El Hugo Chávez que se enfrentó serenamente a la prensa para reconocer la derrota no era el mismo que había estallado en cólera al percatarse hacia qué lado se inclinaba la balanza. Un sector del Ejército y de su entorno tuvo que presionarle para que no retrasara el anuncio del Consejo Electoral de la victoria del no en el referéndum constitucional del domingo. Sigue en
Cabe recordar que, sobre las 02.00 hora local, un grupo de políticos opositores intentó abrirse paso en la oficina de Tibisay Lucena, presidenta del CNE, para exigirle que comunicase de inmediato las cifras en su poder. A esas mismas horas, los estudiantes comenzaban a congregarse en la plaza Altamira para denunciar un supuesto fraude. Según el diario El Nacional, el ultimátum que le dieron a Chávez aquellos oficiales fue lo que, en última instancia, impidió que la disputa electoral se dirimiera en las calles con un baño de sangre.
Juan Carlos Tejeda, periodista y dirigente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), la nueva fuerza política que el líder bolivariano está empezando a formar, desmintió la versión según la cual el presidente no habría admitido que perdió la consulta sin que los uniformados le torcieran el brazo: «Es otra invención de los enemigos del Gobierno para enlodar la imagen de Chávez. Si algo se está torciendo aquí es la verdad, ya que el presidente actuó como un demócrata, obedeciendo sólo a su conciencia».
A las 19.30 horas del domingo, cuando prácticamente se había cerrado el proceso, Chávez convocó al Alto Mando Militar para trasmitirle su decisión de esperar el escrutinio del 100% de los votos antes de pronunciarse sobre el referéndum. La reunión se llevó a cabo en el Fuerte Tiuna, el mismo recinto militar donde Chávez permaneció recluido durante el golpe de Estado de 2002. El comandante era el único que hablaba, hasta que un general se puso de pie y, después de ofrecerle sus respetos, le advirtió que, en caso de que hubiera manifestaciones, sus hombres no saldrían a reprimir a la gente. «Este país no va aguantar la tensión [de esperar el escrutinio de la totalidad de las actas]. Hágase cargo, mi comandante», expresó el oficial.
Los acompañantes del presidente, Diosdado Cabello y Miguel Cabello, bajaron la cabeza sin atreverse a opinar. Pero Chávez estaba en otra cosa y, lleno de ira, murmuraba: «Me mintieron, Me engañaron como a un niño».
Las recriminaciones iban dirigidas a los responsables de la campaña electoral en favor del sí, quienes le habrían hecho creer, en base a encuestas manipuladas, que el triunfo estaba al alcance de la mano.
Visiblemente contrariado, el gobernante deploró no haber prestado mayor atención a los informes de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM), que pronosticaban el triunfo de sus adversarios.
Pasaban las horas y Chávez seguía encastillado en la ilusión de que las actas no escrutadas inclinaran la balanza a su favor. Un experto en estadísticas del CNE afecto al Gobierno fue convocado para persuadirle de que la ventaja del no era irreversible.
«Inquietud»
Pasada la medianoche, llegó un manifiesto de oficiales de las guarnición de Maracay, advirtiendo que había «inquietud» en los cuarteles. El mensaje llevaba la firma de cuatro militares de alto rango, identificados con el general Raúl Isaías Baduel, ex ministro de Defensa de Chávez que se pasó al bando de la oposición. No se trataba de una mera insinuación, sino de un cartel luminoso que advertía claramente sobre la posibilidad de un alzamiento militar. Con ese papel en la mano, el presidente se retiró en la habitación que tiene asignada en el cuartel y allí permaneció a solas con sus pensamientos. Al cabo de unos minutos que parecen eternos, el comandante supremo volvió a la sala de conferencias y con voz firme anunció con su acostumbrado tono ceremonial: «No voy a manchar mi nombre con la sangre de los venezolanos». Después de estrechar la mano de cada uno de los presentes, abordó el coche que le condujo al Palacio de Miraflores, sede presidencial, donde se había congregado una multitud, con banderas y pancartas, que le aclamaba con alegría creyendo que pronto se asomaría al balcón desde donde tantas veces había proclamado sus victorias. Para entonces, Chávez ya había delegado en el vicepresidente Jorge Rodríguez la tarea de ir preparando los ánimos de las bases chavistas para recibir el bofetón del primer boletín oficial, que recogía casi el 90% del escrutinio.
En la robusta figura de Hugo Chávez Frías conviven dos personalidades opuestas: la del caudillo arrebatado por la pasión de sus ideales y la del político hábil, sintonizado con la frecuencia de la realidad. En la madrugada del día 3 de diciembre, el pragmático se impuso sobre el visionario.
En una reunión más reposada con sus asesores y tras reflexionar sobre el drama vivido, el presidente sugirió que tal vez las condiciones no se daban para presentar una propuesta tan radical como la del socialismo a la venezolana. En un tono conciliador, el líder bolivariano dijo a los subalternos que antes había denostado: «Antes de andar buscando culpables, tengo que decir que pude equivocarme en la selección del momento para hacer la propuesta. Todavía no estamos a tiempo. Habrá que madurar más para construir en socialismo».
Chávez confesó que para él fue inesperada la victoria del no. «Fue una sorpresa, porque todos los exit polls que me pasaban desde las 07.00 horas nos daban ganando, aunque por poca diferencia. Pero más tarde empecé a preocuparme por las zonas de mucho peso electoral. Algo me decía que allí no andábamos tan bien», dijo.
El presidente negó categóricamente que hubiera presionado a la presidenta del CNE para que esperara antes de anunciar los resultados de la consulta popular. «Al filo de la medianoche, le dije a Jorge [Rodríguez, el vicepresidente] que una victoria por fracciones de puntos no era lo que yo quería. Que las reformas no podrían prosperar en base a un apoyo del 0,01%».
Ayer, Chávez recibió una muestra de apoyo -aunque con reservas- de donde menos podía esperarla. El presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, monseñor Ubaldo Santana, le envió un mensaje público agradeciendo el «gesto patriótico y apaciguador» que tuvo el presidente cuando admitió el triunfo de sus rivales. El religioso ofreció la ayuda de la Iglesia católica para recomponer el tejido de la sociedad venezolana y recordó que Chávez fue educado según los principios fraternales del cristianismo.