Con la declaración del estado de emergencia y la suspensión de las garantías constitucionales, el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, evita que el Tribunal Supremo se pronuncie, como estaba a punto de hacer, contra su continuidad al frente del país y de las Fuerzas Armadas. Musharraf sabía que los jueces habían decidido invalidar su reelección. Ahora, en contra de la palabra dada antes de las presidenciales de octubre, ha decidido intervenir y sustituir por la fuerza al presidente del tribunal y a los jueces que le apoyan. Se trata, por lo tanto, de un golpe preventivo para mantenerse en el poder, que ejerce desde 1999, cuando destituyó al primer ministro Nawaz Sharif en otro golpe militar.
Musharraf se justificó ayer acusando al poder judicial de no hacer nada por acabar con la inestabilidad del país y dio a entender que el Parlamento seguirá funcionando. La población, por su parte, continúa pendiente de una mujer, Benazir Bhutto. La ex primera ministra es la única persona capaz de aglutinar el apoyo necesario para restablecer la democracia, pero sólo lleva en Pakistán tres semanas, tras ocho años de exilio, y carece de los medios necesarios para la movilización masiva en la calle que podría obligar a Musharraf a ceder.
Todo indica que los generales, metidos hasta el cuello en todas las decisiones más polémicas de Musharraf, le apoyan en lo que parece el acto desesperado de un líder cada día más aislado e incapaz de afrontar con éxito los graves desafíos del país, sobre todo la rebelión de los talibán en las provincias fronterizas con Afganistán.
Occidente cometería un gravísimo error si respalda por segunda vez al dictador, pero, con el núcleo de Al Qaeda y la cúpula talibán entre Pakistán y Afganistán, no puede permitirse el lujo de cortar todos los contactos con él. Pakistán, el único país musulmán nuclearizado, necesita ya un líder civil que cuente con el apoyo de la mayor parte de la población. Si Estados Unidos y Gran Bretaña -principales avales de Musharraf- miran hacia otro lado y le dejan salirse con la suya, perderán la poca influencia que ya tienen en el país. Fiarse de la promesa de Musharraf de restablecer la legalidad constitucional tampoco es una opción, pues éste ha incumplido casi todas las promesas desde que llegó al poder. Hará falta mano izquierda y mucho tino.
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