La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) se ha visto obligada a renunciar a supervisar la limpieza de las elecciones en Rusia como consecuencia de las trabas que este país ha puesto a sus observadores. A dos semanas de los comicios, las autoridades rusas aún no han facilitado ni las autorizaciones ni los visados para los observadores internacionales, lo que no deja en la práctica tiempo material para su despliegue. Baste decir que, hasta ayer, sólo había un precedente de anulación de la supervisión de la OSCE en unas elecciones: hace una década, en Albania. Esa absoluta falta de respeto hacia una organización de la que Rusia forma parte, dentro además de lo que es la actividad normal de la OSCE -ésta supervisa los procesos electorales de todos los países europeos- confirma el clima de deterioro en el que se hayan instalados desde hace meses el Gobierno de Vladimir Putin y los gobiernos occidentales.
De unas relaciones fluidas y de entendimiento que parecían haber enterrado definitivamente la Guerra Fría se ha pasado en el último año y medio a una situación de crisis casi permanente: cuando no ha habido disputas por el escudo antimisiles de la OTAN, las ha habido por las amenazas en el corte del suministro de gas, y todo ello salpicado por continuos desencuentros a raíz de grandes escándalos, como el asesinato de la periodista crítica Anna Politkovskaya o el envenenamiento con polonio del ex agente Litvinenko en Gran Bretaña.
Pero el desplante a la OSCE no fue la única noticia negativa de la jornada en este sentido. El Senado ruso aprobó ayer la suspensión del Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa, lo que desvincula a Moscú de forma unilateral de un acuerdo básico para el control de armamento en el continente. La decisión está directamente relacionada con los planes de EEUU de implantar el escudo antimisiles en Europa.
En este ambiente de vuelta atrás, con constantes fricciones con Occidente, con un protagonismo creciente en la dirección de los asuntos del país de personas que han estado vinculadas a los servicios secretos, con recorte de libertades a niveles de tiempos de la URSS, con renacionalización de empresas, con una centralización creciente del poder, con un nacionalismo antioccidental cada vez mayor en la calle, Rusia se prepara para ir a votar el 2 de diciembre para elegir nuevo Parlamento, como preámbulo de las elecciones presidenciales de marzo de 2008. Los augurios, desde luego, no son nada buenos.
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