El encuentro de familias cristianas celebrado ayer en Madrid confirmó la capacidad de convocatoria de la Iglesia española: la cita congregó a cientos de miles de personas. Ese éxito tiene nombres y apellidos. Uno es el de Rouco Varela y no podía llegarle en mejor momento. El arzobispo de Madrid está sopesando las posibilidades de presentar su candidatura a la presidencia de la Conferencia Episcopal el próximo mes de marzo. Suyo es el mérito de haber logrado que el Papa interviniese en directo desde el Vaticano a través de videoconferencia, algo que no se había realizado antes en ningún otro país. También consiguió que le acompañaran en la jornada más de 40 obispos. Quienes con él salen reforzados tras el encuentro de ayer son los movimientos eclesiales más conservadores. De hecho, la idea de hacer un acto multitudinario en defensa de la familia tradicional partió del Camino Neocatecumenal. Junto a los numerosos seguidores de esta organización, estuvieron en Madrid los de la decena de movimientos católicos implantados en nuestro país, desde Renovación Carismática a los Legionarios de Cristo, y también el Opus Dei.
Pero la jornada también puso en evidencia los problemas de división de la Iglesia española: la presencia de obispos vascos y catalanes fue prácticamente nula. Y no deja de ser contradictorio el dato de que, pese a la magnitud del acontecimiento y a la filiación cristiana de una gran parte de la población española, que podría estar interesada en el evento, ninguna cadena de televisión lo retransmitió en su integridad, a excepción de Popular TV, una modesta emisora de la Iglesia. Tanto La 2 como Telemadrid deberían haberlo hecho.
Aunque, a pie de calle, la jornada tuvo un carácter más litúrgico y festivo que reivindicativo, con insignificante participación de políticos -que en cualquier caso acudieron a la cita a modo personal-, los tres cardenales que intervinieron en el estrado sí incluyeron en sus sermones críticas directas a algunas de las leyes aprobadas por el Gobierno de Zapatero. Rouco Varela, Antonio Cañizares y Agustín García-Gasco -éste, un tanto exageradamente-, arremetieron contra la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo, contra la ley que agiliza los divorcios y contra la norma que, a través de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, «quiere arrebatar a los padres su derecho a educar a los hijos según sus propias convicciones». Denunciaron «el laicismo radical» y también mostraron su preocupación ante el hecho de que haya partidos que no descartan ampliar la despenalización del aborto, lo cual podría desembocar en un futuro en un cambio en la legislación. De esta manera, los discursos pusieron de manifiesto que junto a las circunstancias genéricas que preocupan a la Iglesia (como el retroceso de valores tradicionales frente al laicismo, el materialismo o el hedonismo), hay querellas pendientes también con iniciativas específicas que ha impulsado el Gobierno en la legislatura que ahora concluye. Pero claro, esas iniciativas competen tanto a los millones de católicos como a los millones que no lo son.
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