Madrid
«El 10 de marzo, víspera del 11-M, hice prácticamente lo mismo que cualquier otro día. Mi vida era muy rutinaria. Salí de casa a eso de las 10.30 de la mañana y llegué al trabajo a las 11.Recuerdo que aquel día salí al banco y a comprar algo para la tienda. En el banco, pagué 400 euros en multas de tráfico, después de haber hablado el día anterior con mi gestor acerca de ese tema. Comí, como todos los días, en un restaurante de la calle Mesón de Paredes».
«Por la tarde, estuve en la tienda con mi empleado Abderrahim Zbakh y mi socio, Mohamed El Bakali. A las 10 de la noche, me fui al gimnasio con un conocido mío, Hassan Serroukh, y allí estuve hasta las 23.30. Después fui a mi casa, donde llegué a eso de las 23.45. En el gimnasio tiene que constar que estuve allí, porque se accedía con una tarjeta magnética que registraba la hora exacta de entrada».
«Cuando sucede el atentado, yo estaba en casa durmiendo, con mi hermanastro Mohamed, mi madre y mi hermana Samira. Al irse Samira a trabajar a las ocho de la mañana, nos dejó durmiendo en casa a mi hermanastro y a mí».
«Yo me fui al trabajo en mi coche y llegué un poco más tarde de lo habitual porque aparcar en Lavapiés siempre es difícil».
«El 13 de marzo, también fui a trabajar como siempre, y llegué a la tienda sobre las 11 de la mañana. Aquel día, un coche me siguió desde mi casa. A eso de las 15.00 horas, cuatro policías se presentaron a detenerme. Yo pregunté que por qué lo hacían y entonces llamaron por teléfono a su jefe y le dijeron que había otra persona conmigo (mi socio, Mohamed El Bakali). Después de colgar, me dijeron que me detenían por colaborar en el atentado y nos llevaron a los dos a la comisaría de Canillas, en aquel mismo coche que me había seguido por la mañana».
«El maltrato en comisaría era permanente. Desde los primeros instantes, se turnaban para interrogarme continuamente y humillarme, sin dejarme dormir y sin ningún abogado, durante cinco días.Me insistían en que les contara cualquier cosa sobre cualquier moro que tenían fichado, aunque fuera inventada. De lo contrario, me decían, harían que me lo comiera todo. En un par de ocasiones, me enseñaron un álbum de fotos repleto de desconocidos. También recuerdo que me llevaron a una sala con un enorme espejo y me dejaron allí solo mucho tiempo».
«El día 13, alrededor de las 10 de la noche, me llevaron a mi tienda para realizar un registro, sin encontrar nada. Unos días después, me llevaron otra vez para registrar de nuevo».
«Cuando no quise declarar en Canillas, me comentaron que daba igual, porque el juez hacía lo que ellos dijeran. Luego, al declarar ante el juez, él y la fiscal me trataban ya como autor material.Nunca se respetó mi presunción de inocencia y toda la investigación se quedó en buscar o inventar cualquier cosa para que pareciera yo el culpable».
«La primera rueda de reconocimiento me la hicieron en la prisión de Soto del Real, una noche. Trajeron un grupo de jóvenes españoles con pelo rubio. Yo quería decirle a mi abogada que tenían que ser marroquíes, pero un funcionario me dijo que estaba incomunicado».
«La primera declaración ante Del Olmo fue el 19 de marzo de 2004 y la segunda a los dos años. Solicité careos con otros detenidos o testigos; pedí que declararan mi familia, Mohamed el Bakali y Abderrahim Zbakh. Pedí también que se interrogara a los testigos de los trenes que decían reconocerme... Pero todo me lo denegaron, con el pretexto de que eso dilataba la investigación. Yo estaba condenado desde el primer día».
«Mi madre habló muchas veces con Del Olmo para decirle a qué hora salí de casa el 11-M, pero el juez no incorporó su declaración al sumario. En una ocasión, Del Olmo le reconoció a mi madre: 'Yo sé que su hijo ha dormido en casa', y mi madre salió muy contenta de allí».
«Cuando pusieron en libertad a los restantes detenidos del 13-M (en abril de 2004), sentí una enorme sensación de injusticia, porque todos estábamos en la misma situación. Pero me alegro por ellos, porque si hubieran permanecido en la cárcel hasta el juicio, seguramente les habrían condenado con cualquier pretexto».
«Luego, al conocer la sentencia de la Audiencia Nacional, sentí rabia e indefensión, recordando cómo el juez Bermúdez mandó callar en el juicio a un testigo que dijo que fue Mohamed El Bakali, y no yo, quien vendió las tarjetas».
«Yo no sé qué pasó el 11-M, pero en el juicio sólo se empeñaron en intentar demostrar que no fue ETA, y así era fácil condenarnos a los moros».
«Por lo que a mí me toca, yo me pregunto: si a Allekema Lamari [uno de los muertos de Leganés] también le identificaron en el tren de Santa Eugenia, donde dicen haberme visto, y en ese tren sólo explotó una bomba, ¿por qué tengo que ser yo quien la colocó si el testigo que le reconoce a él no se contradice con nadie? ¿No será porque, de hacerlo bien, tendrían que soltarme y sería un escándalo? Es más fácil dejarme en la cárcel: así no tienen que explicar por qué me detuvieron sin pruebas en la jornada de reflexión, por ejemplo».
«Más tarde, al conocer la sentencia del Tribunal Supremo, mi decepción fue total, porque tenía mucha esperanza en salir absuelto.Se suponía que iban a ser más justos que la Audiencia Nacional, pero ni siquiera entraron a juzgar la credibilidad de los testigos que me acusaban».
«Entonces pensé que aquello era una venganza y me acordé de las palabras de un policía que me interrogó en Canillas: 'Si hubieras trabajado con nosotros, no te habría pasado esto'. Se refería a que, en 2001, un día se presentaron dos policías en mi tienda e intentaron convencerme para proporcionarles información sobre los árabes de Lavapiés, prometiéndome todo tipo de beneficios.Al negarme, cambiaron a un tono amenazante, pero yo no hice caso, porque tenía todo legal y creía que no podían hacerme daño. Unos meses después, registraron mi casa para asustarme, por una comisión rogatoria enviada desde Francia, pero tampoco me preocupó, ya que no conocía a nadie en Francia y nunca estuve allí. Pero ya me tenían como sospechoso».
«Luego, como un mes antes del atentado, se presentaron dos policías de paisano en mi tienda, estando allí El Bakali y Zbakh. Les preguntaron cosas rutinarias y, durante todo ese mes, la Policía de paisano se encontraba a menudo en la calle Tribulete. En el registro de mi casa reconocí a dos de ellos: una chica rubia y un joven corpulento».
«Nadie se ha interesado en ningún momento por mi situación. A nadie le interesa un caso como éste: ni a las asociaciones de defensa de los derechos humanos, ni al Gobierno marroquí. Los medios de comunicación de mi país ni siquiera se han puesto en contacto conmigo. En cuando a la prensa española, desde el principio estuvo manipulando todo. Se habló, por ejemplo, de que había aparecido una huella mía en la casa de Morata, de que me reuní con miembros de Al Qaeda justo antes del 11-M, de que yo era un terrorista entrenado en Afganistán... y un sinfín de burradas más».
«Si juntas esas falsas informaciones con las contradicciones de los testigos, con la declaración de mi familia, con la de Abderrahim Zbakh y Mohamed el Bakali, con mi forma de actuar antes del 11-M, con la falta de todo rastro mío en los lugares clave de los atentados... llegas a la conclusión de que no sólo estoy en prisión por la puta cara, sino que han tapado conmigo todas sus porquerías».
«A las víctimas del atentado yo les diría que no se dejen cegar por el dolor y el odio. Tienen que buscar la verdad ante todo y no dejarse manipular. No pueden permitir que se condene a cualquiera como chivo expiatorio. Y las víctimas que estuvieran en el tren de Santa Eugenia, que hablen, que digan lo que vieron. Porque los testigos que declararon haberme visto se han aprovechado de mí y de las víctimas».