Apoyado en su viejo camión rojo, Niamey Ahmed no parecía especialmente acongojado por la crisis militar que se desarrollaba en el área. El camionero turco había cruzado desde su ciudad natal, Silopi, la jornada previa. «¿Preocupados? No mucho, la verdad, llevamos años así. Los turcos y los kurdos no podemos evitar ser vecinos», aseguró.
La carretera que discurre entre el paso fronterizo y Erbil es un continuo trasiego de vehículos turcos. Transportan cemento, productos lácteos, aluminio, combustible, muebles o cigarrillos. Los responsables de la aduana estiman que pasan 700 transportes cada día. Una cifra que con todo es bastante inferior a los 3.000 que pasaban en 1998, antes de la caída de la dictadura de Sadam Husein.
«En realidad, si los turcos cierran esta puerta los únicos perjudicados serían ellos porque el comercio se trasladaría a Siria e Irán. Antes Turquía era indispensable pero ahora no. Y además dañarían los intereses de las 400 empresas turcas que se han asentado en el Kurdistán», apuntaba horas antes el vicepresidente de la Cámara de Comercio de Erbil, Fidaden Garde.
Tanto Ahmed como Garde y otros muchos beneficiaros de las estrechas relaciones económicas que mantiene el norte de Irak y el vecino país parecían buscar ayer un motivo para edulcorar el conflicto que parece cernirse sobre esta región ante el recrudecimiento de la particular confrontación que mantiene el Ejército turco y la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
Sin embargo, durante la jornada, Ankara esbozó de nuevo la posibilidad de sumar la presión económica a la arremetida militar para obligar a Bagdad y el Kurdistán a tomar medidas contra el movimiento independentista. Para Suat Kiniklioglu, diputado del partido gubernamental turco, el Ejecutivo de su país podría «cortar la electricidad del norte de Irak o clausurar» la frontera de Silopi.
Mensaje a fogonazos
Al mismo tiempo, la aviación turca bombardeó varias zonas fronterizas, incluidas las inmediaciones de media docena de aldeas como Deshtatak situadas al norte de Dohuk, en un gesto que semeja comportar más un mensaje que una intencionalidad ofensiva, toda vez que la mayoría de los objetivos fueron espacios abiertos, según confirmaron las autoridades en Dohuk.
«Los fogonazos de las explosiones se pueden apreciar incluso desde Dohuk. Sólo quieren asustar. Están disparando en campos abiertos, sin causar víctimas», aseguró un responsable de la seguridad local que no quiso ser identificado.
Cualquiera que sea su pretensión, los repetidos ataques de estos últimos días en esta zona han provocado ya la aparición de los primeros desplazados, varios centenares, que han huido hasta Dohuk o Zakho, no lejos de la línea divisoria con Turquía.
«Dicen que el PKK está aquí pero llevamos dos años aquí y nunca hemos visto al PKK», afirmó a la agencia AP, Hana Moshi Petto, un agricultor de Deshtatak que permanecía en ese poblado.
Fuentes militares turcas informaron a la prensa de ese país que sus soldados han entrado ya en territorio iraquí -hablan de un avance de entre 10 y 50 kilómetros- y de la acción de cazas y helicópteros contra posiciones del PKK, algo que desmintió el grupo armado y de lo que nadie tiene constancia en esta área.
Las acometidas limitadas que parece estar propiciando el Ejército turco podrían derivar en una invasión de mayor calado si Bagdad y el gobierno kurdo ignoran el ultimátum que les ha enviado Ankara y que según los medios turcos incluye la entrega de sus dirigentes y la clausura de sus campamentos.
En este sentido, el presidente del Kurdistán, Masud Barzani, emitió un comunicado durante la jornada, en el que por primera vez requería al PKK que «renuncie a la violencia» y rechazaba «la utilización del territorio iraquí para amenazar a un vecino», un tono muy diferente del estilo ambiguo que siempre ha mantenido hacia la guerrilla kurda.