Buena parte del éxito de Nicolas Sarkozy, nuestro Personaje del Año, es que habla claro, y puede hacerlo porque basa su discurso en unos principios muy bien definidos. No hay en el presidente francés ni indefinición ni medias tintas. Lo vuelve a demostrar hoy en la entrevista que publicamos en exclusiva. Pero más importante que la forma, es el fondo. Sarkozy reivindica valores que están en la esencia de Europa y que un mal entendido sentido del progresismo habían puesto en entredicho. Los principios que abandera Sarkozy son los que han hecho de esta pequeña parte del globo un oasis de riqueza, de desarrollo y de respeto de los Derechos Humanos. Ahí su defensa de la libertad individual, del esfuerzo personal, de la exigencia de que obligaciones y derechos sean caras de una misma moneda.
La coherencia entre lo que piensa y lo que dice transmite credibilidad. El mismo reconoce que ganó las elecciones porque habló a los franceses «el lenguaje de la verdad». El entusiasmo y la energía que contagia se han encargado del resto. Y el resto es que cogió una Francia estancada, ensimismada en la grandeur y adormecida por el subsidio y le ha dado la vuelta en seis meses. Sarkozy pidió a sus compatriotas que trabajasen más, pero él ha sido el primero en dar ejemplo. Ha demostrado que no entiende la Presidencia como un fin, como el culmen de una carrera política, sino un medio para transformar la sociedad. Y sigue la máxima de que «cuando más trabaja el presidente, más trabaja el Gobierno».
Muchos españoles sentirán envidia de un presidente para el que hay conceptos que nunca serán discutibles, como el de nación. Un presidente que habla sin ambigüedad del terrorismo. Un presidente capaz de defender sin complejos la energía nuclear, cuando lo fácil es mirar para otro lado y tratar de quedar bien con palabras huecas. Un presidente con los pies en el suelo, que no tiene reparos en poner filtros a la inmigración frente a quienes tratan el problema con una generosidad mal entendida. Un presidente con una política exterior muy clara, que sabe quiénes son sus compañeros de viaje, pero hábil para convertir en aliados desde Libia a Venezuela, si de ello dependen las vidas de unas enfermeras o de una compatriota secuestrada por la guerrilla. Un presidente audaz, capaz de subirse a un avión para resolver personalmente en Chad un litigio con víctimas inocentes. Y un presidente lo suficientemente diplomático como para, en vísperas electorales, no dar su voto ni a Zapatero ni a Rajoy: «Al pueblo español le corresponde decidir».
Por si al personaje le faltaba algo, su relación con la modelo y cantante Carla Bruni hace que hasta su vida personal resulte atractiva para quienes no se hubieran acercado a su figura como político. Sarkozy ha roto todos los clichés, incluidos los que se han venido utilizando tradicionalmente para identificar a la izquierda y la derecha. Ahora, cuando Europa avanza en su integración e inicia una nueva etapa en su historia, necesita líderes eficaces como él, comprometidos con los ciudadanos y con un programa serio de reformas.
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