El espadón bolivariano vuelve por sus fueros, que no son otros que los de la grosería, la bravata, los mensajes contradictorios y la chulería diplomática. Ayer Chávez aseguró que dejará el poder cuando concluya su mandato, una promesa de la que cabe desconfiar al ser diametralmente opuesta a su también anunciado propósito de modificar por decreto la Constitución para arrogarse poderes consulares e imponer en Venezuela su «socialismo del siglo XXI».
Anteayer mismo, este alumno aventajado de Fidel Castro calificó su derrota en el referéndum constitucional como una «victoria de mierda» de la oposición. «Un golpe -desafió- que no me ha debilitado ni me ha movido un milímetro». ¿Qué piensa hacer realmente Chávez? Probablemente, dependerá del equilibrio de fuerzas en Venezuela. Lo que está claro es que, lejos de aceptar la propuesta de reconciliación nacional de la oposición, Chávez insulta a sus críticos. Las buenas maneras le han durado el tiempo justo para ponderar sus apoyos en la cúpula de las Fuerzas Armadas. Su derrota permitió visualizar la mayoría social de la oposición, por lo que Chávez impostó cautela. Llegó incluso a aducir que no había sabido explicar su concepción bolivariana del Estado. Pero luego procuró el apoyo de la Asamblea Nacional a sus reformas en un equívoco movimiento de zigzag, cuyo último episodio ha sido este sobrevenido compromiso de renuncia en 2013.
Así las cosas, parece mentira que el Ministerio de Exteriores facilite munición a Chávez -por utilizar un término empleado ayer por la Casa Real- metiendo de por medio al Príncipe. Moratinos propuso al embajador de Venezuela un encuentro entre el heredero de la Corona y Chávez, el día 10, en Argentina en el marco de la toma de posesión de Cristina Fernández de Kirchner. Y Chávez aprovechó para aventar que el Rey quería pedirle disculpas. Es alucinante que Moratinos haya tratado de embarcar al Príncipe en una auténtica encerrona para tratar de solucionar los problemas diplomáticos que él mismo no ha sabido solventar. Sobre todo, teniendo en cuenta que la máxima tensión entre Madrid y Caracas se produjo cuando el Rey, víctima indirecta de la incapacidad del Gobierno para poner a Chávez en su sitio, tuvo que reconvenir al lenguaraz comandante. Moratinos debería medir mucho más con quién se la juega, antes de intentar tender puentes institucionales de tanto valor como el que representa la Corona. Más aún ante personajes tan imprevisibles y tremendistas.
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