La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, que este año preside España, se rinde ante el país más empeñado en dinamitar al vigilante de los abusos. Ante los obstáculos puestos por el Gobierno de Putin, la división encargada de derechos humanos y elecciones anunció que sus observadores no podrán asistir a los comicios parlamentarios del 2 de diciembre.

La OSCE ha logrado mandar a sus expertos por todo el mundo, incluso a la dictatorial Bielorrusia, pero el Kremlin se resiste, cada vez más, a que ejerza su poder para controlar a los 56 miembros de la organización. Ahora, los rusos no han utilizado votos ni vetos para expresar su desagrado, sino, simplemente, burocracia.

Ante la larga espera para obtener visados de entrada para sus observadores (un número ínfimo respecto a los 400 invitados en las parlamentarias de 2003) y tras varios rechazos, la OSCE opta por suspender una misión que ya había nacido con muchas trabas. Rusia retrasó hasta el 31 de octubre su invitación a los observadores -una necesidad formal- y les impuso «restricciones sin precedentes» en sus movimientos, según la OSCE. La dirección de observadores internacionales, con sede en Varsovia, entiende que el Gobierno de Moscú «no está dispuesto» a recibirlos «de una manera cooperativa y a tiempo».

Incluso aunque el Ministerio de Exteriores ruso conceda los visados, como prometió el jueves, la OSCE considera que ya no hay margen de maniobra para desplegar su misión de manera eficaz.

En la organización, que lleva una década vigilando las elecciones en Rusia, presidenciales y parlamentarias, sólo se recuerda un precedente de anulación de una operación en marcha, en Albania, en 1996, con el país al borde de la guerra civil y en continua emergencia nacional. Aunque el 2 de diciembre pueden asistir otros observadores internacionales -por ejemplo, del Consejo de Europa-, la negativa del principal órgano de control electoral vuelve a poner en entredicho la democracia en Rusia y erosiona un poco más la tensa relación entre rusos y europeos occidentales también en su institución común. Al ministro de Exteriores español, Miguel Angel Moratinos, le tocará afrontar la crisis el 29 y 30 de noviembre, durante la cumbre ministerial en Madrid que concluye el turno español coincidiendo con una de las peores crisis de la organización y justo antes de las elecciones rusas.

Finlandia, que relevará a España el 1 de enero, ya teme por el futuro de la OSCE si su vecino sigue pidiendo la reforma o la desaparición de la organización fundada en la capital finlandesa en 1975, «de Helsinki a Helsinki», como repiten los rusos. En una reunión esta semana, el ministro de Exteriores de Putin, Sergei Lavrov, pidió al próximo presidente que «no esconda la cabeza en la arena» y rediseñe las funciones de la institución.

En los últimos tres años, Rusia ha denunciado repetidamente los «abusos» de la OSCE por «intervenir en asuntos internos» y el «desperdicio» de su presupuesto, y Finlandia teme que le toque encabezar la última debacle. Los finlandeses, por mucho que intentan apaciguar las relaciones con su vecino y ex invasor, parecen abocados a lo contrario. El año pasado, durante su Presidencia de turno de la UE, lideraron la cumbre de Lahti, en octubre, cuando el enfrentamiento de los líderes europeos y Vladimir Putin se escenificó en una incómoda cena llena de recriminaciones.

Indecisión

En Bruselas y en Washington, las autoridades de la UE, la OTAN y la Administración Bush estaban ayer indecisas en si quejarse más por la suspensión de la misión electoral o por la reafirmación de que Rusia se saldrá del Tratado de Fuerzas Convencionales (que limita el despliegue de tanques y aviones de guerra, entre otra maquinaria bélica en Europa) ratificada ayer por el Senado ruso.

«Deploramos las circunstancias que no permiten organizar la misión de observación de las elecciones», declaró ayer la portavoz de la Comisión Europea, Christiane Hohmann, quien recordó que, en el último encuentro de la UE con Rusia, el mes pasado, Putin prometió una votación «que respete las normas internacionales de unas elecciones democráticas». Según el Departamento de Estado estadounidense, el rechazo ruso es «extremadamente desafortunado» en un momento delicado, en que las potencias occidentales y Rusia se enfrentan por Irán, Kosovo, Oriente Próximo o el escudo anti-misiles.

En Bruselas, diplomáticos y altos cargos reconocían en verano que ningún acuerdo sería posible con Rusia mientras no pasaran sus elecciones parlamentarias y presidenciales, pero lo que no preveían es que el conflicto llegaría hasta los mismos comicios y sus observadores, aceptados por todos los miembros sin discusión (incluso por la recelosa Administración Bush).