No es exagerado afirmar que la Providencia ha evitado una catástrofe en un colegio de Madrid. Sólo cuatro días antes, el salón de actos del Sagrado Corazón de la calle de Alfonso XIII que ayer se hundió bajo los escombros estaba lleno para presenciar el festival de Navidad. En total, 400 personas entre padres y niños. De haber ocurrido el derrumbe en periodo lectivo podríamos estar hablando de una tragedia sin precedentes. El centro empezó en junio unas obras en el patio no exentas de polémica. El objetivo era construir unas plazas de aparcamiento y un polideportivo. Por lo pronto, los niños (más de un millar) tenían que pasar el tiempo del recreo en un parque público cercano este curso. Algunos padres, alarmados por los riesgos que pudieran derivarse de la excavación, se habían dirigido en varias ocasiones a la dirección del centro para mostrar su inquietud. La respuesta había sido siempre la misma: no hay ningún riesgo, la seguridad está garantizada. La realidad es que parte del complejo se ha hundido. El derrumbe afecta a uno de sus dos edificios de tres plantas.
Las explicaciones sobre la causa del suceso aún son confusas: hay quien lo atribuye a las obras del patio, los hay que lo achacan a la instalación de unas canastas de baloncesto en la terraza e incluso quien advierte que el inmueble tiene aluminosis. Ninguna de estas razones ha tranquilizado a unos padres que no saben qué harán con sus hijos cuando se reanuden las clases. De hecho, alguno ha anunciado que presentará una querella. El centro, según informó ayer, pretende que los alumnos se reincorporen el día 8 «con normalidad», aunque admite que no podrá evitar «cierta precariedad». Se da la circunstancia de que la Gerencia de Urbanismo de la Comunidad de Madrid está situada justo enfrente del edificio siniestrado, por lo que los técnicos no tienen más que cruzar la calle para conocer su estado. Una metáfora de nuestra realidad: delante mismo de las barbas de la Administración se eluden los preceptos que ella ordena. Que la gran chapuza en el Sagrado Corazón no haya causado víctimas es el milagro de la Navidad. Pero como no hay que fiar la vida de las personas a la intervención divina habrá que depurar responsabilidades. Está claro que ha habido una gravísima negligencia: el colegio, la constructora y la inspección deben responder. Y la Justicia tiene que llegar hasta el fondo del asunto para que algo así no vuelva a suceder.
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