Domingo, 3 de junio de 2007. Año: XVIII. Numero: 6377.
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 ESPAÑA
JUICIO POR UNA MASACRE / Análisis científico
Los expertos ven «imposible» la tesis de la contaminación en el laboratorio
Consideran insostenible que la nitroglicerina atravesara un armario, bolsas, sobres y cajas
PABLO JAUREGUI

MADRID.- «Imposible». «Inconcebible». «Insostenible». Con esta rotundidad han reaccionado algunos científicos consultados por EL MUNDO, al ser preguntados por la credibilidad de la tesis de la «contaminación ambiental» que defiende la Fiscalía en el juicio del 11-M, para explicar la presencia de nitroglicerina en una muestra de polvo de extintor recogida tras la masacre en la estación de El Pozo.

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Hay que recordar que ésta es una cuestión clave para determinar cuál fue el arma del crimen, ya que el explosivo supuestamente utilizado por los terroristas islamistas para cometer el atentado -Goma 2 ECO- no contiene nitroglicerina. Sin embargo, esta sustancia sí forma parte del explosivo utilizado habitualmente por ETA, el Titadyn.

La teoría de la «contaminación ambiental» ya parecía muy inverosímil cuando los cuatro peritos de la Policía Científica y la Guardia Civil la plantearon inicialmente en el informe que entregaron al juez el pasado 16 de mayo, argumentando que las bolsas en las que se guardaron las muestras eran «porosas». Sin embargo, las declaraciones que realizó el pasado lunes ante el Tribunal la química de los Tedax responsable del almacenamiento de todos los restos de los explosivos del 11-M constituyen un golpe realmente demoledor para la verosimilitud de esta tesis.

Según la minuciosa descripción que ofreció esta química ante el juez Gómez Bermúdez, todas las muestras se almacenaron en la sede central de los Tedax de una forma muy rigurosa, concebida precisamente para garantizar su conservación y minimizar cualquier riesgo de contaminación: en una habitación sin luz, con temperatura constante, en el interior de un armario metálico reservado exclusivamente para los restos recogidos en todos los escenarios del 11-M, dentro de una bolsa, dentro de la cual había una caja de cartón con bolsas de plástico que contenían sobres que, a su vez, contenían bolsas cerradas con cinta adhesiva.

El testimonio de esta química, por lo tanto, añadió cinco capas más de diversos materiales (plástico, papel, cartón e incluso metal) a la versión defendida por los peritos de la Policía y la Guardia Civil en su informe: a la bolsa «porosa» que mencionaron ellos para defender su tesis, habría que añadir ahora un sobre, otra bolsa, una caja, otra bolsa más y, por si todo esto fuera poco, un armario de metal.

«Me parece totalmente imposible que se haya producido una contaminación con nitroglicerina en estas condiciones», asegura el profesor Antonio Ruiz de Elvira, catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá. «Es inconcebible pensar que la nitroglicerina haya podido evaporarse en el laboratorio y atravesar los materiales descritos en el testimonio de la química. Eso no hay quien se lo crea», opina, por su parte, el bioquímico Enrique de la Morena.

El grave problema al que se enfrentan los defensores de la teoría de la contaminación es que su tesis sólo podría ser cierta si se produjera una larga cadena de insólitas condiciones y desafortunadas casualidades. «La probabilidad de que haya tenido lugar esta contaminación es comparable a que alguien gane el Gordo de la lotería más de 25 veces seguidas», opina el profesor Ruiz de Elvira.

En primer lugar, aunque es verdad que la nitroglicerina es un material altamente volátil que se evapora con facilidad, esto sólo es cierto cuando se encuentra en estado puro. Sin embargo, según los expertos consultados por este periódico, es muy inusual manejar o almacenar nitroglicerina de esta forma en un laboratorio, ya que es una sustancia altamente inestable y explosiva. Por lo tanto, resulta totalmente inverosímil que en las dependencias de los Tedax hubiera nitroglicerina en estado puro. En todo caso, estaría mezclada con los componentes de otras muestras de explosivos, que neutralizarían su tendencia a evaporarse. «Las dinamitas que contienen nitroglicerina la llevan mezclada con otros componentes que eliminan su volatilidad», asegura Ruiz de Elvira.

Concedamos, en todo caso, la posibilidad de que se hubiera producido una evaporación de nitroglicerina. Para que esto sucediera, sería necesario una temperatura relativamente alta, como mínimo superior a 10 grados, y sobre todo por encima de los 18. En su declaración, la química de los Tedax reveló que las muestras se guardaban no en una nevera, sino en un armario metálico con «temperatura constante». En estas condiciones, la evaporación sería improbable, pero no imposible.

Sin embargo, para que surgiera la contaminación defendida por la Fiscalía, tras la evaporación de la nitroglicerina sería necesario que se hubiera producido un inexplicable descenso de la temperatura para que esta sustancia se condensara. Por lo tanto, esto sí que entraría en flagrante contradicción con la «temperatura constante» a la que, según la química de los Tedax, se mantenían las muestras. «La nitroglicerina sólo se condensaría e impregnaría otras muestras si, una vez evaporada, descendiese la temperatura varios grados», explica Ruiz de Elvira.

Pero es que además, aun concediendo que se hubiera producido tanto una insólita evaporación como una improbable condensación, provocada por una extrañísima bajada repentina de la temperatura en la sala de almacenaje, todavía sería necesario introducir otro ingrediente más en este cóctel de infortunios. Para penetrar una bolsa y contaminar la muestra, sería necesario que la presión fuese mayor en el exterior que en el interior. Y esto, una vez más, resulta muy improbable: «La presión en el interior de las bolsas sería igual a la del exterior, mientras en el interior no se produjera un vacío parcial, lo que sólo se produciría de manera voluntaria», asegura Ruiz de Elvira.

En resumen: para contaminar una muestra, las «moléculas voladoras» tendrían que evaporarse, condensarse, atravesar paredes de metal, cajas de cartón, sobres de papel y, ante el inexplicable vacío en el interior de una bolsa, penetrar un plástico teóricamente impermeable. ¡Ahí es nada!

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