Sábado, 27 de octubre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6523.
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PREMIOS PRINCIPE DE ASTURIAS 2007 / Don Felipe trazó un intenso discurso en el que reclamó unidad empuñando los principios de la Constitución / Su Alteza recordó al escritor Albert Camus para presentar a los galardonados
«El fanatismo es perverso, una fuerza ciega que obliga a renunciar a ser uno mismo»
LUIS ALEMANY. Enviado especial

OVIEDO.- Los expertos en descifrar las sutilezas de los mensajes de la Casa Real, tan aparentemente impasibles siempre, comparaban ayer sus hallazgos entre líneas en el discurso que el Príncipe Felipe pronunció en la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Por ejemplo, sus segundas lecturas de frases como ésta: «El fanatismo es una plaga perversa, una fuerza ciega que obliga a renunciar a ser uno mismo».

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Don Felipe utilizó esas palabras para referirse al escritor Amos Oz, miembro del palmarés de este año en la categoría de Letras y destacado conciliador en el conflicto árabe/israelí. Pero el Príncipe podría haber empleado las mismas frases para calificar el contexto político que ha precedido a su cita anual en Oviedo. Apenás hace falta recordar las fotografías del Rey quemadas en varias localidades de Cataluña, el insólito enfado del monarca con la presidenta de la Comunidad de Madrid y con algunos periodistas, y la filtración de esa discusión a los medios de comunicación.

El discurso de Don Felipe, sin embargo, sobrevoló por todas esas cuestiones sin dejar una sola alusión explícita a la agenda política de este otoño. Las alusiones indirectas, por su parte, quedaron dentro del guión. «[Los premiados] son capaces de convivir en la diferencia y consideran su propia diversidad una fuente de enriquecimiento colectivo. Son ejemplo vivo de lo que también los españoles nos propusimos. Como heredero de la Corona, dedico y dedicaré a esta gran tarea todos mis esfuerzos. Sigamos trabajando todos unidos poniendo nuestro mayor empeño en esa gran empresa de hacer de España una sociedad cada vez más sólida y cohesionada en torno a los principios y los valores de nuestra Constitución». Es decir: la llamada a la unidad de España dentro de la diversidad que ya protagonizó su discurso del año pasado.

No hubo por tanto grandes sobresaltos en las palabras de Don Felipe, aunque sí que quedó tiempo para los detalles hermosos. Así ocurrió cuando el Príncipe tomó unas palabras de Albert Camus para presentar a los premiados: «Existen personas más grandes, auténticas y de corazón más hermoso que otras. Y forman, a través del mundo, una sociedad, invisible muchas veces, que justifica el vivir de todos».

Esa fue la laudatio que el Príncipe dedicó a un colectivo más diverso que nunca. Sobre el entarimado del Campoamor esperaban personalidades admirables pero, en ocasiones, contradictorias entre sí. Esa es la sensación que surge cuando se compara al premio de la Cooperación Internacional, Al Gore (ruidosamente dedicado a la salvación del mundo) con los premiados en la categoría de la Ciencia, Peter Lawrence y Ginés Morata (también dedicados a mejorar nuestras vidas, pero silenciosos); o cuando se compara al impulsivo Michael Schumacher, Premio del Deporte, con los parsimoniosos y rigurosos representantes de las revistas Science y Nature, que compartieron el Premio de la Comunicación y las Humanidades.

En el escenario también pesaron las sombras de los ausentes. Fue el caso del sociólogo alemán Ralf Dahrendorf, ganador del premio Ciencias Sociales, recientemente operado y representado ayer por su mujer, que leyó unas palabras de agradecimiento. Y fue, sobre todo, el caso de Bob Dylan, Premio de las Artes, que ni siquiera se animó a escoger un enviado que recogiese en su nombre la escultura de Joan Miró que reciben los premiados. Unas líneas de disculpa no muy precisas (como si el músico cantara eso de It ain't me, baby) y una vaga promesa de actuar pronto en España han sido todo lo que se ha sabido de Dylan en Oviedo.

De hecho, la ausencia del cantante ha pesado sobre las largas vísperas de estos Premios Príncipe de Asturias, huérfanos de la apuesta más universal de su palmarés. O, mejor dicho, de la apuesta más universalmente conocida.

Aún más poderosas que los versos del músico de Duluth, Minessota, es la historia que cuenta en sus paredes el Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén, ganador del Premio a la Concordia de esta edición. Avner Shalev, su director, pronunció ayer en el Campoamor un emocionante discurso dedicado a narrar las historias de las víctimas del genocidio nazi que su institución se ha propuesto guardar. Al final de su intervención, Shalev dijo que el Premio Príncipe de Asturias, el Yad Vashem, es «la victoria de la tolerancia sobre el racismo, del amor sobre el odio, del bien sobre el mal».

Sus palabras parecieron un guiño final a Amos Oz, el galardonado al que el Príncipe Felipe se refirió en su discurso como un héroe de aquellos que huyen del fanatismo. Oz, que nació en la misma ciudad en la que el Yad Vashem abre sus puertas en unos tiempos aún más atribulados que los actuales, también dejó su recado en un bello discurso: «Demasiada hostilidad impera entre nostros, demasiada poca curiosidad».

elmundo.es

Documento:

Lea el discurso íntegro del Príncipe.


Umbral, en las 'negritas' del Príncipe

Un viernes de principios de noviembre 1996, otoñal como el de ayer, Francisco Umbral recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras de manos de un Príncipe Felipe aún veinteañero, que reconoció así el mérito del escritor «por ser vivo y polémico ejemplo de decicación absoluta a la literatura».

La participación de Umbral en aquella ceremonia debió de dejar huella en el que entonces fue su anfitrión. La prueba estuvo en la ceremonia de ayer, cuando Don Felipe dedicó el primer párrafo de su discurso a recordar al escritor y columnista de EL MUNDO, fallecido el pasado mes de agosto. Según el heredero de la corona, la ceremonia del Teatro Campoamor es «un acto hondo y emotivo que nos reúne desde hace casi tres décadas para celebrar el triunfo del bien y de la cultura, ese saber del hombre sobre el hombre, como dijo en este mismo escenario el inolvidable Francisco Umbral». Aquel año, el fallo que señaló a Umbral calificó al autor de «ensayista de relieve, deslumbrante periodista literario que ha hecho de la columna diaria una permanente lección de arte verbal. Francisco Umbral es uno de los primeros prosistas de lengua española del siglo XX por la excelencia de su estilo, forjado en un castellano clásico y moderno a la vez, capaz del vuelo lírico y de la sátira más contundente, que ha renovado nuestro lenguaje literario».

Aquel año, el escritor compartió palmarés con Adolfo Suárez, Indro Montanelli, Joaquín Rodrigo, John Elliott, Carl Lewis y Valentín Fuster. Una 'alineación' que, como recordó ayer Don Felipe, inspiró al autor un discurso insólito: «Yo escribo en europeo gracias a Montanelli, y pongo su periódico, tricornio de papel, encima de mi testa cuando no tengo tema».

Cuando se puso serio, Umbral dejó aviso «de lo que está pasando, la muerte de los libros y la herida en la idea, filósofos burlados con pensamiento débil y las ciencias sutiles, enramada del ser, al servicio oneroso de tantos generales. Eso ya está pasando, vamos a la barbarie». El Campoamor, por tanto, más que un «triunfo del saber» es un bastión.

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