Nadie puede confirmar que la 'mochila de Vallecas' se encontrara en El Pozo / No aparece por ningún lado con el recipiente de plástico naranja que encontró un municipal en su interior / Los perros habrían detectado explosivos en la Kangoo si se hubieran transportado aquella mañana. Tampoco los hallaron en Morata
La fiscal pierde los nervios, y no es para menos. Esta semana hemos corroborado, en el juicio del 11-M, que nadie vio la mochila de Vallecas en la estación de El Pozo. Examinaron todas las bolsas y mochilas, todos los enseres que se encontraron en la estación tras las explosiones, y allí no estaba la famosa mochila con el teléfono y la tarjeta que llevó a los investigadores hasta Zougam y los marroquíes de Lavapiés.
El drama surge al dar el siguiente paso. Si nadie puede probar que la mochila procediera de la estación de El Pozo y si hay un montón de funcionarios que aseguran que, a pesar de una revisión minuciosa, nunca la encontraron allí, ¿qué más da lo que contuviera? ¿Para qué tanto estudio detallado de los cables, de la metralla o de los explosivos? ¿Para qué seguir ese absurdo recorrido de los objetos recogidos -entre los que no estaba esa mochila- entre El Pozo, la comisaría Villa de Vallecas -¿por qué los enviaron allí?-, la otra comisaría de Vallecas, el recinto ferial de Ifema y, de nuevo, la comisaría de Puente de Vallecas, donde finalmente se descubrió la bomba?
Los expertos, mientras tanto, siguen poniendo en evidencia todos los datos que encierra esa mochila. La bomba llevaba un mecanismo sofisticado a través del teléfono móvil. Y, sin embargo, ¡no se había puesto cinta aislante para mantener fijos los empalmes de los cables! Sin empalmes no hay conexión eléctrica y, sin ésta, no hay bomba que explosione, por muy sofisticado que sea el sistema de detonación. ¿O es que hubo dos manos diferentes en esa bomba? Si es así, ¿donde están entre los procesados los dos tipos - genios y chapuzas- de fabricantes de los artefactos? ¿No decían que eran los mismos los que las montaron y los que las pusieron?
LA MOCHILA CON LA TARTERA NARANJA
Para terminar de aumentar la confusión, en la sesión del lunes ha surgido otra bomba más que no está controlada. El policía municipal Barredo asegura que entró en el vagón número 3 situado en la estación de El Pozo. Dice que se tiró al suelo para mirar debajo de los asientos y que descubrió una mochila. Abrió el pasador y tiró del cordón para ver lo que contenía. Vio un teléfono móvil con dos cables, uno rojo y otro negro, que iban hasta un recipiente de plástico con una tapa de color anaranjado. Se dio cuenta de que podía ser una bomba, la sacó del vagón y la colocó, lo más alejada posible, apoyada en la tapia del andén.
Luego avisó a sus compañeros de la Policía Nacional para que llamaran a los Tedax.
Su testimonio es el mismo que relató a la prensa en caliente, en la misma mañana del 11-M. Dijo de una forma espontánea lo que vio. Pero curiosamente no le condecoraron por su labor. A quienes condecoraron fue a otros, a los policías Sergio Pintado y Alberto González, dos asturianos que habían acudido a El Pozo con sus motos. Los dos fueron galardonados por el entonces ministro del Interior, José Antonio Alonso, con la cruz al Mérito Policial con distintivo blanco el 8 de octubre de 2005.
Uno de ellos ha declarado en el juicio y ha contado algo radicalmente diferente que el policía municipal. Dice que fueron ellos los que encontraron la mochila con la bomba en la estación de El Pozo. En efecto, había un teléfono, pero los colores de los cables eran rojo y azul. El explosivo estaba introducido en una bolsa azul de basura. No había ningún recipiente de plástico y menos anaranjado.
Sólo caben dos posibilidades. O uno de los dos miente o vieron bombas distintas. Pero, entonces, ¿dónde está la bomba con el recipiente naranja que vio el policía municipal? Los Tedax sólo explosionaron una.
CABLES NEGROS, ROJOS Y AZULES
Uno de los policías tedax que hizo el croquis de la única mochila que explosionaron de forma controlada en El Pozo reveló datos que pueden encajarse en una postura intermedia entre las dos versiones. Confirmó que, en un primer momento, había puesto en su informe que los cables que vio eran de color rojo y negro. En su propia declaración en el juicio dijo que luego comprendió que había cometido un error al redactar su informe y que, ya más adelante, lo subsanó poniendo cables de color rojo y azul.
La fiscal Olga Sánchez intentó de forma bastante inocente que Barredo, el policía municipal, rectificara sus colores para adaptarlos a la versión rojo y azul. Pero el policía municipal se mantuvo firme. Los que él vio eran negro y rojo y además vio una especie de tartera de plástico de color anaranjado.
Lo más curioso de todo es que nunca se haya hablado más de ese recipiente en el sumario. Para colmo, y sin querer aumentar aún más la confusión, hay que señalar que algunas dinamitas Titadyn tienen tono anaranjado.
De nuevo hay que señalar que, como ya dijo el entonces responsable de los Tedax Sánchez Manzano, se recogieron durante varios días muestras de los restos de los trenes -hasta el día 18 de marzo-. ¿Dónde están los resultados de los análisis científicos de todas esas muestras? ¿O es que no se hicieron?
De nuevo sacaron los colores a su antiguo jefe cuando, contrariamente a lo que él había declarado, varios tedax aseguraron en el juicio que no conocían la Goma 2 ECO, que nunca la habían tenido y que nunca habían hecho prácticas con esa dinamita.
EL PORTERO DE LA CITROEN
Y nos vamos a la furgoneta Kangoo, la que encontraron el 11-M junto a la estación de Alcalá de Henares. La aportación del portero de una finca cercana, que tanta expectación había despertado en la Comisión de Investigación del Congreso, fue decepcionante pero significativa. Como anécdota diremos que el fiscal se dirigió a él por primera vez como señor «Garrulo», en lugar de Garrudo.
Al menos dejó claro que él nunca había visto a los presuntos terroristas en el interior de la furgoneta. Hasta ese momento todos ponían lo contrario en su boca. Incluso el locutor que comentaba la retransmisión televisiva del juicio lo afirmó en varias ocasiones.
Tampoco vio a ninguno de ellos entrar en la estación. Y, además, recordó de pronto -para desconcierto de la fiscal y en contra de todas sus declaraciones anteriores- que ya no llevaba una bolsa el individuo joven con la cara tapada al que siguió hacia la estación, sino que llevaba dos: una a la espalda y otra en la mano.
La capacidad de retentiva de este testigo -clave para que se desarrollara a tiempo la teoría islamista- se demuestra al leer su primera declaración ante la Policía, justo después del mediodía del mismo 11-M. Lo que dijo durante varias veces es que había visto a tres individuos con la cara tapada esa mañana cerca de una furgoneta Citroën. Los abogados habrían podido formar un bonito espectáculo sólo con pedir la lectura del folio y medio con esa declaración en la que repite varias veces la palabra «Citroën». Es más, en la segunda declaración, la primera pregunta que le hacen sobre la furgoneta -como puede verse en el sumario- sigue siendo sobre una Citroën.
«NO ME FIJÉ EN NADA»
Pero sobre la Reanult Kangoo es necesario hacer comentarios más sabrosos. Ninguno de los testigos ha sido capaz de concretar qué había dentro de esa furgoneta aquella mañana en Alcalá, aparte de un chaleco reflectante. «No me fijé en nada», comentó el inspector de la Policía Científica de Alcalá, la única persona que se introdujo en la parte trasera de la furgoneta.
Tanto la fiscal como los abogados de la acusación pasaron de puntillas en lugar de hacer preguntas concretas. ¿Vio usted ropa? ¿Vio usted una bolsa? ¿Vio usted herramientas? Es evidente que tenían miedo a las respuestas.
Es significativo que ninguno de los policías quisiera mojarse. Todos estaban lejos o no vieron nada. Y eso que no declaraban los policías que llegaron primero, los mismos que aseguraron a este periódico que la furgoneta estaba vacía, que fueron ellos los que preguntaron si la matrícula del coche correspondía a un vehículo robado y si tenían datos en la central de un teléfono que estaba en una tarjeta de visita en el salpicadero.
Lo del perro fue lo más contundente. El ex policía guía canino lo dijo alto y claro. Si en esa furgoneta se hubieran transportado 30 kilos de explosivos, esa misma mañana, el perro lo habría detectado sin la menor dificultad. Pero no lo detectó.
EL HOCICO A 10 CENTIMETROS
Como tampoco detectó los restos de explosivo que se inventariaron en Canillas y que, según la versión policial, se encontraron en una bolsa de plástico debajo del asiento del copiloto. Los fiscales insistieron hasta la extenuación en que el perro no había pasado nunca a la zona delantera del vehículo. Pero lo que nadie dijo es que, a pesar de la rejilla -por cierto, de ojos amplios-, el perro introducido en la parte trasera puso su hocico a menos de 10 centímetros del compartimento abierto situado debajo del asiento del copiloto, donde dicen que se encontraron el explosivo y los detonadores.
Otro testigo que se lució fue el que había visto a alguien cambiarse de ropa en una obra cercana a la estación de Vicálvaro. No sé si quedó suficientemente claro, al final del interrogatorio, lo que remarcó en su día la Guardia Civil. No fue en esa ropa donde se encontró ADN de algunos de los procesados, sino en un gorro y unos guantes que no estaban en esa obra, sino en un contenedor que no se veía desde la posición del testigo.
La identificación que realizó en su día de uno de los procesados quedó en entredicho cuando una de las abogadas le preguntó a qué distancia estaba cuando vio cambiarse a esa persona en la obra. Afirmó que a unos 70 u 80 metros. Es decir, que vio su cara a una distancia como la que hay de un lado a otro de las tribunas laterales del Bernabéu. ¿Alguien podría distinguir a esa distancia una cara de otra? No es de extrañar que reconociera a cuatro personas distintas como ha quedado acreditado.
LOS DATOS, SOLO DE LOS TERRORISTAS
El momento álgido de la semana se produjo cuando el propio juez Javier Gómez Bermúdez desarrolló un espectáculo visual eficaz e impactante. Primero había dejado que se explicaran los indios que habían vendido en uno de sus establecimientos los aparatos telefónicos relacionados con el caso a unos supuestos búlgaros desconocidos. Luego hablaron los indios que habían vendido a uno de los locutorios de Zougam las tarjetas de los móviles de la serie implicada en el 11-M. Nadie supo explicar por qué la Policía, ya el viernes 12 de marzo, sabía que iban a detener a Zougam a pesar de que la declaración de esos indios fue el sábado, muy avanzada la tarde.
LOS «MASTODONTES» DE KALAJI
Incluso Ayman Maussili Kalaji, el policía de origen sirio que liberó los teléfonos -«sí he estudiado en Rusia seis meses en una academia militar»- casi pasó desapercibido. Sólo sus frases fuera de tono -llamó a los policías que fueron a por él «mastodontes», algo que el juez calificó, «como mínimo, de descortés hacia sus compañeros»- consiguieron desperezar a los procesados.
Por eso, al insistir en que se enfocara correctamente el libro de contabilidad de los indios, el juez terminó por crear un clima de máxima atención. Sólo faltaban los redobles de tambor cuando, con su voz grave, firme y calmada, insistió en que se pasaran una por una las páginas del libro ante el ojo inmisericorde de la cámara del techo. «¿Queda claro que no hay hojas sueltas y que pertenecen a un mismo cuaderno?». El juez quería asegurarse de que tanto las partes como los telespectadores comprendiéramos lo que él ya había estudiado previamente.
La contabilidad iba avanzando por días y por meses en listados monótonos que sólo consignaban el montante total del dinero obtenido ese día por venta de tarjetas y recargos de las mismas. Ni un solo número de teléfono. Ni un solo número de imei, la identificación de fábrica de cada aparato. Luego páginas y más páginas en blanco. Y, de pronto, una página con anotaciones pulcras de todos los imei de los teléfonos vendidos el 4 y el 8 de marzo de 2004, los teléfonos que presuntamente utilizaron los terroristas. Y, después, la última página con más anotaciones de 2002.
Aún quiso remarcar más el juez la presunta manipulación al hacerle repetir al secretario más alto y más claro que esa página era la que se había exhibido varias veces, a lo largo de la mañana, para demostrar que esos indios habían vendido esos teléfonos concretos a los terroristas.
Después el juez marcó el descanso. Y todos, todavía con gesto de incredulidad por lo que acababa de suceder en la sala, pudieron comentar que las pruebas hacían aguas una vez más. Y remarcaron que ese cuaderno es el que se había perdido, por la mañana, cuando lo reclamó el abogado de Zougam y cuando el juez lo mandó buscar con insistencia.
Y, para rematar la semana, el Skoda Fabia. El jefe de grupo de terrorismo extranjero de la Brigada Provincial de Información de Madrid fue demoledor. Aseguró que tenían a los islamistas procesados y a algunos de los suicidas perfectamente controlados y vigilados desde febrero de 2003.
Afirmó, ante el estupor de la Fiscalía, que nunca dejaron de vigilarlos, ni antes ni después del 11-M, hasta el mismo día de su detención. Y completó la faena remachando que todos los indicios que encontraron sobre las andanzas radicales islamistas de sus vigilados fueron comunicados -«cada 15 días»- tanto a sus superiores como a la autoridad judicial competente. ¿Por qué no se tomaron medidas contra ellos? Y a mí qué me cuentan, vino a decir, pregúntenles a ellos.
Su declaración continuó con la misma rotundidad. Se hizo cargo de las diligencias del Skoda Fabia, cuando desde una nave de Hertz les llamaron para decirles que habían encontrado algo sospechoso. Las palabras del policía no pudieron ser más esclarecedoras. Allí, sobre el suelo de la nave, estaban los objetos encontrados. Una inspectora de la Policía Científica hacía fotos a todos ellos.
«No había ningún elemento objetivo por el que tuviéramos que hacernos cargo nosotros [los de terrorismo exterior] de aquello. Aún hoy, después de que han pasado tres años, no me lo explico».
«Pero el perro se paró», comentó la fiscal en un intento inútil de salvar el naufragio. «El perro se para y no se para», contestó el policía. Se había parado una vez cuando él no estaba. Pero al mandar al guía de nuevo que lo intentara, el mismo perro no se paró, no señaló explosivos.
NO HUBO EXPLOSIVOS EN MORATA
«Los indicios eran tan leves», explicó el policía, «que el propio guía canino me explicó que podía haberse parado la primera vez sólo porque allí había una funda de pistola que podía haber contenido en algún momento un arma que hubiera sido disparada».
De nuevo los perros. Nos contaron que en el agujero del jardín de la casa de Morata se guardaron los explosivos hasta el 11-M. También nos han dicho que hallaron restos de explosivo en el porexpán que lo cubría. Pero el hecho cierto es que los perros que husmearon el agujero 15 días después de los atentados fueron concluyentes: no detectaron ningún rastro de que allí se hubieran guardado. ¡Y estamos hablando de 150 kilos!
Dos notas finales respecto al Skoda. El ministro Alonso mintió ante el Congreso cuando dijo en la Comisión que no había habido ninguna inspección del Skoda antes de Canillas. En el juicio se ha demostrado que se hizo una inspección de todos los objetos en la nave de Hertz, antes de ir a dependencias policiales. Una inspectora de la Científica los fotografió oficialmente. El policía instructor aseguró, además, en el juicio, que había revisado el 11-M, junto a otros compañeros de Alcalá, las matrículas de la calle donde se había encontrado la furgoneta Kangoo. El Skoda no estaba allí.
Se cae así la versión, defendida en el juicio por una inspectora de la Unidad Central de Información, según la cual los explosivos se trasladaron el 11-M en ese vehículo hasta la estación de Alcalá. Del tercer vehículo que mencionó la inspectora y del que no supo dar más datos es mejor que ni hablemos.
Esta semana también se ha hablado en el juicio de Leganés. De las ráfagas de ametralladora que no se dispararon, de los inhibidores telefónicos que se pusieron en marcha y que impedían las llamadas de móviles y de las bolsas de basura sin huellas hablaremos otro día. Leganés va a dar, sin duda, mucho de sí.