Viernes, 30 de noviembre de 2007. Año: XVIII. Numero: 6557.
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ELECCIONES EN RUSIA / Después de cinco días encarcelado tras una marcha contra Putin, el ex ajedrecista denuncia el aislamiento total al que se ha visto sometido y asegura públicamente que seguirá combatiendo al Kremlin
Kasparov sale de la cárcel y promete seguir luchando contra la 'dictadura' del presidente Putin
DANIEL UTRILLA. Corresponsal

MOSCU.- Metido en una celda de 2 por 2,5 metros, Garry Kasparov debió de sentirse como un peón encerrado en su casilla. Pero más que las estrecheces del encierro, al ex ajedrecista y líder opositor le irritó el «aislamiento» al que ha sido sometido durante cinco días entre rejas, según reconoció nada más ser liberado. Ayer salió y prometió seguir luchando.

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Desde que fue arrestado el pasado sábado durante una marcha anti-Putin por «insubordinación a la policía», el ex ajedrecista no pudo recibir llamadas ni encontrarse con su abogado, aunque sí le llegaron paquetes con comida que le preparaba su madre. Tampoco pudo encontrarse con él su archirrival en los tableros, Anatoli Karpov, que pese a sus divergencias ideológicas lo visitó en un gesto de solidaridad.

Faltan cinco minutos para las cinco de la tarde, cuando Marina Litvinovich, brazo derecho del ex ajedrecista en su andadura política, traza un círculo en la nieve con su zapato para demarcar el lugar donde Kasparov debe posicionarse. Lo hace con la esperanza de mantener a raya el alud de periodistas y simpatizantes que aguardan al político recién liberado.

No sirvió de nada. En cuanto se abrió el portal del número 26 del callejón Gagarinski, el miura de la oposición política al Kremlin fue tragado por el alud de informadores. «¡Kas-pa-rov, Kas-pa-rov!», corean entre aplausos una veintena de partidarios que quieren ver al ex ajedrecista tras su primer trance carcelario. Para evitar concentraciones a la puerta de la comisaría, la policía lo llevó ayer en coche hasta su misma casa.

«Ha sido una experiencia provechosa porque ahora entiendo cómo sufren mis compañeros de lucha cuando están en estas condiciones», reconoce Kasparov tocado con una gorra de aire leninista. El aglutinador de la oposición más radical dio a entender ayer que no comió ni bebió nada en prisión por temor a ser envenenado. «Sin estas comidas [las que le llevaban desde fuera] habría sido difícil», reconoce el líder opositor, que así -dijo- pudo «evitar probar aquello que nos daban, temiendo que pudiera ser otra cosa diferente a lo que decían que era». Kasparov sonríe y relata con precisión pasmosa los pormenores de su arresto, en la recta final de las elecciones parlamentarias rusas. Su mente retiene cada rostro, cada frase de la juez, cada empellón de la policía... Habla atropelladamente.

Reconvertido en fiero opositor desde que en 2005 dejó los tableros, Kasparov se vuelca en su labor de cohesionador de la dispersa oposición rusa. «Yo entiendo que es mi deber, y aunque sé que del poder se puede esperar cualquier cosa, también sé que si ahora me muestro débil, no podré exigir luego a la gente que no tenga miedo».

Ante el edificio de ocho plantas donde vive, Kasparov reconoció ayer que piensa denunciar ante los tribunales las numerosas «violaciones» que se registraron desde el momento de su arresto hasta su liberación.

Además de no permitirle contactar con su abogado («no solamente a mí, sino al resto de detenidos»), Kasparov enumeró un rosario de irregularidades, como el hecho «inverosímil», dijo, de que los documentos de acusación por insubordinación a la policía ya estuvieran preparados de antemano y sólo faltara añadir el nombre. El activista y candidato a las elecciones de marzo cree que «los poderes se asustaron por lo que hicieron», y que por eso lo liberaron varias horas antes de tiempo y lo trasladaron en un coche a su casa con el fin de «evitar la escena que pasa en estos momentos», señaló el ex ajedrecista rodeado de periodistas y partidarios. Una treintena de estos simpatizantes, jóvenes y ancianas se reunieron por la mañana en un piquete en apoyo a Kasparov.

Al menos 20 activistas fueron detenidos puntualmente a lo largo de la semana cuando pedían la liberación de Kasparov a las puertas de la comisaría. Junto a una estatua de Vladimir Visotski (1938-1980), el cantautor satírico más famoso de la URSS, la septuagenaria Nina Simionovna sonríe tras el burladero de su pancarta, que reza: «No estoy en contra de que Putin amplie su mandato a tres, cinco, o 10 años, pero no en Kremlin, si no en Kolimá [tierra del gulag]». Un oficial de policía le obliga a voltear su pancarta políticamente incorrecta. «Cuando usted sea tan mayor como yo y gane 3000 rublos [83 euros] de pensión, estará también aquí».

Mientras observa a la anciana, el jefe de policía parece meditar entristecido como si fuera un personaje de Dostovieski que duda de su condición. Como el verdugo sin vocación de Berlanga.

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