Domingo, 21 de octubre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6517.
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Para quienes sólo ambicionan el poder, no hay un camino medio entre la cumbre y el precipicio (Tácito)
 CRONICA
LLANTO POR LA MUERTE DE MI ESPOSA
«HASTA ahora no sabía lo que era el dolor». «La prisión pasa, esto no». «Ella me dijo que vendiera las acciones de Banesto». Conde muestra a «Crónica» su dolor tras la muerte de Lourdes Arroyo
JULIAN GONZALEZ

Queríamos recuperar el tiempo perdido, esos 14 años que nos han tenido alejados, que no hemos podido salir porque he estado sin pasaporte. Su primera ilusión era ir a los Fiordos a ver el sol de medianoche. Teníamos todo preparado, ahora que estamos en edad buena -ella 54 años, yo 59-. Ahora lo único que tenemos es tiempo perdido y no tiempo». Son palabras de un Mario Conde, ex banquero, marido de Lourdes Arroyo, abatido por la muerte de su mujer, el día 13 en el Rúber Internacional de Madrid.

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Ocho días han pasado ya del óbito y, desde entonces, Mario no parece una persona sino un sonámbulo a quien lo único que le ha mantenido en pie son sus dos hijos, Alejandra y Mario, y su nieto, Fernando Guash Conde, a quien adora.

En el funeral, el pasado jueves, todos pudieron ver el rostro del otrora refulgente Conde. Mario está hundido, atrapado por la peor de las condenas: la falta, para siempre ya, de su compañera, su bastón en los 34 años que estuvieron casados. A las maduras. Y a las duras.

Si accedió a hablar con Crónica, vía telefónica, fue sólo por la posibilidad de homenajear con sus palabras y recuerdos a Lourdes. Fue su única condición: hablar sólo de ella, de la pérdida, de esa parte importante de su existencia, dice, que «nunca voy a recuperar... hasta que volvamos a vernos en el cielo». Mario creyente. Conde, el ex banquero, doliente. Con la voz entrecortada de la emoción que le embarga al hablar de Lourdes, cuenta que los dos habían prometido volver a casarse.

Fue justo un día antes de morir (el 12 de octubre), cuando Mario y Lourdes mantuvieron la que iba a ser la última conversación a solas, en el hospital. Esa noche, Mario le recordaba a Lourdes que el pasado día 29 había sido su aniversario y le preguntó: «¿Sabes cuántos años llevamos casados?».

«Con un grado de conciencia ya muy limitado, me dijo»:

-15 años.

-No, son 34.

-¿Tantos? ¡Joroba!

-Lourdes, ¿volverías a casarte conmigo?

-Sí... -dijo ella. Se me quedó mirando y me dijo: ¿Y tú?

- Pues claro.

-¿Tú crees que nos volveremos a casar? -insistió ella.

-Tal vez en la otra vida

Ella tenía 54 años y él (Mario) tiene 59. Con su característica voz ronca -le sigue encantando el café puro, negro, con mucho sabor- no para de ensalzar su valía, su enorme fortaleza para sobrellevar las adversidades. «Hemos tenido que luchar codo con codo contra el sistema, contra los políticos, la justicia...».

Enseguida Conde vuelve a ella. «Me costará intelectualizarlo. Hasta ahora, todo lo que me había sucedido estaba dentro de lo que yo llamo el sistema. El asunto del caso Banesto, los juicios, los ingresos en prisión, todo lo he contemplado dentro de las reglas de juego, pero esto no tiene nada que ver. Esto pertenece a otro orden. Y no es asimilable».

El jueves fue jueves de dolor. Día del funeral en la Iglesia de San Fermín de los Navarros, en Eduardo Dato, 10, en Madrid. Y allí apareció Conde. Muchos dirían que su sombra. Un hombre con la mirada perdida. El rostro lleno de dolor por la marcha de quien ha sido el gran amor de su vida. Atendió durante más de 30 minutos pésames, abrazos y condolencias de amigos y personas que le habían acompañado a misa. Del brazo, en todo momento, su hija Alejandra, de luto riguroso. Con gran esfuerzo, lanzó una leve sonrisa de agradecimiento a todos mientras los flashes de los fotógrafos y un sonoro aplauso le acompañaban al Audi que le esperaba fuera.

Esta vez no era el Mario Conde abandonado, tras los juicios por los casos Banesto y Argentia Trust. Estuvo arropado más que nunca (ha recibido llamadas de muchas voces de su pasado esplendoroso, Rey incluido. También de Juan Abelló, tras largos años sin hablar). De la clase política el único fue José Bono. Nadie más del PSOE. Nadie del PP.

En una abarrotada iglesia, se habían dado cita pocos banqueros -José María Amusátegui, jubilado-, Alfonso Cortina, Iñigo de Oriol, Fernando Almansa, Alfonso de Borbón, el restaurador Lucio y su mujer; el presidente del Patrimonio Nacional, Manuel Gómez de Pablos, y no más de media docena de periodistas.

En la conversación telefónica Mario vuelve y una otra vez a su esposa. Madre de sus dos hijos. Abuela del nieto.

-Era una mujer llena. Absolutamente llena. Tuvo una vida de mujer muy feliz. Leal. Un gigante. Un monumento. Muy sincera. Recuerdo que una vez me dijo: "Soy tan feliz que no me importaría morirme". Era como una premonición. Era un personaje totalmente serio, que le horrorizaba lo que fuera espectacular y el mundo de la pompa. Supo ser feliz dentro de lo que se podía ser feliz. No le interesaba lo material, los honores el dinero.

«Hasta cuando la enfermedad apuntaba al final, justo una semana antes de morir, demostró a todos la gran entereza que tenía para afrontar su despedida. Ni una queja. Su oncólogo nos lo dijo a la familia: "No he conseguido que me diga nunca que se encontraba mal. Siempre aseguraba que estaba muy bien"».

Por esas y otras tantas razones, Conde dice no entender el por qué de tan precipitada marcha. «Hasta el último mes y medio había estado muy bien. Parece como si la vida quisiera cebarse... Nada de lo que me ha ocurrido hasta ahora es comparable con la desaparición de mi mujer. No sabía lo que era el dolor. Reconozco que hasta ese momento, algunas cosas me habían dolido, pero eran simples arañazos. Esto sí es el dolor, un dolor que te aturde, que te deja sin sentido. No puedes encontrar una sola razón para que una persona de 54 años tenga que morir y sea definitivo. Una prisión pasa. Esto no. A veces cuesta mucho llevarse bien con Dios».

El mazazo de su enfermedad llegó el verano de 2006, el 21 de agosto de 2006, en plenas vacaciones familiares en la finca de Pollença, Mallorca. Mario disfrutaba de siete días de permiso. Todo transcurría felizmente, como hacía años que no sucedía. «Hacía tiempo que no podía ir y ese verano estaba en tercer grado. Un día antes me había dicho Lourdes: "A partir de ahora vamos a hacer nuestra vida. Tenemos un nieto y ahora vamos a disfrutar, prométemelo"». Al otro día, cuando Conde se había vuelto a Madrid, recibió la llamada que nunca habría deseado.

-El TAC es regulín.

-¿Cómo que regulín, qué dices?

«Lourdes no pudo seguir. El informe médico lo tuvo que leer un amigo mío. Me explicó que había un gran edema, con posibilidades de tumor primario, o metástasis».

El mismo día 24 un prestigioso equipo de médicos operaba a Lourdes. El resultado fue muy favorable hasta junio pasado, cuando empezó la marcha atrás. En esos escasos 14 meses que la pareja ha estado junta, han vivido las horas y los minutos con toda la intensidad del mundo, recordando continuamente el 29 de septiembre de 1973 en que se casaron en la capilla de los Cuatro Evangelistas, de Illescas (Toledo). Ese año, Conde aprobó (número uno) las oposiciones de abogado del Estado. Eligió Toledo como destino. Mientras él trabajaba de funcionario, ella viajaba a Madrid para estudiar Derecho en la Complutense.

Treinta y cuatro años casados han estado. Sin apenas reproches, ni siquiera con todo lo ocurrido con Banesto. Y siempre pasando por encima de los rumores que en algunos momentos apuntaban a una crisis matrimonial. Conde quiere dejarlo claro: «Nunca hubo momentos de crisis, de separación... Nada de eso se llegó a plantear». Con una única salvedad: «En la época del banco la convivencia diaria fue más difícil, porque yo no estaba en casa».

La única separación que los Conde hicieron fue la de bienes, en 1990, «pero no por nada, sino por precaución».

LOS INGRESOS EN PRISION. En los 14 años que han transcurrido desde la intervención de Banesto por el Banco de España (noche del 28 de diciembre de 1993), Lourdes ha estado en la sombra, pero siempre al pie del cañón. Ella se ocupó de reunir la fianza de 2.000 millones de pesetas para que Mario Conde pudiera salir la primera vez de la cárcel, el 30 de enero de 1995. Después vendrían otros dos ingresos en prisión: el 26 de febrero de 1998, cuando la Audiencia Nacional le condenó a cuatro años y medio de cárcel por el caso Argentia Trust. Y el ingreso por el caso Banesto, el 29 de julio de 2002, tras ser condenado a 20 años. Ahora Conde espera la condicional. Ya no duerme en el centro Victoria Kent. Sólo tiene que ir a firmar cada 15 días.

Fue en febrero de 1998 cuando Lourdes se derrumbó. Entonces, llegó a declarar a este periodista, en Crónica, que cuando todo pasase se plantearían «vivir fuera de España. Luego me arrepentiré porque me siento muy española. Pero es un país tremendo, durísimo».

Ahora, Conde recuerda que ésa fue una de las pocas veces que ha tenido que calmar los impulsos de Lourdes y hacerla reflexionar para no cometer locuras. «Cuando estaba en prisión, me visitaron mi hija Alejandra y ella, porque creía que había que hacer unas cosas. Yo le dije: "Lourdes, estás equivocada. Esto no es así". Ese día, sufrimos mucho porque estaba en juego mi libertad. Pero me resistí y le dije: "Te pido que aguantes... Ya que hemos llegado aquí con la cabeza alta, sigamos así"».

Momentos tensos en los que, sin hacer reproches, ella le recordó también a Mario que no debía haberse metido en Banesto y haber invertido el dinero de la venta del Grupo Antibióticos en otros negocios. «Cuando entramos en el banco, viendo la tremenda popularidad, Lourdes nos dijo a Abelló y a mí: "Debéis vender las acciones"».

-¿Y por qué no lo hicísteis?

-Por esas circunstancias orteguianas que a veces te arrastran, y porque los hombres, a veces, somos vanidosos y eso te nubla el juicio. Todos los vanidosos creemos más en lo espectacular que en lo importante. Probablemente fueron ataques de vanidad lo que me impidió ver la luz. Ahora las cosas que en ese momento podían parecer importantes son nimias.

Ahora lo entiende Conde, que vuelve una vez más a ella. Lo dijo el cura en el funeral. Murió dando una mano a Mario y otra a Mercedes. Lo dice Conde: «Murió conmigo y una amiga suya. Suave, muy despacio...».

¿Y el mañana? ¿Tus hijos? Se detiene. No dice nada. De nuevo con la voz rota: «Mis hijos tienen que seguir adelante. Mi camino es distinto. Después de 14 años de lucha lo que tengo que hacer es homenajear a Lourdes. No vivir del recuerdo sino en el recuerdo. En estos momentos no sé cuál va a ser mi rumbo».

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