Lo destacó ayer Acebes en su intervención ante el Comité Ejecutivo del PP: «Los más insatisfechos con Zapatero, según la última encuesta del CIS, son los trabajadores». Sea por esta razón o, más bien, porque así se venía cocinando meses atrás en el equipo del programa dirigido por Juan Costa, Rajoy se descolgó ayer con otra de sus grandes propuestas en favor de los asalariados.
Esta vez, al anuncio de la exención de impuestos a los mileuristas y el de su rebaja para todas las empleadas, el candidato del centro-derecha liberal sumó la reforma del Estatuto de los Trabajadores en beneficio de éstos y a través de un nuevo acuerdo entre sindicatos, empresarios y agentes sociales. Un acuerdo que ni siquiera descartaría la revisión del Pacto de Toledo sobre pensiones, para acabar con la jubilación forzosa y posibilitar la «prolongación voluntaria» del empleo tras los 65 años, así como su abandono gradual.
Lo que pretende Rajoy no es que los españoles trabajen más pero sí mejor y, sobre todo, a la carta. Dado que el mercado laboral es más inestable, y las indemnizaciones por despido ya no representan un factor de seguridad para los trabajadores, los populares quieren compensarles con un nuevo marco de relaciones laborales que garantice su formación continua, la flexibilidad de horarios y la conciliación, con la familia -el PP plantea ampliar los permisos de maternidad y de paternidad- y con otros intereses vitales.
Según esta nueva filosofía popular, enfocada al objetivo prioritario del «pleno empleo» y a la intensificación de la agenda social, se trata de proteger al trabajador, por encima del propio puesto de trabajo. Y de ello hizo Rajoy ayer no sólo una apuesta programática del PP sino un auténtico «compromiso» personal.
No fue el único. «Me someteré mensualmente a interpelación parlamentaria», dijo el candidato dando el salto al otro gran pilar regeneracionista de su programa, «y me comprometo a un reparto equilibrado de tiempos en las intervenciones en el Congreso, primando al principal partido de la oposición».
Pero hubo aún ayer un tercer «compromiso» de carácter singular. «Haré cuanto esté en mis manos», añadió el heredero de José María Aznar y del legado político de la intervención española en la Guerra de Irak, «para hacer una política exterior consensuada». Rajoy prometió, en este sentido, contactos periódicos con el líder de la oposición y un debate anual en el Congreso para debatir la estrategia nacional en dicha materia.
Se fuma un puro
En realidad, las tres promesas de Rajoy constituyeron una pequeña muestra de un compendio de medidas que con un cierto orgullo tecnológico, él mismo mostró e hizo distribuir a periodistas y miembros del Comité Ejecutivo a través de un pen drive. Y es que el de ayer fue uno de esos días en los que Rajoy salió de Génova fumándose un puro, lo que en el lenguaje corporal del líder de la oposición no es, en absoluto, un detalle menor.
El presidente del PP estaba ayer encantado. Acababa de recabar de su Comité Ejecutivo la aprobación de las bases del programa electoral para las generales de marzo, que no se presentará en sociedad hasta el mes de enero; un copioso borrador, con los ejes centrales de su oferta política, con la que daba por superado el mensaje de Zapatero de la víspera, en su mitin de proclamación como candidato socialista. «Su único mensaje», dijo Rajoy a los periodistas, «es que él trabajará para frenar al PP, lo cual no es ninguna novedad. Yo trabajo para que España sea un país tranquilo, que construyamos entre todos los españoles, y para mejorar el bienestar y riqueza de la gente».
Rajoy resumió su programa con sendas invocaciones, referidas a la recuperación de los grandes consensos nacionales con el PSOE en política interior y exterior, y a un plan de reformas económicas y sociales.