El Gobierno salvó ayer con menos apoyos que nunca los Presupuestos más electoralistas de los últimos 4 años: 177 votos a favor, 168 en contra y 1 abstención. El voto en contra de CiU y ERC, al considerar que Zapatero no ha cumplido con las inversiones pactadas para Cataluña, resultó un sarcasmo muy revelador. Primero, de la fragilidad de los apoyos sobre los que el presidente ha sustentado la gobernabilidad. Segundo, de la insaciable avidez nacionalista: el PNV dijo sí a cambio del cupo vasco, pero pague lo que pague a ERC y CiU siempre les parecerá poco. Y, finalmente, de la política de chequera de que se ha valido Zapatero para atar a sus socios.
Se vio antes de la votación, cuando el PSOE admitió que había logrado el apoyo de sus dos diputados verdes tras pactar introducir compromisos en política medioambiental, entre ellos subvenciones para los agricultores ecológicos. Y se volvió a ver en el debate, cuando el vicepresidente económico replicó a CiU y ERC que había sido generoso con Cataluña, más allá de lo acordado en el Estatuto, «para evitar otro tipo de males». La frase fue tan críptica como sugerente.
La proximidad de las elecciones condicionó la sesión, especialmente la actitud defensiva de Pedro Solbes -bregó con seis enmiendas a la totalidad-, y la determinación con que los socios y acreedores del Ejecutivo revisaron al alza sus demandas. Todos los partidos cuestionaron una previsión de crecimiento del 3,3% hecha ya añicos contra las estimaciones de los organismos internacionales, incluido el FMI, que la sitúa en torno al 2,7%. Es decir, todas las cuentas de Solbes fallan por la base y pecan de autocomplacientes. Sobre todo al albur de un escenario próximo marcado por la subida del petróleo, la crisis crediticia, la caída del consumo y de la construcción, y por la merma del poder adquisitivo de las familias, entre otras cosas, debido al alza de las hipotecas, a la inflación y al «aumento sostenido de la presión fiscal», según admitió Solbes aun con reservas.
En esta tesitura cabe preguntarse por la credibilidad de las cuentas de 2008 y de la última propuesta de Zapatero: el aumento hasta 800 euros del salario mínimo. También por la bondad de unas cuentas en las que el gasto ha crecido a lomos de un electoralismo flagrante -«indecente», al decir de Rajoy- y sólo aparentemente social: cheque-bebés, subvenciones al alquiler, plan bucodental... Ambas preguntas las respondió el PP asegurando que Zapatero «tira de chequera» para «llegar a elecciones» y -exagerando la nota- para «ocultar el fracaso de las negociaciones con ETA y de su reforma del modelo de Estado».
El Gobierno ha diseñado sus Presupuestos sobre una previsión de crecimiento falsa, ha consignando las inversiones primando las reclamaciones de sus socios y ha troquelado el gasto fomentando la desigualdad entre las autonomías con el más burdo electoralismo. Suficientes razones para afirmar que los presupuestos más expansivos de la legislatura, los que menos apoyos han recibido, son los menos adecuados si pintan bastos y hay un cambio de ciclo.
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