El domingo, la mayoría de los venezolanos también le pidieron a Hugo Chávez que -como mínimo- se calle. El 50,7% de los votantes -frente al 49,2%- han dicho no a la reforma Constitucional planteada por el presidente, de tal modo que Chávez debería dimitir. Cuando un jefe de Gobierno plantea un cambio de régimen -que es lo que ha hecho Chávez- y sus ciudadanos le dan la espalda, no le queda otro camino que el de la renuncia. Se trata de una cuestión de coherencia y dignidad. Sobre todo, cuando la apuesta política sobre la que la ciudadanía se ha pronunciado ha dividido a la sociedad al suponer, en sí misma, un antes y un después en la evolución del país. De Gaulle dimitió cuando perdió el referéndum de regionalización de Francia, aunque cualquier comparación entre el estadista galo y el espadón venezolano resulte una broma.
El domingo quedó claro que la mayoría de los venezolanos ni están dispuestos a que Chávez se eternice, ni quieren que Venezuela se convierta en un régimen dictatorial de corte castrista-populista. Lo ajustado del resultado y una abstención del 44% no restan un ápice de valor a lo fundamental. Esto es, que Chávez ha sido derrotado en las urnas. Y que por la naturaleza y profundidad de las reformas planteadas, el referéndum debería considerarse como un plebiscito. Además, el rechazo a la reforma constitucional chavista refuerza el hálito democrático del país -justo cuando parecía abocado a una involución totalitaria- y da alas a una oposición con más base social que organizativa. De ahí la alegría de una contestación interna articulada en torno a los estudiantes, la Iglesia, algunos medios y cada vez más chavistas decepcionados. Nada menos que tres millones de sus antiguos votantes han dado la espalda a Chávez. Pero lejos de tomar nota y obrar en consecuencia, el presidente de Venezuela no sólo no dimite sino que ha dicho que mantiene como objetivo político la reforma rechazada por su pueblo.
Desde 1998, la revolución bolivariana ha degenerado en un régimen presidencialista y en un sistema clientelar basado en la puesta en marcha de programas de subsidios. La política asistencial ha garantizado a Chávez su continuidad sin necesidad de solucionar los problemas. El referéndum del domingo abre un nuevo escenario. El presidente acusa a nivel interno el desprestigio que ya cosechaba en el exterior. Ahora puede comenzar a tender puentes o, por el contrario, intentar «cerrar el círculo» del denominado «socialismo del siglo XXI» con reformas en el Parlamento -donde tiene mayoría hasta 2013- o por decreto. Está en juego la convivencia en un país cada vez más convulso y en el que sus opositores se sienten legitimados.
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