vuelve a la normalidad». La Junta birmana recibió ayer al enviado especial de la ONU con un llamativo titular en el diario oficial The New Light of Myanmar. Pero mientras Ibrahim Gambari aterrizaba en el aeropuerto de la mayor ciudad del país, listo para empezar una misión diplomática que muchos creen imposible, cientos de jóvenes volvían a manifestarse de forma esporádica. Los soldados, una vez más, respondieron con cargas y disparos al aire.

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Gambari llega a Rangún con un mensaje unánime de condena de la comunidad internacional, la petición de que cese la represión y la urgencia de que los generales inicien un proceso de reconciliación con disidentes, monjes y la líder de la oposición Aung San Suu Kyi. El representante de la ONU aseguró poco antes de coger un avión en Singapur que esperaba que su visita fuera «fructífera».

La forma en la que la Junta Militar sigue tratado las manifestaciones no invita al optimismo. Las concentraciones fueron ayer minoritarias y dispersas, pero los militares las reprimieron con dureza. La estrategia de los soldados pasa por no dar tiempo a que se formen grandes manifestaciones, cargando cada vez que unas pocas decenas de personas rompen la prohibición de organizar reuniones de más de cinco personas.

Los últimos birmanos dispuestos a jugarse la vida eran aplaudidos por comerciantes, amas de casa y testigos, pero la voluntad de los ciudadanos de la calle a sumarse a las protestas es cada vez menor tras las matanzas del miércoles y el jueves en las que decenas de personas perdieron la vida.

La esperanza de ganarle el pulso a un Ejército dispuesto a matar a civiles desarmados se desvanece.

Los soldados dispararon sobre las cabezas de un centenar de personas en la avenida Anawrahta, a la altura de la catedral anglicana de Santa María, y las persecuciones se repitieron sobre pequeños grupos durante cerca de una hora en la que las tropas peinaron las calles armados con fusiles.

Nail, un joven birmano de origen indio, dirigía un pequeño grupo de activistas que una y otra vez desafiaba a los soldados con cánticos e insultos. Junto a ellos, otro joven portaba la única pancarta que se pudo ver ayer en las calles de Rangún: «Liberad a nuestros monjes. Libertad».

No está claro si el enviado de Naciones Unidas se podrá ver con el líder supremo, general Than Shwe, o si le permitirán encontrarse con Aung San Suu Kyi, la líder de la oposición que ha permanecido 12 de los últimos 18 años encarcelada. La Junta Militar ha demostrado a lo largo de los años no importarle nada la opinión de la comunidad internacional y las esperanzas de que cedan a la presión ahora son mínimas.

Los generales, que gobiernan sobre un sistema corrupto en el que la mayor parte de las industrias están bajo su control directo y no existen instituciones civiles, viven aislados en la nueva capital de Naypitaw, a unos 400 kilómetros de Rangún. Gambari fue conducido hasta ese búnker militar poco después de su llegada.

Una de las peticiones que trae el diplomático nigeriano es que las autoridades permitan a las agencias humanitarias reanudar el envío de ayuda a las regiones más pobres del país, suspendida por el Gobierno. Birmania, rebautizada como Myanmar por la Junta en 1989, es uno de los 20 países más pobres del mundo y uno de cada tres de sus niños se encuentra malnutrido. Organizaciones como Cruz Roja temen por la suerte de miles de personas que dependen de la distribución de comida y medicinas.

Falta de ánimo

La fuerza empleada por los militares en los últimos días y el confinamiento de miles de monjes en sus monasterios han desanimado un movimiento democrático al que se aferran sólo los más jóvenes. «Nadie quiere morir en una batalla que no creen poder ganar. Es triste, pero parece que la Junta ha vuelto a vencer», decía ayer la analista política de una embajada nórdica.

Una de las pocas esperanzas de cambio reside ahora en rumores no confirmados de que el Ejército podría estar viviendo una división interna. El secretismo del régimen hace imposible verificar la información, procedente de fuentes de la disidencia birmana, pero incluso éstas piensan que es del todo improbable que un sector moderado del Gobierno pueda ganarle un pulso al sector duro encabezado por Than Shwe.

La comunidad internacional parece conformarse por ahora con tratar de convencer a los generales de que frenen la represión que está llevando a cientos de personas a las cárceles birmanas.

EL MUNDO pudo comprobar ayer cómo varios jóvenes eran arrastrados por las calles del centro de la ciudad, arrojados a camiones cargados de soldados y conducidos a centros de detención.

Los medios de propaganda del Gobierno recordaban ayer que en la Birmania bajo su control incluso los deseos de la gente están sometidos a su voluntad y no son libres. «El Deseo del Pueblo», se podía leer en grandes titulares en The New Light of Myanmar. «Queremos estabilidad. Queremos paz. Nos oponemos a la inestabilidad y a la violencia».

Imágenes de la movilización mundial contra la dictadura birmana en www.elmundo.es/


Una larga experiencia en misiones de la ONU

Ibrahim Gambari no se topará con una realidad desconocida. Como representante de Naciones Unidas, este nigeriano ha viajado a Birmania en numerosas ocasiones. La última vez lo hizo en noviembre de 2006, visita que aprovechó para reunirse con la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

Con una larga experiencia internacional, Gambari ostenta un récord dentro de la ONU: ser el embajador de Nigeria que más tiempo ha estado en el cargo, desde enero de 1990 a octubre de 1999. Diplomático productivo, según indica la ONU, nació en 1944 en Nigeria, donde se licenció en Económicas en el King's College para pasar a estudiar después en la London School of Economics y graduarse en Ciencias Políticas especializadas en Relaciones Internacionales.

Después de un largo periodo como docente en Nueva York, este diplomático comenzó una carrera política en su país, donde fue ministro de Exteriores, hasta iniciar su relación con la ONU, que le ha deportado numerosos cargos en diversas secciones. Entre otras muchas cosas, Gambari ha liderado varias misiones especiales de Naciones Unidas, incluida la del Comité Especial contra el 'Apartheid' en Sudáfrica y otras del Consejo de Seguridad en Burundi, Ruanda, Angola y Mozambique. Este gran experto en cuestiones africanas ha viajado en varias ocasiones a Birmania para tratar de convencer a la Junta Militar para que respete los más básicos derechos humanos. Sin ir más lejos, en 2006 estuvo en marzo y en noviembre.

Su experiencia con Asia le viene de lejos, puesto que en la década de los 80, cuando era ministro de Exteriores de su país, realizó una visita oficial a China donde se convirtió en el primer africano condecorado con el título de Profesor Honorario de la Universidad de Chugsan.

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