El juez Javier Gómez Bermúdez fulminó el arrebato de la fiscal Olga Sánchez contra los periodistas / La fiscal reconoció que la investigación sólo había podido desentrañar parte de lo ocurrido. / 'El Gitanillo' no estaba en Madrid el 6 de febrero de 2004, como aseguró la fiscal, sino en el Centro Trama de Oviedo
El partido aún no se ha terminado y, sin embargo, los espectadores ya han abandonado las gradas. «Al fin se ha terminado todo este embrollo del 11-M», me dice un amigo con buena intención. «Vale,» -le contesto yo- «sólo queda el pequeño detalle de la sentencia».
La Fiscalía ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Y lo ha hecho en un mismo discurso pronunciado con tres estilos diferentes. Comenzó el fiscal jefe, Javier Zaragoza, y lo hizo sin el menor énfasis. Puso un exquisito cuidado en no levantar la voz, incluso cuando zahería a la prensa y sacaba a colación lo del juicio paralelo. Su expresión corporal venía a expresar que no necesitaba esforzarse porque ya había quedado perfectamente claro, a lo largo de la vista oral, que ellos tenían razón. La «claridad oficial» de la que hablaba esta semana el ministro Bermejo.
A Olga Sánchez le tocó el papel menos agradecido. Recitó de memoria, con voz monótona y constantes lapsus, la cantinela del terrorismo islamista internacional, Al Qaeda incluida. El juez Javier Gómez Bermúdez, antes del varapalo principal, le dio un par de toques sutiles. Por la tarde le interrumpió para decirle que si quería descansar. A la mañana siguiente, insinuó a un compañero que no era fácil conseguir mantener la atención. Pero la fiscal llevaba una lección aprendida de memoria y desgranaba sin altibajos su rosario de acusaciones. Sus gazapos pasaban inadvertidos para el que no estuviera muy atento al guión y no se supiera el sumario.
«UN EJEMPLO DE CORAJE»
Se refirió a su propia actuación como un trabajo realizado para las víctimas, «ejemplo de coraje, respeto y tolerancia». Y a continuación, y mientras seguía manoseando sus dedos, comenzó a atacar a los periodistas díscolos con «la versión oficial», expresión utilizada para mi asombro, por la propia Fiscalía.
«La memoria de las víctimas» -afirmó- «no merece el tratamiento que le han dado algunos medios de comunicación, por personas que a lo mejor, en un momento, aprobaron la carrera de periodismo, pero que no tienen la altura y la grandeza de una profesión tan importante en una sociedad democrática». Y hasta ahí llegó. Gómez Bermúdez no lo pudo decir más claro. «Se excede usted de los límites de un informe jurídico. Reconduzca su informe.» Y luego, ante los nuevos intentos de la fiscal, añadió que era libre de ejercer las acciones que considerara oportunas, pero que allí no estaban para intercambiar reproches sino para valorar pruebas y sacar conclusiones.
Y luego la fiscal lloró. Tal vez porque la conminación tajante y en público de un varón le retrotrajo a épocas de su vida muy duras y que aquí no vamos a comentar. En el aire había quedado una de sus afirmaciones más llamativas de esa mañana cuando aseguró que en última instancia la investigación se había realizado para desentrañar parte de lo ocurrido. ¿Sólo una parte? ¿Entonces qué hacemos con el resto? ¿Acaso no dijo el presidente del Gobierno hace casi dos años que estaba todo absolutamente claro?
Carlos Bautista fue el fiscal más brillante en sus conclusiones. Tal vez porque le tocó discutir la parte técnica judicial. Aquélla a la que los legos en la materia no podemos ni siquiera asomarnos. Tiempo habrá para que los abogados de la defensa se lo discutan. Le sobraron las sonrisas mezcladas con frases irónicas, así como su alusión a que les estaban acusando de aplicar el derecho penal de los nazis, que lo siguiente que les llamarían sería gusanos goebelianos, que se había perdido esa parte de Barrio Sésamo, o que a ver si iba a hacer falta llevar txapela y que uno se llamara Patxi para que lo tomaran en serio como terrorista.
«No hay peor ciego que el que no quiere ver», añadió como colofón.
No se puede decir mejor. Porque entre tanto fárrago judicial, en las conclusiones de los fiscales se han colado datos que para nada corresponden con la realidad. No es cuestión de hacer un listado exhaustivo. Baste con un par de ejemplos. Produjo rubor la afirmación de Olga Sánchez cuando dijo que estaba probado que la dinamita de la Mochila de Vallecas procedía de Mina Conchita. Ni siquiera el CSI televisivo podría haber averiguado algo semejante. ¿Desde cuándo una masa amalgamada de dinamita puede llevar a los investigadores a la procedencia del lugar en el que se robó el explosivo?
La fiscal afirmó también que El Gitanillo había viajado a Madrid el día 6 de febrero de 2004 para llevar una bolsa con explosivos entregada por Trashorras. A éste, lo sitúan los investigadores ese día, muy temprano, de madrugada, en Madrid.
Gabriel Montoya Vidal, El Gitanillo, ese mismo día se encontraba en Oviedo charlando con la educadora responsable Belén Ojeda Casero en el Centro Trama, especializado en trabajos de integración y desarrollo social. El menor estaba obligado por decisión judicial a cumplir 40 horas de prestación en beneficio a la comunidad, según sentencia 535/03.
«HAZLO TU, PAYA DE MIERDA»
La medida comenzó el día 2 de febrero de 2004 en el citado centro e inmediatamente comenzaron los problemas. En el informe de Trama, fechado el 9 de febrero, se destacan los insultos y desplantes de Gabriel, que alardeaba de consumir mucha droga y de trabajar sólo un rato por la mañana «vendiendo dos kilos».
Vamos a destacar sólo algunas frases del informe dirigidas por El Gitanillo a la educadora. Son crudas pero pueden ser significativas del talante del principal testigo de la Fiscalía contra Trashorras. «Hazlo tú, paya de mierda». «Al juez me lo paso yo por el forro de los cojones». «Cómete tú y el juez mis mierdas», «Yo me fo llo a la mujer del juez».
Ante esa actitud y sus muestras constantes de violencia, el centro decidió expulsarle. Para ello tuvo una larga conversación el día 6 de febrero en el propio Centro Trama, situado en la plaza Foncalada 2 de Oviedo. El informe en el que se explican todos estos detalles está firmado por Angel Rey García, el coordinador del centro, y por Belén Ojeda Casero, la educadora.
Una vez más volvemos a detalles minúsculos pero esenciales. El Gitanillo estaba el 6 de febrero de 2004 en Oviedo y no en Madrid donde lo ha situado la fiscal. Debo insistir en que ésta se ha basado en el testimonio del joven Iván Granados para mantener la acusación de El Gitanillo contra Trashorras. Y, una vez más, es preciso repetir que, en esa misma declaración judicial, Iván manifestó que El Gitanillo había ido desde Asturias a Madrid acompañando a El Chino, el 29 de febrero de 2004, en el presunto viaje con los explosivos de Mina Conchita. Se adornó además diciendo que esa noche se había ido El Gitanillo de copas por Madrid. ¿Por qué han dado validez a su testimonio cuando apuntala la versión conveniente a la Fiscalía y desechan afirmaciones como estas que desbaratan el relato?
Uno de los puntales de la acusación está basado en el absoluto descuido que existía en Mina Conchita respecto a los explosivos. Salieron de allí porque cualquiera podía robarlos. Es cierto que pudo ser así, pero no es menos cierto que esa situación se daba en muchísimas explotaciones. El mejor ejemplo lo tenemos en el propio sumario.
ROBOS EN MUCHAS MINAS
En el folio 33.196 se recoge la declaración de un testigo protegido que relata los robos continuados de dinamita que se producían en La Camocha, otra mina asturiana. «De los restos que quedaban se sacaban detonadores y explosivos». Un tal José Luis, siempre según ese testigo, se los llevaba en su chaqueta sin que se supiera dónde los almacenaba. El tal José Luis trabajaba los fines de semana como portero de discoteca. «En una ocasión» -aseguró el testigo al grupo de información de la Guardia Civil- «yo le expliqué que un detonador se puede disparar con una simple pila de linterna. En otra ocasión en la que tenía un teléfono móvil en el coche me preguntó si se podría disparar un detonador con el teléfono móvil, y yo le expliqué que sí».
Hablamos de Mina La Camocha, una explotación que no tiene nada que ver con Mina Conchita ni con Trashorras. Para colmo de coincidencias el testigo declaró también -el 23 de diciembre de 2004- que José Luis tenía un hermano que también trabajaba en la mina y que se dedicaba al tráfico de hachís. Fue en otras minas asturianas y no en Mina Conchita donde se detectó un fraude comunitario por extracción falsa de carbón y donde no pudieron justificar un consumo postizo de grandes cantidades de explosivos.
El fiscal Bautista culpó como cooperadores necesarios a Zouhier y a Trashorras. Vino a decir que si Rafá no hubiera puesto en contacto a los moritos con la trama asturiana, tal vez no hubieran sucedido los atentados. Si Trashorras no les hubiera vendido los explosivos, tampoco. Pero el fiscal se olvida del dato más relevante. Tanto Zouhier como Trashorras colaboraban estrechamente con la Guardia Civil y la Policía. Si ellos son cooperadores necesarios, ¿cómo definiremos a los miembros de las Fuerzas de Seguridad que les controlaban?
La verdadera historia de Zouhier aún no se ha escrito. El testimonio de Mario Gascón, hoy desaparecido por miedo a que lo maten sus propios compañeros de la UCO, es en este sentido determinante. El inspector jefe del grupo de atracos de Gijón, hoy en segunda actividad, me comentó este mismo año que nunca se creyó el atraco de Zouhier a la joyería de Parque Principado, el que le llevó a la cárcel de Villabona en 2001, donde coincidió con Antonio Toro. «La Guardia Civil sabía que iba a suceder. Antes de que pudiéramos movilizarnos ya lo habían detenido. Por algún motivo quisieron introducir a Zouhier en Villabona y el atraco fue la excusa», explicó.
No es cierto que Zouhier avisara de la trama asturiana de explosivos en 2003. Precisamente esa información, facilitada por Rafá a primeros de 2002, fue determinante para que la UCO arrebatara el confidente a la Guardia Civil de Valdemoro cuando consiguieron sacarlo de Villabona, en esa misma fecha, pese al atraco.
Trashorras informaba puntualmente a la Policía de todo lo relacionado con los delitos de los que se enteraba. La Policía conoció por la información confidencial de Francisco Javier Lavandera que Toro y Trashorras ofrecían dinamita después de la operación Pípol, en la que ya les habían pillado con 16 cartuchos de dinamita. Los integrantes de la comisaría de Gijón mintieron sobre esa confidencia para no tener que responder tras los atentados de por qué no habían neutralizado esa venta. La información estaba en poder de la Policía desde agosto de 2001, incluido el posible uso de teléfonos móviles para la fabricación de bombas.
El propio inspector Manuel García Rodríguez, Manolón, lo reconoció en su nota informativa, clasificada como confidencial, de junio de 2004. En su página cuatro, párrafo segundo, afirma que «otros servicios de esta Jefatura y más concretamente el Grupo de Estupefacientes de Oviedo nos manifiesta que» -Emilio Suárez Trashorras- «pudiera andar traficando con dinamita, por lo cual se abre una investigación en Oviedo y se produce un distanciamiento». Es decir que se entera de que su confidente puede estar traficando con dinamita y en lugar de acercarse a él y vigilarlo, se aleja.
Insisto. Si Zouhier -al servicio de la Guardia Civil- y Trashorras -íntimamente conectado con la Policía- son condenados como cooperadores necesarios, ¿qué haremos con los controladores policiales que recibían todas sus confidencias?
Algunas acusaciones particulares han rellenado huecos que ni siquiera la Policía o la Fiscalía han podido esclarecer. Han colocado un esquema genérico, encontrado en un ordenador sobre una organización terrorista islámica, y han colocado a cada uno de los procesados en el lugar exacto. Alta Comandancia, Comandancia de Lucha, Grupo de Información, Grupo proveedor, Grupo Ejecutor y Grupo Salvador. No les sobra ni les falta nadie. Admiten, por ejemplo, sin el menor rubor, que al frente de todo el tinglado, en lo que ellos llaman la Alta Comandancia, se sitúa El Egipcio, el mismo que dijo que poseía un arma del tamaño de un secador de pelo mucho más poderosa que las armas más sofisticadas de los estadounidenses. Es disparatado. Tanto como el intento de desacreditar a los traductores de la sala para salvar a los italianos, los que rellenaron a conveniencia de la versión oficial la transcripción de las conversaciones grabadas a El Egipcio.
Y qué decir de los explosivos. «¡Qué mas dá lo que explotara!», dijo el fiscal jefe Zaragoza, convencido de que nunca iba ya a poder demostrar que lo que explotó en los trenes fue Goma 2 ECO, como han defendido hasta la extenuación y sin querer hacer análisis científicos durante tres años. Han dado argumentos infantiles para explicar lo inexplicable. Como la contaminación de las moléculas voladoras o la mezcla del Goma 2 ECO y Goma 2 EC, a pesar de que la fábrica certificó que ésta no contenía nitroglicerina -el componente que se encontró en la única muestra de los focos de explosiones que no había sido lavada con agua y acetona- desde 1992. Hemos pasado del «¡vale ya!» al «¡qué más da!»
Tal vez lo más difícil de digerir es el fuego amigo. No entiendo cómo es posible que José María de Pablo haya hecho una exposición tan rigurosa y ponderada respecto a temas importantes como la Kangoo, la taquillera de Alcalá, la Mochila de Vallecas, el Skoda, o los explosivos y su contaminación, y sin embargo acepte como buenas las pruebas aparecidas en los vehículos implicados por la Policía en la masacre. Argumentó que el Skoda Fabia fue colocado en Alcalá mucho tiempo después de que los presuntos autores murieran en Leganés o fueran detenidos. Si alguien, ajeno a los implicados, puso ese coche allí a finales de mayo, ¿cómo es posible que se acepten las pruebas de ADN que se encontraron dentro? ¿O acaso el que puso el coche no pudo colocar dentro las prendas con el ADN de los implicados?
Y es que el mismo abogado nos dio la respuesta cuando aludió a que no se puede estar sólo un poquito embarazada. O se cree todo el lote de lo que nos han contado o, si nos han mentido en cosas esenciales como ha quedado demostrado, no tenemos por qué creernos nada.
No nos adelantemos. Quedan los argumentos de muchos abogados y, sobre todo, queda la sentencia.