«Soy fiable y previsible». Así se definía ayer Rajoy en su presentación oficial como candidato del PP a las próximas generales, y con su discurso hizo sin duda honor a tal afirmación. El presidente de los populares no trató ayer de reinventarse a sí mismo ni de sorprender a nadie con su intervención, sino de recordar casi con afán omnicomprensivo sus posiciones básicas en las cuestiones que preocupan a los españoles, contraponiendo en todo momento su «sentido común» a la «marea de frivolidad» del Gobierno de Zapatero.
Aunque en ningún momento Rajoy mencionó el «centro», puso su empeño en situarse en ese espectro ideológico, manifestándose dispuesto a forjar un «Nuevo Consenso» que ponga «cordura en esta subasta de soberanismo». No aludió tampoco a la derecha, si bien hizo reiteradas apelaciones al «privilegio» y el «orgullo» que le supone ser español y a la necesidad de que se pueda «hablar de España sin bajar la voz». Asimismo, apostó sin ambages por pedir el voto «a quienes votaron a la izquierda en el pasado», asegurando que coincidía con mucha gente de izquierdas «en cosas importantes».
Por encima del debate ideológico, el líder del PP quiso ayer demostrar que será un presidente que se ocupará de los problemas cotidianos de los españoles: de la educación, de que «las familias lleguen a fin de mes» o de que les «deje de agobiar el recibo de la hipoteca». Sin embargo, el afán por querer mencionar todas las cuestiones de Gobierno le obligó a esbozarlas casi como meros eslóganes. Quizá porque en una legislatura enzarzada en debates como el matrimonio homosexual, la memoria histórica o la Educación para la Ciudadanía, lo único que pretende Rajoy es demostrar que sus prioridades estarán más próximas a las de la mayoría.
Posiblemente sea esta búsqueda de cercanía, en la forma y en el fondo, la que haya impulsado al líder del PP a presentarse a sí mismo con un discurso más correcto que brillante, carente no ya de toda pretensión intelectual, sino también de citas de referencia, y en el que la idea de «libertad», hasta ahora buque insignia del PP, apenas se menciona de pasada.
En lugar de eso, Rajoy personalizó su intervención más de lo que acostumbra con referencias a su condición de padre de familia, confidencias como la de que «estos años no han sido fáciles» o la admisión de que «a veces» se ha equivocado; gestos de «humildad y modestia» que contrapuso veladamente al creciente personalismo de Zapatero. «Este no es un proyecto personal a mayor gloria de mis iniciales», afirmó Rajoy, concentrando en una sola frase, por paradójico que parezca, toda su fortaleza y su debilidad. Porque el discurso de Valencia ha vuelto a demostrar que sus capacidades para movilizar con la oratoria y el carisma personal son limitadas, pero también que las compensa con una sensatez y, sobre todo, con una gran solvencia que son, en estos momentos, las cualidades que más se echan en falta en el Gobierno.
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