Madrid acudió al rescate de uno de los más grandes tenistas de los últimos años. David Nalbandian culminó su extraordinaria semana en la capital con la victoria ante Roger Federer y la conquista del primer Masters Series de su carrera.
Pocos hubieran dado un peso por el argentino cuando el pasado miércoles estaba un set abajo y 4-0 en el segundo en su partido de segunda ronda contra Tomas Berdych. Nadie habría imaginado que el número 25 del mundo, incapaz de superar los cuartos de final en torneo alguno a lo largo de la temporada, iba a emerger hasta derrotar consecutivamente a los tres mejores jugadores del momento: Rafael Nadal, Novak Djokovic y el mismísimo Roger Federer.
Boris Becker suscribió un logro semejante en el torneo de Estocolmo de 1994, batiendo a Stich (entonces número tres), Sampras (número uno) e Ivanisevic. Djokovic hizo lo propio el pasado verano en Montreal, pasando por encima de Roddick, Nadal y Federer. Ayer fue Nalbandian, el último hombre que había vencido al suizo bajo techo, quien logró cuadrar el círculo.
El argentino, ganador de la Copa Masters 2005, venció nuevamente a Federer, un hombre al que ha sido capaz de derribar en siete de sus 15 enfrentamientos. Volvió a hacerlo para demostrar que, a sus 25 años, aún tiene mucho que decir, que la tercera plaza del ranking que luciese en la primavera de 2006 aún puede estar a su alcance.
No será fácil. Han cambiado mucho las cosas desde entonces, más aún desde que en 2002 sorprendiese a medio mundo plantándose en la final de Wimbledon. Pero Nalbandian, capaz de pasar también por las semifinales de Roland Garros y del Abierto de Estados Unidos, ha vuelto, como demuestra con su sexto título, el primero de esta categoría, el segundo más importante de su vida. Lo intentó en Madrid en 2004, topándose con el mejor Safin, como lo había hecho meses antes en Roma, frente a Moyà, y un año más atrás en Canadá, contra Roddick.
Este jugador renacido, veloz, contundente, con el compromiso necesario para situar a su tenis en el lugar que le corresponde, no se dejó intimidar por la salida furibunda de Federer. Son muchos los beneficios obtenidos de la nueva etapa que abrió al ponerse en manos de Martín Jaite dos semanas después de Wimbledon. Su servicio, cuya dirección variar continuamente, está ya a la altura de los mejores. Qué decir de ese resto, ya de larga y magnífica reputación, con el que se atrevió a anotarse algún punto sobre el primer servicio del ganador de 12 grandes.
Ese equipo al que se abrazó de inmediato en la tribuna una vez suscrita la gesta le ha convencido de que su tiempo aún no pasó. Con la fortalecida autoestima después de las dificultades en los primeros cruces, con su raqueta a punto, afinada, y la cabeza en su sitio, sigue siendo un hombre a tener en cuenta.
Federer aparecía en el último partido con los datos intimidatorios que acostumbra. No había perdido un solo set en toda la semana, ni siquiera había cedido un servicio. Buscaba su decimoquinto Masters Series, para quedar a tan sólo dos del récord de Agassi, su séptimo título de la temporada, el 52 de su carrera. Sólo Nadal, en tres ocasiones, Cañas, en dos, y Volandri pudieron derrotarle a lo largo del curso.
Los datos no hacen más que revalorizar el triunfo del jugador de Córdoba. El break en el segundo juego del segundo set le metió en una confrontación que no estaba dispuesto a abandonar, de la que saldría con lágrimas sobre el rostro tras conectar la definitiva volea de derecha y quebrar el servicio del helvético por tercera vez. Le costó lo suyo encontrar la vuelta a Federer, que tuvo dos pelotas de ruptura para restablecer la igualdad en el séptimo juego del segundo y ejerció una presión intensísima, hasta el punto de caer en una ristra de errores poco habitales en él. La pregunta ha de volver a formularse, tal y como sucedió en su duelo ante Nadal: ¿fueron los fallos del número uno del mundo consecuencia de la gran actuación de Nalbandian?
Parece evidente que sí. Extremó los riesgos, sabe que es la única forma de hacer frente a los jugadores de primera fila. Resulta extraño observar a Federer defenderse como lo hizo ayer, correr y correr detrás de la pelota. El triunfo de Nalbandian eleva la temperatura del circuito, ya muy candente tras el gran año de Djokovic. El hombre que ganara a Federer en la final júnior del US Open (1998) y en la Orange Bowl de ese mismo año ha vuelto con el mismo entusiasmo de su adolescencia.
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