«Nunca tantos debieron tanto a tan pocos». La frase con la que Winston Churchill resumió la labor de los aviadores ingleses y su defensa de Londres frente a los bombardeos nazis bien podría aplicarse a las tres personas que han compartido el Foro de EL MUNDO que presentamos hoy en nuestras páginas. Regina Otaola -alcaldesa de Lizarza-, Vicente de la Quintana -concejal de Durango- y María del Carmen López de Ocáriz -edil en la localidad alavesa de San Millán- llevan, como tantos otros compañeros de su partido amenazados, la voz del PP a feudos del País Vasco dominados por el entorno de Batasuna. Son personas empeñadas en defender la libertad de todos pese a que eso les supone poner en peligro sus vidas de manera cotidiana, alterar la de sus familiares y soportar todo tipo de presiones. Y lo hacen, aunque parezca increíble, sin sentirse arropados por el Gobierno de la Nación.
Es el caso de Regina Otaola, quien, entre otros gestos de defensa de la legalidad y el Estado de Derecho, decidió colocar la bandera española en el Ayuntamiento de Lizarza, un acto de valentía que le generó públicas amenazas de muerte por parte del entorno abertzale pero ni una sola llamada de apoyo por parte del presidente del Gobierno, mucho menos la decisión de éste de seguir su ejemplo en los ayuntamientos vascos encabezados por los socialistas.
No es por ello de extrañar el abierto escepticismo que los tres entrevistados mostraron a la hora de creer que Zapatero no reanudará su proceso con ETA si vuelve a ganar las elecciones. «Necesita seguir negociando para mantenerse en el poder», asegura Otaola, quien cree además que si Zapatero gana las elecciones «vamos a ver todavía bastante más la claudicación total y absoluta del Estado de Derecho frente al terrorismo».
A veces, la falta de apoyo demostrada por los socialistas hacia los que fueron sus compañeros del Pacto antiterrorista se transforma incluso en ataque directo. «Las cosas que hemos tenido que oír del PSOE por decir que teníamos muchísimas dudas con el proceso de paz. Ha sido horroroso. Lo peor es que te insulten por tener dudas», asegura López de Ocáriz. «A mí uno de los reproches que más me duelen es que nos acusen de que nuestras posiciones en política antiterrorista obedecen a un interés electoral», replica De la Quintana.
Por si fuera poco, ni la alcaldesa ni los concejales pueden contar ni siquiera con el aliento de sus propios votantes. Porque si en algo coinciden también los tres es en admitir que no los conocen, porque el miedo «se palpa, se ve» y los vecinos, especialmente cuando se trata de localidades pequeñas, «no se atreven a hablar». Ya sólo el acto de votar anónimamente contra la presión dominante resulta un acto de arrojo que hay que agradecer.
Aún así, merece la pena destacar que en ninguno de los tres entrevistados se aprecia un afán por convertirse en héroes, sino todo lo contrario, un apremiante deseo de llevar la normalidad a las instituciones vascas y de trabajar por todos los ciudadanos con independencia de su ideología. Es un empeño que debería darse por descontado en un sistema democrático, pero que todavía hoy en el País Vasco requiere unas dosis de valentía y generosidad ante las que todos somos deudores.
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