En un discurso pronunciado en el Poliedro de Caracas, el líder responsabilizó a sus seguidores -esos flojos [perezosos] que prefirieron quedarse en sus casitas mientras los otros votaban»- de la decisión que se ve forzado a tomar.

«Por más que griten y pataleen, el 'sí' [a las reformas] perdió en Miranda y en Caracas y, anótenlo bien, también perdió en Petare», exclamó Chávez, mencionando aquellos distritos donde el oficialismo siempre ha aventajado a sus rivales. Apuntando con el dedo a una multitud que le escuchaba con estupefacción, el gobernante atronó: «Ustedes podrán decir lo que quieran pero no tienen excusa. Un revolucionario no busca excusas por su falta de conciencia».

Paralizada en sus asientos, la audiencia que colmaba el coliseo deportivo no lograba entender la ira de un Chávez que en la víspera se había mostrado optimista y dicharachero. Los reproches provenientes de la tribuna no cesaban: «Si el pueblo se atemoriza, si se deja chantajear, nosotros los revolucionarios perdemos el rumbo y no somos capaces de conducir el potro de la revolución. Esto que han hecho yo lo seguiré recordando toda la vida. Si yo me voy o me quedo... no es eso lo que importa. Se trata de la patria, del futuro de nuestros hijos», pronunció Chávez con la voz quebrada. «Lo vengo diciendo desde hace rato: nos estamos enfrentando al imperio (EEUU) y el imperio no perdona. Y si gana, lo que le espera al pueblo es miseria, persecución, violencia y atropellos por 100 años más», concluyó el caudillo.

El público abandonó el Poliedro cabizbajo, algunos con lágrimas en los ojos. Varios dirigentes a quienes Chávez puso a cargo de la campaña del 'sí' quizá tengan que poner sus cabezas bajo la guillotina. Aunque el análisis sobre las causas de la derrota está en fase preeliminar, en el entorno del presidente se baraja la posibilidad de sustituir a quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias.

El diputado oficialista Sergio García dijo a los medios de prensa que no hay «listas negras» y tampoco se buscan chivos expiatorios, «pero el resultado del proceso no estaba en manos de los poderes celestiales, sino de personas que habiendo actuado de buena fe, cometieron errores que podían evitarse. No se va a lanzar una caza de brujas, pero en cualquier país del mundo, los administradores deben rendir cuentas por sus acciones».

En la mirilla del presidente y de sus asesores se hallarían los conductores de la campaña en los estados con mayor número de votantes, o que eran considerados como bastiones del oficialismo.

Según El Nacional, el suelo comienza a arder bajo los pies del ministro del Trabajo, José Ramón Rivero, encargado del aparato electoral en el estado de Bolívar. También se cuestiona el desempeño de la ministra de Turismo, Titina Azuaje, coordinadora de los comités chavistas en el estado de Mérida y del ministro del Interior, Pedro Carreño, que dirigía la orquesta del 'sí' en el estado de Sucre.

Vuelco en Catia

Las críticas más severas convergen en el alcalde de Caracas, Freddy Bernal, por los elevados índices de abstención que se registraron dentro de sus dominios y sobre todo, por el vuelco que se produjo en el populoso municipio de Catia, donde la mayoría de los vecinos rechazaron las reformas mientras que en las últimas presidenciales más del 80% de los pobladores votó a Chávez.

El Comando Zamora, creado para centralizar la campaña a nivel nacional, tampoco se salvaría de entrar en cuarentena. Este núcleo, que encarna a la élite del chavismo, está dirigido por el vicepresidente, Jorge Rodríguez, Diosdado Cabello y Lina Ron, todos de la máxima confianza de Hugo Chávez.

Entre sus múltiples funciones, el comando ejercía la de seleccionar a los activistas de rango medio -los llamados «padrinos»- que debían ocuparse de explicar en qué consistían las reformas y de que la gente fuese a votar. Desde los círculos adyacentes al comandante Chávez, se les acusa de haber elegido a esos emisarios en base a criterios «no funcionales».