La Junta Militar birmana declaró ayer la victoria sobre la revolución del azafrán con la significativa reapertura de las dos principales pagodas de Rangún, Shwedagon y Sule, que han simbolizado la rebelión de las últimas semanas. Los militares mantienen bajo control a los monjes y han logrado restablecer la calma en las calles. El dictador Than Shwe quiso demostrar que también tiene bajo su mando la agenda diplomática e hizo esperar al enviado de Naciones Unidas, de «misión urgente» en Birmania, por tercer día consecutivo.
El Ministerio de Información birmano aseguró que Ibrahim Gambari será finalmente recibido hoy. El representante de la ONU llegó el sábado con la petición de que el Gobierno cesara la represión sobre la población, pero los principales líderes del país sólo han aceptado ver al diplomático nigeriano una vez las protestas han sido completamente aplastadas.
Gambari se encontrará con el general Than Shwe en la capital militar y administrativa de Naypyitaw, 400 kilómetros al norte de Rangún. Las esperanzas de que logre algún compromiso por parte del dictador birmano son mínimas. La Junta y, más sorprendentemente la ONU, han rodeado la visita del más absoluto secretismo. No se sabe cuál es el progreso de las conversaciones, qué duración mantendrá la misión o qué posibles concesiones podría arrancar el enviado de Naciones Unidas. El líder de la Junta jamás ha cedido a las presiones internacionales y desde su llegada al poder en 1992 ha purgado a los militares que han tratado de moderar su Gobierno desde dentro.
Algunos diplomáticos, sin embargo, se mostraban ayer moderadamente optimistas ante la posibilidad de que las movilizaciones de los últimos días lleven al Gobierno a reconsiderar su actitud y acelerar su tímida apertura de los últimos años. «Creo que una serie de dinámicas han cambiado y nos hacen ser más optimistas sobre lo que puede pasar en el futuro», decía ayer el embajador británico en Birmania, Mark Canning.
El grupo disidente birmano La Voz Democrática de Birmania aseguró ayer que tiene pruebas de que los disparos del Ejército mataron la semana pasada a 138 personas en lugar de la decena admitida por el régimen. Uno de sus responsables, Aye Chan Naing, cree que el Gobierno está utilizando fábricas e instalaciones abandonadas como campos de internamiento de los arrestados de los últimos días. «Nuestro cálculo es que 6.000 personas han sido detenidas, incluidos 2.400 monjes», según el opositor.
Normalidad
Las calles de Rangún recobraron ayer la normalidad. Los gritos contra el Gobierno que se podían escuchar hasta este fin de semana han sido sustituidos por las voces de los comerciantes callejeros tratando de recuperar el negocio perdido durante las protestas.
El Gobierno trató de dar una sensación de normalidad al reabrir varias pagodas, incluida la de Sule, donde varios manifestantes murieron el jueves por disparos del Ejército. La presencia de soldados era ayer menor, pero internet y las llamadas de telefonía móvil internacionales seguían suspendidas. Grupos de militares seguían buscando en hoteles de Rangún a periodistas extranjeros con intención de deportarlos.
Por primera vez desde el comienzo de las protestas no hubo ninguna manifestación en todo el país en un claro signo de que la revuelta, iniciada el pasado mes de agosto tras la súbita subida de la gasolina y el transporte, ha finalizado. Los birmanos han recuperado el miedo, aparcado durante los días más intensos de protestas de la semana pasada.
Los mismos que hasta hace unos días gritaban contra el Gobierno militar guardan ahora silencio y es imposible arrancarles una palabra de crítica hacia la Junta. Todos conocen por experiencias pasadas que será a partir de ahora cuando la atención internacional deje de estar centrada en Birmania, cuando el régimen comience la verdadera represión en monasterios, universidades y grupos disidentes.
Muchos birmanos han empezado a huir a la vecina Tailandia, conscientes de que podrían ser detenidos y encarcelados en los próximos días. Decenas de personas que perdieron sus identificaciones en las protestas, dejando pruebas de su participación, se están viendo obligadas a cruzar la frontera para unirse a los miles de refugiados acampados en Tailandia.