Por una vez, precisamente porque no hay precedentes, la visita de los Reyes a dos ciudades españolas -Ceuta y Melilla- debe calificarse de histórica y acertada, aunque el Gobierno -el tiempo lo dirá- pueda haberse equivocado al calibrar la respuesta del régimen marroquí. Pese a la seguridad con la que la diplomacia española advierte que la reacción estaba prevista, hay que ser precavidos ante la llamada a consultas con carácter indefinido del embajador de Marruecos. Ni las buenas relaciones de los últimos tres años ni las comunicaciones previas de Madrid a Rabat sobre la visita han evitado una crisis diplomática cuyo alcance está por ver.
La mejora sustancial de las relaciones bilaterales desde que los socialistas volvieron a La Moncloa en 2004 y la oportunidad de recuperar la imagen perdida de defensores de España tras el desgaste sufrido por el proceso de paz y el Estatuto catalán, pueden haber hecho creer al Gobierno que los posibles efectos negativos de la visita de los Reyes se verán compensados con creces en las urnas en marzo de 2008. Pero ni el hipotético error de cálculo en cuanto a la respuesta marroquí ni el posible oportunismo político restan un ápice de nuestro apoyo a esta visita.
El Ejecutivo ha sido extremadamente cuidadoso y tanto Mohamed VI como su Gobierno, dirigido por el partido nacionalista Istiqlal -el más beligerante en la defensa de la marroquinidad de Ceuta y Melilla- fueron informados de la visita. Definir a Ceuta y Melilla, como ha vuelto a hacer el Ejecutivo marroquí, como «ciudades expoliadas», entra dentro de su lenguaje habitual, por más que se trate de una falacia: ambas son españolas desde los siglos XV y XVI, varias centurias antes de que exisitiera Marruecos. No cabe hablar, pues, de colonialismo.
De forma recurrente, tanto el monarca de turno como los políticos marroquíes sacan a la luz la reivindicación de Ceuta y Melilla. Lo hacen según conviene a sus motivos internos. Para evitar que España tenga que estar pendiente de esos vaivenes, el ministro Fernando Morán imaginó cuatro alternativas posibles: desde las más razonables -reforzar la posición española en ambos enclaves o conectar su desarrollo socioeconómico con las regiones marroquíes más próximas- a las más abandonistas -crear instituciones de autogobierno dirigidas por españoles y marroquíes, o internacionalizar las plazas a la manera del Estatuto de Tánger-. En realidad, se ha dejado pasar el tiempo y no se ha avanzado prácticamente en ninguna. Pese a todo, los atentados de Casablanca (2003) y de Madrid (2004), y la crisis migratoria de otoño de 2005 -cuando avalanchas de subsaharianos intentaron saltar las verjas de las dos ciudades- multiplicaron los contactos entre Madrid y Rabat, que han desembocado en una cooperación más intensa y eficaz.
La visita que el lunes realizan los Reyes a Ceuta y Melilla es un hecho extraordinario: por la excepcionalidad -ningún jefe de Estado español, incluido Franco, había estado allí en 80 años-, por el valor sentimental y estratégico que tienen para España, por la importancia crucial de las relaciones entre Madrid y Rabat frente al enemigo común yihadista, y por la carga simbólica del viaje en momentos en que la Monarquía representa más que nunca la unidad de España.
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